Alejandra Páez: “Llegué a Dios semidesnuda, con maquillaje de noche y sin ganas de vivir”
Tenía 19 años y una bebé con una endocarditis congénita. Estaba deprimida, tomaba pastillas y había intentado suicidarse. “Así llegué a Dios”, dice Alejandra Páez, pastora del templo evangélico La Hermosa, de barrio Cárcano, “semidesnuda, con maquillaje de noche y sin ganas de vivir. Por eso mi ministerio no hace diferencias”.
Su nombre representa una voz de la vertiente pentecostal del evangelismo, la que más ha crecido en los últimos años. Dirige un grupo de 95 pastoras que marca una diferencia con sectores para los cuales las mujeres son “sólo esposas”.
En abril, se lanzó como la referente cordobesa del Movimiento de Acción Social Federal (Masfe), un espacio político con presencia en varias provincias y que en Córdoba coqueteaba con el oficialismo. Pero eso acabó el miércoles pasado cuando, previo al cierre de frentes electorales, Alejandra recibió una carta de Héctor Bonarrico, líder del Masfe, con reproches por la proximidad de su iglesia con sectores identificados con el aborto, con el colectivo LGBTIQ+ y con alguna variante del peronismo. No le perdonan, dice, ser “la pastora de los trans”.
“Les dio miedo que se levante una mujer, les da miedo que se mueva la estructura”, afirma y asegura que seguirá en la política y que busca crear un partido nacional, el Frente Evangélico Político y Social.
“Me dicen mamá”
El templo La Hermosa queda al sudeste de la ciudad, más allá de la avenida de Circunvalación, sobre una calle que colinda con un cordón fabril en el que se destaca la planta de la cadena de heladerías más grande del país. Por allí pasan cientos de personas, en su mayoría jóvenes y “marginados”.
Alejandra recibió a cba24n en ese lugar, pocos días antes de la ruptura de su espacio político. El templo tiene un cuarto privado con una gran fotografía en la que se la ve junto a Omar, con quien convive desde los 17. Treinta años después de la noche en la que llegó “semidesnuda y maquillada de noche”, siguen unidos: “Llegamos juntos pero él se aferró a Dios más rápido”, evoca.
De las paredes cuelgan las camisetas de ex jugadores de Talleres, como Emanuel “Bebelo” Reynoso, Algo Araujo y Fernando “Ajito” Juárez. Los tres, practicantes en La Hermosa. No han sido los únicos.
Enfrentada, sobre un espejo, pende una espada, más brillante que filosa. “La uso para mis arengas, cuando quiero enfatizar que hay que pelear. Por ahí veo que los chicos están caídos y hace falta levantarles el ánimo.
—¿Pelear contra qué?
—Contra el mal, que siempre está en la tierra.
También hay una vara curvatura casi imperceptible. La llama báculo. “Los profetas lo usaban. Si el profeta llegaba con el báculo sin agitar, las cosas estaban en calma; si llegaba golpeándolo, las cosas estaban mal y era necesario un juicio. Juicio contra el mal”, precisa.
“Dar pelea a las manifestaciones del mal”, es la razón esgrimida por otros pastores para saltar a la arena política. Evalúan como retroceso la sanción de leyes que reconocen identidades alternativas y, especialmente, aquella que permite la interrupción voluntaria del embarazo.
Aunque ratifica su irrestricta defensa de la vida desde la concepción, Alejandra asevera tener otros motivos para su decisión de involucrarse en política. Lo más importante, señala, es continuar con el trabajo social.
“Mi teléfono no descansa”
—¿Cómo es un día típico suyo? El día típico de una pastora.
—Teléfono 24 horas. Mi teléfono no descansa. Hoy no podemos hacer visitas, así que todo lo que es atención pastoral es por Whatsapp o por videollamada.
—¿Cómo se ha reconvertido la acción pastoral en pandemia? Descuento que las celebraciones también han cambiado.
—Fue un cambio completo. Acostumbrados a ver la familia junta en el templo, hoy están a metro y medio de distancia uno del otro, buscando la ayuda de dios. Todo esto apunta a que el ser humano pierda el amor, la pasión. Afectó muchísimo a los matrimonios. Esta pandemia, el encierro, causó muchas separaciones, mucho enfriamiento en el matrimonio, mucha depresión en los chicos. Hoy estamos haciendo un trabajo muy fuerte para vincular a la familia otra vez, para que la gente vuelva a tener esa afinidad, esa pasión. Esta iglesia siempre fue carismática, muy de amarse, de abrazarse.
—¿Cómo se lleva con las nuevas tecnologías?
—Me costó mucho. No estaba acostumbrada a reuniones por Facebook. Pero hemos avanzado. La gente lo ha aceptado. Una está acostumbrada a atender mamás que vienen con problemática del hogar, por violencia de género… Mientras se desahogan, tratamos de darle afecto. Es triste ver a esa mujer desarmada, llorando y no poder abrazarla, no darle la contención que necesita.
