¿Argentina es una Nación?
El año 2010, donde tuvo comienzo el Bicentenario –recordando el primer gobierno patrio- y que termina en el 2016 –con el festejo de la Independencia Nacional- queremos hacer una primera distinción del pensamiento hegemónico dominante.
Por lógica, para nosotros como revisionistas, el hecho de festejar solamente el 25 de mayo como Bicentenario, sería convalidar la línea histórica liberal (Mayo-Caseros-Septiembre), por el contrario, comenzar las celebraciones el 25 de mayo, y culminar el 9 de Julio del 2016, es diferenciarse de la “intelligentzia” y adoptar una genuina posición nacional.
Y con esta idea comenzamos la reflexión sobre el Bicentenario.
Casi simultaneamente, nos viene a la mente una segunda…¿Es Argentina una Nación?
Si profundizamos en el análisis recorriendo nuestra historia; lamentablemente tendríamos que hablar de una historia argentina pendular dónde dos proyectos de país han estado en disputa hasta nuestros días, sin que ninguno lograra imponerse definitivamente.
¿Pero por qué decimos que la historia argentina es pendular?
La respuesta es muy sencilla. Básicamente porque a cada gobierno popular y nacional que hemos tenido le ha sucedido en el tiempo un gobierno de signo totalmente contrario. Esta pendularidad proviene del fondo de nuestra historia política, de nuestros orígenes, y denota una crisis aun no resuelta. O somos un país libre y soberano o somos una colonia sujeta a los dictámenes de una metrópoli.
Respondiendo al interrogante que nos formularamos; ésta dicotomía de los orígenes de nuestra nacionalidad sigue sin definirse y hace imposible cualquier intento serio por construir una Nación libre y soberana.
Aclaramos que para quien escribe estas líneas, “ser nacional” o sencillamente “argentino” tiene aquí un carácter político que incluye a todos aquellos que se reconocen como integrantes de la patria Argentina (en tanto patria proviene del latín “pater”, esto es, la tierra de los padres) y que la viven, al decir de aquél gran historiador que fuera José María Rosa: “como algo real y vivo, que no esta en las formas, ni en las cortes extranjeras ni en las mercaderías foráneas”. La Argentina es entonces, “una nacionalidad con sus modalidades propias (como todas las naciones), su manera de sentir y de pensar que le dan individualidad. No esta en los digestos legales sino en los hombres y las cosas de la tierra. Es el sentimiento de una tradición común y de un común destino y la conciencia de una solidaridad” .
A lo dicho cabe agregar –para disparar la polémica- que será auténticamente argentino aquél que vive la historia de la argentinidad como su propia historia, como las vivencias de un pueblo del que se es parte, y al que se tiene sentido de pertenencia y que en un todo configura la Nación, porque como decía Jauretche: “Lo nacional está presente exclusivamente cuando está presente el pueblo” ; o citando a ese gran español llamado José Antonio Primo de Rivera: “La Nación es unidad de destino en lo universal” .
Por lo expuesto, la propia manera de sentir y de entender la Argentina es excluyente de aquellos que no son argentinos más que de nombre, por el simple hecho –desgraciado para ellos- de haber nacido en esta tierra.
La Argentina no es algo formal; no consiste en un ordenamiento jurídico determinado, ni en un sistema de gobierno o económico establecido, ni en una superficial sociedad “civilizada”.
Por el contrario, Argentina es una comunidad real y sentimental, opuesta a la de quienes encuentran su lugar allí donde este sólo su bienestar, ya que como sostenía poéticamente Leopoldo Marechal: “La patria es un dolor que aún no tiene bautismo” . Poco y nada tiene que ver con los bienes materiales, peligroso e ideologizado concepto que reduce la Patria a las posibilidades económicas que esta ofrezca. Error éste de neto corte del marxismo materialista.
A la patria se le debe demasiado, (tanto como un hijo a sus padres) y no se podría menospreciarla sin deshonor. Sin embargo no faltan “argentinos” renegados que viven lamentándose: “¡Ay si tan sólo nos hubiesen conquistado los ingleses en lugar de los españoles, que bien nos iría!”; se les escucha decir. E increíblemente agravan el infundio, enalteciendo nada menos que a Inglaterra (a pesar de tener parte de nuestro suelo usurpado por la Pérfida Albión y cuando aún no esta seca la sangre de nuestros héroes de Malvinas), sus colonias; o a su más oprobiosa creación, los Estados Unidos.
