14 de noviembre de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

A 70 años, algunos momentos de la filosofía en Argentina por Alberto Buela

Terminado el primer congreso nacional de filosofía, que como sostuvo el filósofo peruano Alberto Wagner de Reyna, miembro informante de las delegaciones extranjeras, fue más bien el primer congreso internacional de filosofía después de la Segunda Guerra, pues los Congreso internacionales de Nueva York del 47 y de Amsterdam de 48 fueron un fracaso.

Sin embargo, pocos años después del Congreso de filosofía en Cuyo, la filosofía padeció el curso de cambiantes situaciones políticas.

Hasta el golpe de Estado de 1955 que derrocó al General Perón la filosofía siguió su curso con investigaciones señeras llevada por el ideario fijado por Coriolano Alberini en el primer congreso: ““este Primer Congreso nacional dará singular prestigio a la Argentina espiritual… y esperemos que en un futuro florecerán genios filosóficos ajenos a la enseñanza oficial”. Así, en el 50 Vasallo publica Elogio de la vigilia; en el 51 Sampay Introducción a la teoría del Estado; en el 52 Sepich publica Introducción a la ética; Alfredo Fragueiro: La analogía del derecho; Astrada: La revolución existencialista; en el 53 de Anquín publica El ser visto desde América; Alberini su Génesis y evolución del pensamiento argentino; Furlong su extraordinaria investigación Nacimiento y desarrollo de la filosofía en el Río de la Plata, en el 54 Sepich publica el voluminoso texto La filosofía de Ser y Tiempo de Heidegger; Manuel Gonzalo Casas: Introducción a la filosofía;  Murena: El pecado original de América; Guerrero: Qué es la belleza; Aybar: El realismo intuitivo y así podemos seguir con una veintena de filósofos más que pensaron con cabeza propia.

Mientras tanto, maestros de filosofía europeos enseñaban en Argentina: Ángel González Álvarez en el 50 en Mendoza, luego vino Antonio Millán Puelles también a Mendoza en el 54, Roger Labrousse en Tucumán hasta el 53.

Pero esta libertad espiritual, este vigor del alma en su aplicación a los problemas filosóficos y políticos que despertó aquel famoso congreso, en la medida en que desaparecieron sus actores y cambiaron las circunstancias políticas se fue perdiendo para terminar en la nada filosófica de la Argentina de hoy en día.

El primer hecho que afecta el desarrollo de la actividad filosófica en nuestro país fue la intervención de la Universidad de Buenos Aires en el 55 por José Luis Romero, el hermano del capitán filósofo, según lo llamara Alejandro Korn a Francisco Romero, quien persiguió y expulsó de todas las universidades en donde pudo intervenir a los filósofos “flor de ceibo”, y así pasaron a ser desocupados, Carlos Cossio, Diego Pró, Miguel Ángel Virasoro, Nimio de Anquín, Leonardo Castellani et alii. Hasta Eugenio Puciarelli, Carlos Astrada y Luis Juan Guerrero fueron raleados, aunque por poco tiempo.

Esta intervención introdujo por la fuerza la teoría del capitán filósofo Romero de “la normalidad filosófica”, según la cual un filósofo moderno para ser tal debe cumplir con ciertos requisitos como: estar al día en cuanto a novedades, cumplir con el cursus honorum universitario pasando por todos los cargos de ayudante ad honorem a profesor titular, de ser posible a decano como él mismo o rector como su hermano. Realizar algún viaje al exterior, preferente Europa o Estados Unidos para contactarse con otros profesores afines.

Yo he tenido la ocasión hace unos pocos meses de leer las cartas de Romero a Ferrater Mora que son una muestra de supino cinismo.[1]

La politización que ejerció Romero sobre toda la actividad filosófica la pone de manifiesto el austero profesor santafesino Miguel Ángel Virasoro cuanto se le otorgó el primer premio de filosofía en 1956. Virasoro quien era el único filósofo del jurado renunció al mismo porque de antemano y sin tener en cuenta los méritos de otros posibles candidatos, así lo decidieron. Publica entonces una carta en el periódico Propósitos el 12/3/57: “demostré acabadamente que el capitán Romero no era un filósofo creador, sino un mero repetidor y divulgador de ideas ajenas, sin la profundidad y pleno dominio de la problemática filosófica contemporánea de Carlos Astrada ni la brillantez y genialidad de Fatone.”[2]

La imposición del paradigma de la “normalidad filosófica” hizo un daño terrible en la mentalidad de los futuros filósofos pues castró sus impulsos más creativos y personales.