—Esa mediatización a través de dispositivos tecnológicos, ¿no interfiere en la experiencia religiosa personal? ¿Se pierde algo?
—Sí, mucho. Podés dar todas las reuniones por Facebook, por Instagram, por Zoom, pero la gente necesita venir a la casa de dios. Vos venís y sentís esa fe activa. Por eso la gente se sintió desorientada cuando se cerraron las iglesias. No sabía dónde recurrir para buscar a Dios. Los evangélicos, tenemos la necesidad de estar en la casa de dios. Yo veo la iglesia como mi primera casa. Acá estoy todo el día.
—Más allá de esta actividad, ¿tiene algún trabajo formal?
—La familia. Tengo siete hijos, siete nietos. No dejo de ser mamá. No dejo de tener cuidado y contención porque tengo hijos que aun son adolescentes.
—¿Cómo manejan las tareas domésticas en la familia?
—Todo lo manejo yo. Yo cocino, lavo, me encargo de la casa.
—¿Así lo quiere usted o considera que así debe ser?
—Yo lo considero así. Si no trabajo esa parte, la familia se va perdiendo. Se pierde el vínculo entre madre e hijo. Porque hablás con tu hijo mientras cocinás. Con tanta tecnología, los chicos pierden el diálogo. Hay que buscar la forma de estar con ellos. La parte de cena y almuerzo, mamá no tiene que faltar.
“Vienen a educarse”
—Refiere al templo como su otra casa ¿Qué hace una pastora aquí?
—Trabajo social. Con mi equipo formamos, porque trabajamos sobre líderes. Nos juntamos con la comisión, que son 25 pastoras, y diagramamos los trabajos que vamos a hacer. Mientras las mujeres trabajan yo estoy ahí, comparto. Como no me salen las empanadas, cebo mates (ríe). Organizo todo. Mi esposo solamente predica.
—¿Usted predica?
—Enseño.
—¿Todas las pastoras lo hacen?
—En mi equipo de concilio hay muchas pastoras y la mayoría predica. En algunas otras áreas evangélicas las pastoras son sólo esposas.
—Ustedes son pentecostales. Entiendo que es el sector que más está creciendo dentro del credo evangélico.
—Sí. Es el sector que más está creciendo porque trabaja mucho en las áreas más vulnerables. No me gusta decir villa… Trabaja en los barrios donde nadie quiere entrar. Y los pastores somos muy respetados allí por el trabajo que hacemos.
—¿Qué diferencia la tarea de un ministro y un pastor?
—Solamente el rango. La pastora es tal para un grupo de gente. Los ministros, tienen pastores debajo. Los apóstoles tienen iglesias bajo su cuidado. Pero las jerarquías no son tan importantes. Lo que nos guía es la pasión por dios.
Divorcio y matrimonio igualitario
—Su iglesia, que incluye varios templos, tiene el mayor número de pastoras en Córdoba
—Así es. Son 95 pastoras. En este templo tenemos alrededor de 45.
—¿Por qué piensa que hay tantas en este templo?
—En general la mujer es como más… Se maneja mucho por el sentimiento, por la pasión. La mujer es más emocional, más afectiva, busca algo en qué confiar, algo en qué sostenerse. Al varón le cuesta más tomar el rol de buscar a dios. Las mujeres encuentran aquí la compañía, el amor… Una mamá. Ellas me dicen mamá. No me dicen pastora, me dicen mamá. O ma. O mami.
—¿Cómo toma que le digan mamá?
—Es hermoso. Yo me siento honrada. Acá los sábados hay alrededor de 260 jóvenes. Ellos tienen escuela de arte. Aprenden maquillaje, maquillaje artístico, bailes. También reciben charlas motivacionales en las que se los empuja a que estudien y se capaciten. Por eso no es que sólo vienen a la iglesia a buscar a dios. Vienen a educarse. La iglesia educa.
—En los últimos años hubo avances importantes del feminismo que derivaron en la sanción de leyes y en algunos cambios en la sociedad. ¿Encuentra vínculos entre ese avance y la mayor participación de mujeres en la iglesia evangélica?
-Creo que es por otras razones. No se trata de una ideología o del feminismo. Se trata de otra cosa. Acá la mujer se siente acompañada… Se siente contenida, comprendida, ayudada. Aquí hay mujeres que no se animan a ir por ayuda matrimonial. También nos toca tratar temas sobre la vida íntima de un matrimonio. Porque por ahí no se animan a ir a una ginecóloga y decirle: “bueno, no puedo…”.
—¿Qué hacen en ese caso?
-Las aconsejamos. Las empujamos a que vayan. Ellas vienen, dicen que están enfermas y preguntan si deben ir al médico. Nosotros les decimos: “Vamos a orar por vos, pero quiero que te vayas a hacer el chequeo y veamos qué pasa”. Hay gente que no tiene esa ayuda. Hay mujeres que crecieron sin mamá y me ven como su mamá. Para tomar cualquier decisión recurren a la ayuda pastoral. Aun cuando van a tener sus hijas.