Jauretche calificaba a estos personajes como tilingos, y decía en lenguaje llano sobre ellos: “Al tilingo la m _ _ _ _ se le cae de la boca ante la menor dificultad o desagrado que les causa el país como es. Pero hay que tener cierta comprensión para ese tilingo, porque es el fruto de una educación en cuya base está la autodenigración como zoncera sistematizada. Así cuando algo no ocurre según sus aspiraciones reacciona, conforme a las zonceras que le han enseñado, con esta zoncera también peyorativa. La autodenigración se vale frecuentemente de una tabla comparativa referida al resto del mundo y en la cual cada cotejo se hace en relación a lo mejor que se ha visto o leído de otro lado, y descartando lo peor”.
La patria entonces, es sinónimo de tierra de nuestros ancestros y antepasados. Es el suelo sobre el cual los padres han marcado su huella, el suelo sobre el que hundieron sus raíces (de aquí el término “arraigo” que se utiliza para caracterizar el apego al lugar donde se vive), sobre el que han edificado los monumentos, vestigios del pasado y nuestra historia. Al igual que se necesita de un padre y una madre para nacer, no hay hombre que no adeude a su patria la primera y fundamental expresión de animal político. Y como no se puede elegir a los padres, tampoco se elige nuestra nación que nos es impuesta por el azar del nacimiento.
Finalmente, resulta brillante el interrogante que formula sobre el tema, el autor francés Jean Ousset: “¿Y que llegaría a ser el pequeño hombre sin la aportación de bienes con que le colma desde sus primeros años, la comunidad en la que nace? Muchos, antes de estar en edad de hablar y de obrar, incluso antes de haber tomado confusamente conciencia de sí mismos, contraen con la sociedad en que viven deudas tales que los convierten en los deudores más insolventes por las liberalidades -muy variables, sin duda, pero inmensas si se las compara con la desnudez y la indigencia del hombre solo- que la sociedad les depara.
Después, un corazón seco, una razón viciosa podrán hacer de ellos rebeldes, y las más impías blasfemias les mancharán la boca; pero aun así estarán obligados a expresarlas en la lengua de su país, y todo, hasta los términos de su insulto, les habrá sido proporcionado por la nación que los acogió, nutrió, instruyó y civilizó.
El hombre es libre y se jacta de su libertad, creyendo que esta libertad es un efecto de su poder, sin ver que sólo goza de ella en la medida en que la nación en que vive se la permite. Si esta nación decae o es vencida, la más evidente inseguridad, la prisión, el trabajo obligatorio, las deportaciones, las restricciones, etc. dirán sobradamente todo lo que el hombre debe a la virtud tutelar de esa comunidad juzgada con demasiada frecuencia como un beneficio natural que viene por sí solo.
Lo que nosotros tomamos por un don espontáneo de la naturaleza bruta es, en realidad, el fruto de una paciente labor, lenta y difícilmente madurada en el curso de los siglos, que desgraciadamente es a veces comprometida o aniquilada por la locura de una generación.
¿Cómo es posible, entonces, que se pueda olvidar tan fácilmente que el hombre no nace en la flor de sus veintiún años y que hasta la comodidad, la independencia, la relativa seguridad de vida que hacen la felicidad de los seres sociales que somos, se las debamos a la nación que nos alberga y nos ha visto nacer?”. El fundador de la “Cité Catholique”, remata: “la patria es el suelo de las antiguas batallas. Es la tierra de los campos, de los vergeles, del polvo de las ciudades y de las carreteras. Es la tierra de los antepasados, la tierra de los cementerios, la que guarda a los que velaron por el niño, el adolescente y el adulto, e incluso a aquellos a los que no ha conocido, pero que son descritos y resucitados por las palabras tiernas y ardientes. Es el círculo íntimo, la tierra sagrada del hogar. Es espontáneamente objeto de afecto y de sentimiento. Es la madre, la Madre Patria. Es más sentida que pensada”. Es, ante todo, un asunto del corazón. Le es muy difícil al hombre desprenderse realmente de su patria, y si él la abandona, será en todas partes un extranjero.
*FEDERICO GASTON ADDISI es dirigente justicialista (historiador y escritor), director de Cultura de la Fundación Rucci en CGT, miembro del Instituto de Revisionismo Historico J. M. de Rosas, miembro del Instituto de Filosofía INFIP, diplomado en Antropología Cristiana (FASTA) y diplomado en Relaciones Internaciones (UAI).