Desde que Maradona dejó de jugar al fútbol, allá por 1997, fue dificultoso para la Argentina (por no decir imposible) el apreciar la llegada de otro jugador que contagiara su carisma, su virtuosismo, su magia. Su forma de hacer fácil lo difícil. Ese jugador que implícitamente haga sentir que cuando todo se torna complejo, bastará con darle el balón para que el cuento termine en final feliz.
Fue sino, hasta hace unos años apenas, que la llegada de Messi a su punto máximo implicó, en el subconsciente colectivo, la sensación que un sucesor había llegado. Que otra vez estaríamos allí, sin importar lo sinuoso del camino, con un tipo que en un segundo te hacía fácil lo difícil.
Pero resultó ser que el nacido en Rosario no es una réplica exacta del nacido en Fiorito. Y si bien su perfección se le asemeja no basta con dárselas “todas a Messi”. Porque el fútbol cambio y las condiciones de juego son diferentes. La época es otra y la “estrella mágica” que se posó en él una vez es muy similar a la de Diego, pero no exactamente igual.
Entonces, con el tiempo, pudimos entender que si a Messi lo complementamos de un grupo que acompañe su juego y ritmo, él puede ser alucinante. Que si cuando pasa el balón, este le regresa con la misma precisión, la magia aflora sin problemas. Que no alcanza con dejarlo recorrer 60 o 70 metros en soledad, porque ese no es el camino.
Que si bien no tenemos ya al Maradona “Todopoderoso” podemos cosechar bastantes nuevas alegrías si aprovechamos la existencia de Lio. Si abandonamos el unitarismo futbolero y jugamos con Messi y 10 más.
Algo similar le sucede al peronismo argentino. En Diciembre de 20015 la última líder rutilante que dio el partido, jugó su último match como “Maradona” y se convirtió en “Messi”. Desde luego pocos fueron los ojos que pudieron notar ese cambio hasta hace unas horas.
Esa metamorfosis no fue casual, sino más bien causal. Es que desde hace algunas décadas a la actualidad, el mundo ha mutado, también la realidad del país y la política, tal como la conocíamos, dejo de ser.
Anticipándose a las cosas, como suele hacer, Cristina Fernández, venía anunciando con bastante tiempo (como sucedió con el nuevo 10 argentino) que no todo podía depender de ella. O mejor aún, que no alcanzaba con «Cristina» únicamente para logar lo que el legendario partido entiende como «Modelo de País».
Acaso una última “gambeta” fue la aparición en ese video donde proponía la fórmula Fernández – Fernández. Una especia de “despedida Maradoniana” para convertirse inexorablemente en la “Messi de la Política”. En otras palabras, emitía un mensaje claro que sentenciaba: “Muchachos, no alcanza sólo conmigo”.
Tardó el espacio en darse cuenta. Tardó el Frente de Todos (el PJ y el Peronismo en su conjunto) en entender que era momento de construir otro candidato con la fortaleza similar a la de la actual Vicepresidenta, o rodearla con afines que acompañen un Proyecto y que sea (finalmente) el Movimiento el candidato y no los nombres propios.
La sentencia de la Causa Vialidad y la posterior frase de Cristina: “No seré candidata a nada en 2023” fue la estocada final de esta agonía que se anticipaba. La noticia pegó fuerte en propios y extraños. O, seamos justo, en aquellos que no tuvieron la visión de anticipar lo que se venía.
Y si acaso no quedaba claro el mensaje lo dijo sin tapujos en la noche del martes (en una cena partidaria en Ensenada): “tomen el bastón de mariscal, militen, hagan política y salgan a la cancha para defender el proyecto nacional y popular».
Está claro que los dichos de la Presidenta del Senado en redes sociales no fueron un arrebato, un desmadre o una exageración. Esa frase, esa sentencia, estaba premeditada y estudiada. Nada de lo que hace o deja de hacer es casual. La duda ahora es cuál será el próximo paso.
Por lo pronto este lunes 12/12 reaparecerá en públicamente en el marco de una cumbre del Grupo de Puebla que sesionará en el Centro Cultural Kirchner (CCK), donde estará acompañada por el presidente Alberto Fernández.
Quizás se vaticine una especie de “Cabildo Abierto”, como el que tuvo Eva Duarte el 22 de agosto de 1951, donde sentenció por la eternidad que “no renunciaba a la lucha” sino “a los honores». Allí entonces sus fieles seguidores, si es que todavía no se entendió el mensaje, insistirán con la posibilidad de que revea su postura, que deje sin efecto su decisión y aparezca en las boletas del año próximo.
O, tal vez, ocurra lo inesperado: que las mentes más lúcidas que integran el Movimiento, den cuenta de que esta CFK ya no es la “Maradoniana” que todo lo podía, que bastaba con “darle el balón” para cambiar el destino de quienes la seguían y articulen los medios necesarios para rodear a esta nueva Cristina (una especie de “Messi” de la política) con funcionarios acordes que puedan construir ese camino que buscan.
Este parecería ser el único camino viable para emular aquella gesta de insurrección kirchnerista que se dio a inicios del nuevo siglo. No ya a partir de Cristina sino junto a Cristina.
Porque sin decirlo, la “Jefa” lo viene advirtiendo desde hace varios discursos atrás cuándo alertó que no era ya “la joven aquella, la vida pasa, me tocó ser madre, me tocó perder a mi compañero, me tocó ser abuela porque la vida tienen esas cosas también” al tiempo que lanzaba “Unidad Ciudadana”.
Bastará esperar para conocer si el Peronismo es lo bastante rápido en asimilar el golpe. Reacomodarse, darle el lugar que pide (y necesita) Cristina y encare el 2023 con serias chances de repetir mandato o, contrariamente, desentienda el mensaje y entre en un ocaso como cuando Perón dejó este mundo, a la espera de un nuevo “jugador” que pueda “salvarle el partido en soledad, haciendo fácil lo difícil”.