El segundo hecho fue la creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnica por Decreto Ley N° 1291 del 5 de febrero de 1958. Su primer presidente fue Bernardo Houssay, Premio Nobel de Medicina en 1947, un  furibundo antiperonista. Su objetivo era formar investigadores en ciencias duras pero con la entrada del platense Emilio Estiú se le abre el campo a nuestra disciplina.

El futuro filósofo barrunta que además de la cátedra puede lograr una salida laboral en la investigación científica y así se comienzan a producir especialistas de lo mínimo como son los cientos de trabajos eruditos que llenan los armarios del Conicet. Sabido es que el erudito, en el raro caso de no ser estéril, trabaja un tema durante años, acaso durante toda su vida, y sus aportes son mínimos. En el fondo no pude saltar sobre la figura del empleado público[3].

Esto da al traste con el ideal del filósofo como aquel que ve el todo, que tiene una mirada holística, una visión y versión de la totalidad. No al ñudo Platón afirma en la República (537,c 10-15)”La mejor prueba de que una naturaleza sea dialéctica o no, es porque el filósofo tiene una visión de conjunto, y el que no la tiene no lo es”.

 

El tercer momento es el diálogo entre católicos y marxistas que se dio allá por el 62 al 65.

Ese diálogo nace como consecuencia de la encíclica Pacen in terris de Juan XXIII y es una continuación del diálogo en Francia entre Roger Garaudy y la revista Esprit fundada por Emanuel Mounier. Es por iniciativa de nuestro profesor de filosofía antigua Conrado Eggers Lan quien publicó en 1962 en la revista Correo del Centro de estudios de filosofía y letras de la UBA un reportaje sobre cristianismo y marxismo en donde sostiene que son compatibles. A él le respondió el marxista León Rozitchner en la revista Pasado y Presente, acusándolo de generar un “confusionismo moralizante” despojando al marxismo de su significación totalizante: el descubrimiento de los lazos que unen a los hombres entre sí en lo histórico económico.

A la polémica se sumó Oscar Masotta, que dejó luego la filosofía para ser el introductor de Lacan en Argentina, diciendo que son dos concepciones del mundo incompatibles aunque tengan temas en común.[4]

En mi opinión este diálogo entre católicos y marxistas fue un encuentro de ayuda mutua entre dos enfermos. El catolicismo perdiendo su poder a manos de la avalancha evangelista y el marxismo con un saldo de 100 millones de muertos.[5]

 

Esta polémica movió las calmas aguas del avispero filosófico argentino hasta que, después del Concilio Vaticano II (63-65), se va gestando lo que terminó en llamarse la Teología de la liberación y sus consecuencias posteriores en Medellín 68.

En el orden estrictamente filosófico, y a instancias e influencia de teólogos cristianos, el principal fue Lucio Gera (1924-2012),[6] se fue incubando lo que en el segundo Congreso de filosofía – Córdoba del 72- se conoció como filosofía de la liberación.

En ésta se destacan dos corrientes: una, la filosofía de corte marxista de la liberación donde se destacan Enrique Dussel, Cerutti Guldberg y Arturo Roig y otra: la filosofía popular de la liberación con Rodolfo Kusch, Mario Casalla y Juan Carlos Scannone.

Cualquiera que estudie estos seis autores, ni hablar de la serie infinita de epígonos, comprobará que el certero juicio de ese gran filósofo mejicano don Luis Villordo (1922-2014): “fue más un programa de filosofía que un desarrollo filosófico”, es lo más apropiado que puede afirmarse de ella.

No obstante tiene que destacarse el aporte de Kusch en su opúsculo La negación en el pensamiento popular, de una originalidad poco común.

                     

El secreto más guardado de la filosofía argentina

 

La historia de la filosofía en Argentina, que no es lo mismo que filosofía argentina, pasó por distintas etapas ya estudiadas por maestros de filosofía como Coriolano Alberini, Diego Pró y Alberto Caturelli.

El aporte propio de esta ponencia es que, tan destacados autores por una cuestión de tiempo de vida no pudieron tener en cuenta, todo el pensamiento sobre la liberación, tanto en filosofía como teología. Pensamiento que nace del enfrentamiento existencial de dos posturas: la de Astrada y la de De Anquín. La que primó hasta ahora es la políticamente correcta de Astrada, entendida como marxismo universitario aceptado por toda la academia y es por eso que se hacen tesis y tesinas sobre el primero y nada sobre el segundo. Es que los mismos profesores no saben ofrecer alternativas porque ellos mismos no conocen. Una vez más vemos que la culpa no la tiene el chancho sino quien le da de comer.

