Cuando intentaron bombardear Buenos Aires en tiempos de Perón. Por Pablo A. Vázquez
Las últimas noticias, en el medio de la pandemia del coronavirus, señalan la decisión del presidente norteamericano Donald Trump de iniciar una operación armada en gran escala para combatir al narcotráfico en el Caribe y a los políticos que se benefician, supuestamente, con dicho ilícito. Con una espectacularidad propia de una película yanqui sobre la Segunda Guerra Mundial, con despliegue de mapas y gráficos, el almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur, explicitó que miles de soldados norteamericanos están en la región para interrumpir las rutas de la droga de Colombia y de Venezuela.
Se movilizarán destructores, buques de guerra, cazas y helicópteros de la Armada, junto a sus Boeing P – 8 Poseidon para ataques antisubmarinos, más 10 buques de la Guardia Costera, y aviones de vigilancia de la Fuerza Aérea… Aún los Marines están en la espera!
La intención última es, como en estos años, atacar al gobierno bolivariano y jaquear la continuidad del presidente Nicolás Maduro, ya que la beligerante oposición venezolana, ariete de los EE. UU, ha sido inútil en sus intentos desestabilizadores.
Conmovido por esta acción armada, me trae a la memoria otros episodios similares que padecimos en la historia nacional.
Las acciones portuguesas sobre Colonia de Sacramento en la Banda Oriental, en el período colonial, sumadas a las invasiones británicas sobre Buenos Aires en 1806 y 1807, el ataque brasileño a Carmen de Patagones, más la ocupación de nuestras Islas Malvinas en 1833 por parte de Gran Bretaña, la acción bélica de Francia e Inglaterra contra la Confederación Argentina en la Guerra del Paraná (1845 – 1846) y la participación armada del Imperio del Brasil y del sector “colorado” uruguayo contra Juan Manuel de Rosas que devino en la derrota de Caseros en 1852 son, sumando la guerra de Malvinas de 1982, las más evidentes de explicitar.
Pero hubo otras intervenciones militares extranjeras que se proyectaron y no llegaron a concretarse, muchas por iniciativa local, así como hoy sucede en la hermana República Bolivariana de Venezuela.
En el siglo XIX hubo pedidos de invasiones extranjeras por parte del unitario Florencio Varela, a Francia y Gran Bretaña, contra la Confederación Argentina en tiempos de Rosas.
A los cien años de dicha demanda Beveraggi Allende planteó similar “ayuda militar”, ante los EE. UU, en tiempos del primer gobierno de Juan Perón, lo que le valió que perdiese su ciudadanía y se escapase al Uruguay para seguir conspirando.
Sin ir más lejos, aunque en un plano más patético, años atrás Elisa Carrió envió a la OEA y embajadas latinoamericanas cartas donde constaba la idea de una intervención a nuestro territorio para monitorizar, controlar y, llegado el caso, reestablecer el normal funcionamiento de nuestro sistema político en tiempos del kirchnerismo.
Para 1890, en el marco de la crisis económica del gobierno de Juarez Célman y la cesación de pagos a la Baring Brothers, el parlamento británico pensó en el envío de su flota para exigir el pago de las deudas. Si bien se desistió de bombardear Buenos Aires, no ocurrió lo mismo con Venezuela, ya que a fines de 1902 e inicios de 1903, también por deudas económicas, sufrió el bloqueo, bombardeo y desembarco de soldados por parte de Gran Bretaña, Italia y Alemania. Frente a la inacción norteamericana al no aplicar la doctrina Monroe, el canciller argentino Luis María Grado impulsó la tesis de la imposibilidad de ejercer sanciones militares por deudas económicas. La Doctrina Drago es hoy de reconocimiento internacional y amparó la soberanía venezolana, lo cual es reconocido por dicho país, basta recordar su apoyo irrestricto a la causa argentina y nuestra soberanía sobre las Malvinas durante la guerra del ‘82.