—¿Qué opina del divorcio?
—Es un problema de la sociedad. Dios no te obliga a que vivas con una persona que te lastima, te golpea. Durante muchos años la iglesia empujaba a que la mujer estuviese sometida al hombre. Pero yo he entendido que la mujer no está obligada a permanecer al lado de una persona que la golpea y la denigra.
—¿Qué opina del matrimonio igualitario?
—Yo no tengo problemas con eso. Aquí, en la iglesia, tengo chicas trans. Las respeto. Son almas. Yo no veo su imagen, si es femenina o masculina. La veo como un alma que dios creó y que dios murió por ella. No te digo si me parece o no me parece, yo trabajo con ellas.
—¿Es común la presencia de personas trans en un templo de Córdoba?
—No. Tuve problemas por eso.
—¿Problemas con quién? ¿Por qué?
—Con pastores que todavía no lo entienden. No ven la necesidad de buscar a Dios. Porque ellos son personas. Quizás podés decir “sí, es un hombre vestido de mujer”. Yo lo veo como una persona que viene a buscar a dios. Porque cuando yo vine a Dios no vine vestida así. Yo vine a Dios en lo peor… Metida en muchas cosas. Dependiendo de pastillas para levantarme, para acostarme, para andar. Y dios no me desechó. No vio que vine semidesnuda, ni que vine drogada. Dios me aceptó como soy. Yo no puedo hacer excepciones de personas. El templo La Hermosa está abierto para todo aquel que quiera venir a buscar a dios.
Iglesia y política
—¿Por qué el salto a la política?
—Por la necesidad de transmitir y ser una herramienta para ayudar a aquellas personas que son vulnerables, que no saben cómo hablar, no saben cómo dirigirse hacia esta sociedad. Hay gente que no sabe hacer un trámite… La política es una herramienta. No puede dar todas las soluciones, pero sí es una herramienta para poder ser mejores, de ayudar a los que más necesitan. De ser un portavoz.
—¿Por qué la cercanía con Hacemos por Córdoba?
—Una de las cosas que me gustan es que el mismo trabajo y el mismo sentir que yo tengo con la gente más vulnerable lo tiene Alejandra Vigo. La importancia que le dio al niño por nacer, las salas cuna, el Programa Primer Paso. Hay muchas cosas que ella largó que, haciendo un buen trabajo, se puede lograr mucho.
—¿Ustedes pueden ayudar con ese trabajo?
—Creo que sí. Por ahí se reparte mal y muchos quedan fuera. Las iglesias sabemos quién necesita y quién no. Caminamos la calle todo el día. Antes las iglesias nos anulábamos con la política. Decíamos que la política no. Pero nos hemos dado cuenta que es una herramienta que necesitamos para seguir haciendo nuestro trabajo social.
Obviamente que sí. Pero nuestro trabajo no es la disputa de cargos. Es lograr que las iglesias, que los pastores puedan cumplir su rol, pero con el respeto que necesitan.
—¿Respeto ante quiénes?
—Ante la gente. A mí me respeta la gente que viene todos los días, la gente que me conoce, la que ve mi trabajo. Y no sólo dentro de la iglesia, también en barrios alrededor. Pero vas a un CPC, te presentás. “Soy la pastora Alejandra, necesito hacer este trámite”. (Con mohín de sorpresa recrea la reacción de un tercero): “¿Qué? ¿Ah?” (Mira con complicidad). Ese respeto. Tener una puerta abierta para que digan “viene la pastora del barrio a traer una mujer para que se le haga un trámite”… Me tocó llevar una mamá al Polo de la Mujer. Estuvimos 16 horas esperando. ¿En esas horas sabés cuánta atención pastoral hice? Alrededor de 20. ¿Sabés lo que sería ese Polo con un lugar que se dé a dios para contener a esa mujer golpeada, a esa mujer abusada, hasta que sea atendida por las autoridades?
—En su programa habla de un gobierno de justos. ¿A qué refiere?
—El libro del proverbio dice que cuando el justo gobierna, el pueblo se alegra. Eso refería a que cuando el pueblo de Israel obedecía a dios y el rey que gobernaba cumplía las leyes divinas, en el pueblo no había enfermedades, ni hambre, ni pestes, ni tribulaciones, ni cautiverios. Pero cuando el rey se desviaba de los preceptos y ordenanzas de dios venía la esclavitud y ocurrían pestes. Por eso, cuando cumple preceptos, es un pueblo bendecido, próspero, no sufre injusticias. Esta pandemia vino porque abrazamos la muerte. Cuando abrazamos la ley del aborto, se abrazó la muerte. Estamos pagando la injusticia de un gobierno impío. Cuando un justo tome un gobierno, será un gobierno bueno y próspero.