Pero si hurgamos un poco, aparece el pensamiento de Nimio De Anquín, toda su vida un contracorriente, sobre la singularidad americana.

Esta singularidad americana es preciso decirlo una vez más no está vinculada a la inventiva personal y caprichosa de tal o cual autor, sino al hecho liminar del presocratismo americano que nos coloca ante el ser como “elementales”.

Juan Sepich, un maestro de filosofía dijo: «El país nunca tuvo aristocracia. España puso su interés y su atención en Lima, México y Centro América. Nos tuvo abandonados. No nos vio ni nos consideró. El país se ha ido haciendo solo, haciéndose con su gente y su tierra».

De modo que el ser, para nosotros argentinos americanos, es lo que es más lo que puede ser. Y en ese sentido nos constituimos en un pensamiento disidente y alternativo a lo dado y aceptado, sea pensamiento único  o políticamente correcto.

El disenso sería, siguiendo a Platón, ruptura con la opinión y entonces será, el método de dicha postura. Como consecuencia, la política debe ser entendida a partir de la metapolítica y no como coyuntura, lo cual crea pensamiento alternativo y no conformista.

Cuando Gustavo Bueno, el más significativo, por lo inconformista, filósofo español hasta hace poco vivo me preguntó acerca de la filosofía en Argentina para agregar en su página de “filosofía en español”, le recomendé el mamotreto de 1500 páginas del querido y eximio profesor y tocayo Caturelli: Historia de la filosofía en la Argentina 1600-2000 que cuenta además con 550 páginas de bibliografía filosófica argentina que supone un trabajo de enanos el haberla realizado por un solo hombre. El libro comenta 1400 autores y se detiene en unos 200(ojo que me puso dentro de estos). De estos doscientos en mi criterio se destacan por su originalidad y penetración el 10%:

Virasoro, Miguel Ángel; Vasallo, Ángel; Terán, Sixto; Taborda, Saúl; Sepich, Juan; Rougés, Alberto; Moreno, Alberto; Pró, Diego; Murena, Héctor; Meinvielle, Julio, Massuh, Víctor; Kusch, Rodolfo; Guerrero, Luis; Casas, Manuel; Castellani, Leonardo, Aybar, Benjamín; Anquín, Nimio de; Astrada, Carlos y Alberini, Coriolano. Y que si me veo obligado a reducir a dos, ellos serían Astrada y de Anquín.

El secreto mejor guardado de la filosofía argentina es el que han realizado los pseudos filósofos de la autodenominada filosofía de la liberación cuando se autotitulan discípulos de Carlos Astrada (marxista-maoista) y borran la influencia de Nimio de Anquín, por considerarlo nipo-nazi-facho-falanjo- peronista.

El origen de esta disyuntiva creemos encontrarla  en el Congreso de filosofía de 1949. Visto a una  distancia de más de medio siglo podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que fue el hecho cultural de mayor significación internacional que produjo la Argentina en toda su breve historia. No existió ni antes ni después ningún hecho cultural producido por Argentina en su conjunto que tuviera la resonancia en el momento en que se hizo ni su prosecución en el tiempo (han pasado 70 años) y aún sigue siendo mencionado como un hito dentro del desarrollo filosófico mundial. Produjo una conmoción no solo por la enorme concurrencia de filósofos extranjeros (más de 70)  y locales sino porque se jugó el destino del pensamiento y la inteligencia argentinas.

La vida de estos dos filósofos corre paralela: nacen en Córdoba en 1894 y 1896, estudian en la misma universidad con los mismos profesores. Parten en 1926 con una beca para Alemania donde uno va a estudiar con Heidegger y otro con Cassirer. Los dos participan activamente en el I Congreso de filosofía de 1949. De Anquín con una sólida formación clásica en Aristóteles y Santo Tomás termina volcándose a Hegel y Astrada con una débil formación clásica pero una basta información contemporánea, también termina arropándose en el filósofo de Berlín.

Durante el primer peronismo Astrada dirige desde la Universidad de Buenos Aires los Cuadernos de filosofía mientras que de Anquín desde la Universidad de Córdoba edita por su cuenta y riesgo Arkhé (revista americana de filosofía sistemática y de historia de la filosofía).

La adopción por parte de ambos de Hegel y su Volkgeist (espíritu del pueblo) hace que Astrada por su pertenencia maoísta-marxista lo vea encarnado en “el proletariado” y de Anquín por su pertenencia al peronismo en los trabajadores y en “la tradición nacional” expresada por Lugones como “poeta óntico”. Los dos son antiimperialistas pero mientras que Astrada lo es al estilo marxista, de Anquín nos habla de un “imperialismo situado” y como se manifiesta aquí y ahora, al estilo de ese gran denunciante que fue José Luis Torres, el fiscal de la Década Infame.

En definitiva, de Anquín tuvo como eje de su pensamiento la realidad singular fantasmagórica que nos rodea y Astrada, filosofó sobre los textos como pretextos para otros textos. Éste mostraba con orgullo una foto con Mao y aquél su doctorado honoris causa de la universidad de Maguncia.

Enrique Dussel en su publicitada obra Filosofía de la liberación (ver pp.50 a 56)[7] ve el problema pero escamotea la verdad. Y así afirma que la filosofía de la liberación le debe su paternidad de Carlos Astrada y su Mito gaucho (1948) ignorando adrede, silenciando a propósito (lo mismo ha hecho Arturo Roig en su Pensamiento latinoamericano) la extra-ordinaria meditación de Nimio de Anquín El ser visto desde América (1953), que es la que realmente funda un genuino pensamiento americano de las identidades y de la disidencia al pensamiento único y políticamente correcto.

Así Dussel en sus infinitas “agachadas” al régimen de poder constituido y al statu quo reinante de los diferentes países donde ha vivido como “turista filosófico”, cuando habla de los crímenes sobre la filosofía corre rápido al ejemplo de Husserl y su expulsión por los nazis pero nada dice del asesinato de Jan Patocka por parte del gobierno comunista checo.

Tendría que aprender de la valentía del filósofo argentino Oscar del Barco quien reclamó igual juicio que a los milicos de la dictadura, a sus antiguos compañeros los montoneros, y lo ralearon de todos lados.

Hace ya muchos años otro buen filósofo argentino, Máximo Chaparro, me comentaba que había que desarmar la gran mentira en torno a don Nimio, porque fue él, el auténtico y genuino fundador de la filosofía popular de la liberación con el rescate “del Ser singular (que es el ser visto desde América) en su discontinuidad fantasmagórica. El americano es un elemental, y sus pensadores representativos se asemejan a los físicos presocráticos.., para quien filosofe genuinamente como americano, no tiene otra salida que el pensamiento elemental dirigido al Ser objetivo-existencial…y este pre socratismo americano será, al cabo, una contribución efectiva a la recuperación del sentido greco-medieval del ser”.

Y sobre esto me observa el mismo Chaparro que: “Esta recuperación tiene un hondo significado. Por un lado, la ubicación del filosofar americano dentro de la tradición europea, rescatando su y nuestra originalidad, y por otro, en el desarrollo de la autoconciencia, el encuentro con las cosas en su individuación y  potencial universalidad. A menudo algunos repetidores se refieren a de Anquín como prototipo de un filosofar regresivo y ahistórico, no comprendiendo ni la ontología del filósofo y menos aún su imponente hermenéutica de la tradición europea”. [8]

Y así como Hernández pintó en Martín Fierro al pueblo argentino, análogamente de Anquín, hablando desde Lugones como poeta óntico, ve que ese Ser singular está encarnado también en el pueblo argentino.[9] Es por ello que todo el pensamiento post anquiniano es un pensamiento sobre la identidad o sobre las identidades. Y así como la filosofía de la liberación de corte marxista y astradista “no ha sido más que un programa y no un desarrollo. El pensamiento sobre la “singularidad americana”  que nace con de Anquín (se haya sido o no discípulo de él) ha producido pensamiento filosófico genuino a través de figuras como Arturo García Astrada, Máximo Chaparro, Silvio Maresca y nosotros mismos.[10]

Irrita y subleva que sus alumnos directos, como Dussel o Roig, quienes han escrito trabajos ad hoc sobre él, como el zorro en el monte hayan borrado con la cola las huellas.

Esta línea soterrada de pensamiento argentino viene a sostener que somos una cultura de síntesis, que somos una interculturalidad y no el multiculturalismo como han postulado muchos pensadores de la filosofía marxista de la liberación. Esa interculturalidad se manifiesta en la religiosidad popular que es católica hasta el tuétano, cargada con todas las manifestaciones heterodoxas que nuestro pueblo le ha adherido (Gauchito Gil, Difunta Correa, etc.).

Nosotros nos inscribimos en esta tradición de pensamiento como hombres del campo nacional-popular y como nacionalistas de Patria Grande. Y ante el one word, el mundo uno, no nos queda más salida que el ejercicio del disenso y el rescate de las identidades y las diferencias, en el marco de una tradición cultural tan específica como la de nuestra ecúmene hispanoamericana.

 

Con la restauración democrática del 83 aparece un nuevo momento en la filosofía argentina, el del totalitarismo democrático, llevado a cabo por profesores que integran la revista latinoamericana de filosofía y nucleados alrededor de las figuras de Carlos Nino, asesor de Alfonsín, de Gregorio Klimosvky, como divulgador científico, de Osvaldo Guariglia, como profesor de historia de la filosofía, de Eduardo Rabossi, como analista político y de Ezequiel de Olaso, un especialista en Leibniz.

La matriz ideológica de este grupo, liberal en lo político y de un laicismo  izquierdizante en lo cultural, tuvo una vigencia de una década hasta que sucumbió ante la vaciedad de sus contenidos y cuando se acabaron los estipendios del Estado.

A este grupo estuvieron y están vinculados aquellos que hicieron filosofía analítica y matemática en Argentina, aunque ninguno llegó a la altura de don Alberto Morena. Así, los Asenjo, C. Alchurrón, M.Bunge, Raggio, Rahman que publican en peer review journals de Oxford U. P, Cambridge U. P., Springer, Harvard U. P., J. Hoppkins y, U.P. y algunas otras, no son por mí considerados filósofos porque el juicio sobre la realidad de lo qué somos de estos “hilvanadores de signos” viene prehecho por las exigencias ideológicas de esas mismas universidades.

Seguramente figurarán todos ellos en el Standford dictionary of Philosophy o en el de la Routledge  y publicarán en el Journal of the History Ideas, pero eso tiene una magra significación para quien se interese en saber qué es y cómo se desarrolló la filosofía argentina. Por lo demás la colonización cultural y filosófica de estos “personajes” los hace impresentables a una clara conciencia argentina y americana. Y acá intentamos destacar a aquellos que, en algún momento, pensaron por sí y no por otros.

 

 

Estamos ahora en la última etapa del despliegue de la filosofía en Argentina, la de la filosofía mediática, “la del gran aburrimiento” o, mejor aún, con la letra del tango “yo sé que ahora vendrán caras extrañas”.

Y esto es así, pues hace una veintena de años con el surgimiento de la cultura mediática, avances tecnológicos de todo tipo: Internet, redes, medios masivos de comunicación han surgido una serie de pseudo filósofos: Feinmann, Forster, Rozitchner, Kovadloff, Abraham y últimamente Dario Z (así lo llaman sus editores porque su apellido es dificilísimo). Estos personajes y otros van arrastrando al quehacer filosófico a una especie de “filosofía de bolsillo” donde meto la mano y saco un tema de actualidad. Y sobre él se perora durante días hasta que aparece otro.

Estas caras extrañas a la rica tradición filosófica argentina nos traen a la memoria la respuesta que Guerrero en 1936 a Max Horhkeimer, donde agradeció el interés de la Escuela de Frankfurt por la filosofía en la Argentina y su intención de establecerse acá, pero “nuestros intereses son diferentes a los suyos”.

A ello se suma la creación desde comienzos de este siglo de una veintena de universidades sedicentes nacionales, pero que en realidad tienen carácter de municipales, sobre todo en el cono urbano bonaerense, que reparten títulos de doctor en filosofía a diestra y siniestra sin ningún tipo de exigencia. Esto lleva necesariamente al bastardeo de la actividad filosófica, donde como dice Discepolín “cualquiera es un doctor, lo mismo un burro que un gran profesor.”

 

Nuestro interés hoy es levantar la puntería, y al final de la segunda década del siglo XXI, se tiene que ser intentar pensar desde lo que Virgilio llamó genius loci (clima, suelo y paisaje). Esto no quiere decir que propongamos un “telurismo siglo XXI”, sino simplemente “si pintas bien tu aldea pintarás el mundo”. Desconfiar como Proudhon, que “cada vez que escucho humanidad sé que quieren engañar”. Pensar a partir de la preferencia de nosotros mismos e ir construyendo lentamente un pensamiento disidente al propuesto por la cultura mediática que hoy se nos impone y que nos reduce a un homúnculo.

A un pensar castrado, sin aristas, que no corre el riesgo del pensamiento libre sino que está condicionado por mil prejuicios y preconceptos que esta cultura mediática y sus pseudo pensadores nos imponen todos los días por los mass media.

No puedo dejar de referirme a Heidegger y a aquello que leímos cientos de veces acerca de la existencia impropia en Ser y Tiempo (parágrafo 35): las habladurías, esto es, el hablar por hablar; la avidez de novedades y la ambigüedad. Tenemos que derrotar esa existencia impropia que nos quieren imponer y la mejor y única forma es pensando con cabeza propia y no con la de otro. Apoyándonos en nuestra tradición filosófica que es riquísima, con autores de primer nivel y de una enjundia poco común. También en investigadores, que los hay muy buenos, aunque son los menos.

No hay que escamotear la realidad aun cuando no nos convenga, pues la realidad, como enseñaba el viejo Aristóteles, es un conflicto de potencia y acto. Y por eso, no es solo lo que es, sino también lo que puede ser.

Y en este sentido no podemos caer en el optimismo ingenuo que todo se nos va a dar, pues “somos un país condenado al éxito” como dijo un ex presidente, ni en el pesimismo del contrera que ve todo negro. El temple anímico del verdadero filósofo es el de un realista esperanzado. Y este es el mensaje que quiero dejar en esta comunicación. Nada más.

 

 

(*) arkegueta, aprendiz constante

buela.alberto@gmail.com

[1] Hace poco estuve en Tucumán y visité a la profesora Lucía Piossek, hoy la última sobreviviente del aquel Congreso del 49, quien me mostró un voluminoso ladrillo-libro sobre las cartas de Romero publicado por gente de esta Facultad y en donde faltan las cartas del período 55/57, que yo leí en el archivo de la universidad de Gerona. Y que cualquiera de ustedes puede consular en la página “filosofía en español” de Gustavo Bueno, de la Escuela de filosofía de Oviedo.

[2] El mesurado Luis Farré cuenta el episodio en su Cincuenta años de filosofía en Argentina, página 171.

[3] Recuerdo con cariño y algo de tristeza cuando en mis estadas parisinas visitaba a Néstor Cordero, buen investigador y amable amigo, que se pasó la vida con el Poema de Parmémides: es lo que me da de comer. O peor aún a Ernesto La Croce, erudito también, quien en su leto mortis me dijo: y tantas cosas que tengo y nos las pude escribir por los benditos informes al Conicet.

[4] Las consecuencias lejanas de este diálogo las vemos en los destinos de los hijos de Eggers y de Rozitchner, los del católico, fueron asesinados por la dictadura militar 76-83, y el del marxista terminó siendo asesor filosófico de Macri. Moraleja, la candidez de la paloma es vencida por la astucia de la serpiente.

[5] Cfr. el libro de Stéphene Courtois, El libro negro del comunismo(1997)

[6] Lo conocí de muy joven en su primer destino como teniente cura de San Bartolomé en Parque Patricios. Y fue a instancias de un discípulo suyo, Juan Romano, que leí a los 15 años mi primer libro de filosofía: El criterio de Jaime Balmes. Lo de Gera fue más oral que escrito, sin embargo se han publicado dos tomos con la reunión de sus escritos por editorial Ágape, Bs.As. 2006/7. Dos son sus tesis principales: la crítica al clericalismo: “la Iglesia y sus problemas no son una cuestión de curas sino de todo el pueblo de Dios” y la recuperación de la “religiosidad popular.”

[7] Hay muchas ediciones pero la mejor es la de Editorial Docencia de Buenos Aires dirigida por Eugenio Gómez, que es también el editor de mis obras selectas.

[8] Caparro, Máximo: carta personal del 25/3/11

[9]la Guerra Gaucha es el anti Martín Fierro porque es la epopeya del hombre americano que defiende su tierra hasta la muerte; mientras que el Martín Fierro es el relato del individuo nómade que constantemente huye; la Guerra Gaucha crea patriotismo y coraje, el Martín Fierro resentimiento y astucia, la una es poesía de vida o muerte, el otro versificación de homicidio y de sobre vida” (Lugones, poeta óntico).

[10] Existe hoy en día un Centro de Estudio filosóficos Nimio de Anquín en la Univ. católica de Santa Fe que dirige muy buen el profesor Ignacio Lugli.

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