Pero quizás un caso olvidado fue la intención norteamericana de intervención armada en 1944 contra la Argentina. Producida la Revolución del 4 de junio de 1943 sus objetivos fueron el mantenimiento de la neutralidad en el transcurso de la guerra mundial y reafirmar relaciones con los países vecino, lo que fue como un planteo expansionista pro nazi. Fue así como Estados Unidos impulsó desde sanciones económicas hasta el aislamiento diplomático. Pero estas medidas amenazaban con escalar y se llegó a plantear la invasión a nuestro país. Según Carlos Escudé en Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina 1942 – 1949 (1983): “Hacia principios de 1944 el derrocamiento del gobierno argentino era la política oficial del gobierno de los Estados Unidos”. Para ello “(Cordell) Hull preparó una acusación contra la Argentina por enriquecerse durante la Segunda Guerra Mundial mientras sometía a sus vecinos a los peligros de la dominación nazi, toleraba a los agentes nazis y jugaba un rol decisivo en el golpe boliviano. El comunicado incluía (…) una orden de congelamiento para todos los activos argentinos en los Estados Unidos. (…) Roosevelt aprobó un aumento del “préstamo y arriendo” para el Brasil. Simultáneamente, se ordenó al transferencia de poderosas unidades de la Flota del Atlántico a la boca del Río de la Plata, al comando del almirante Jones Ingram”.
El corte de relaciones diplomáticas con el Imperio del Japón y, por ende, el III Reich, más el recambio de los generales Pablo Ramírez por Edelmiro Farrell al frente del ejecutivo local no hizo variar la opinión norteamericana.
Escudé señaló que hubo un pedido al presidente brasileño Getulio Vargas, aliado de los Estados Unidos al punto de enviar tropas al escenario bélico europeo, de acompañar una invasión contra la Argentina. La idea era que el ejército del Brasil penetrase en territorio argentino y, a su vez, aviones y pilotos norteamericanos – ataviados con los símbolos de las fuerzas armadas brasileñas – bombardearan Buenos Aires.
Con el pretexto del expansionismo argentino y eliminar el eje Farrell – Perón, se le ofrecía al Brasil, a cambio de colaborar en la invasión, convalidar la anexión de la Mesopotamia bajo reconocimiento norteamericano.
Pero eso fue desestimado de plano por el presidente Vargas, a quien lo unían fuertes lazos con la Argentina y con Perón, planteando que sería una acción indigna para su país.
Tras la firma del armisticio con Alemania, EE.UU siguió presionando a la Argentina con su embajador Spruille Braden, como virtual jefe de la opositora Unión Democrática, el cual aún planteaba la hipótesis de la intrusión yanqui en nuestras tierras para echar a Perón.
Braden comunicó al Departamento de Estado norteamericano, en septiembre de 1945, siguiendo a Jane Van Der Karr en Perón y los Estados Unidos (1990), que: “La importancia de las cuestiones en juego, sumada a la firme voluntad de los nazis locales de mantener en el poder, harán sumamente difícil encontrar una solución pacífica a la situación actual. La oposición, haciendo caso omiso de sus responsabilidades, confía en una intervención extranjera (EE.UU.) de la que, sin embargo, serían los primeros en sentirse agraviados. Mientras la oposición persista en este comportamiento, Perón y su grupo no pueden ser derrocados desde el interior de la Argentina”.
Los sucesos del 17 de octubre de 1945 y la liberación de Perón dieron un giro inesperado que replanteó la política exterior norteamericana con respecto a nuestro país en vísperas de la asunción de Juan Domingo Perón como presidente constitucional. Pero 1955 demostró que de una u otra forma, lo mismo que muchos golpes en el Cono Sur, la mano imperialista movió sus hilos.
Años después, a modo de casi humorada, un presidente uruguayo, con el pretexto de una supuesta amenaza argentina, no sólo planteó la descabellada hipótesis del conflicto con Argentina – y su respuesta delirante a través de una guerra de guerrillas (sic) – sino que buscó el apoyo servil del amo del norte como “amigo y aliado”.
Con la Organización de Estados Americanos al servicio norteamericano en su ataque a las democracias populares latinoamericanas y los medios hegemónicos de la región en sintonía con los intereses imperialistas, sólo la voluntad de los pueblos y su toma de conciencia podrá poner freno a esta avanzada del Norte, en medio de un desastre sanitario global.
La Argentina, hoy con un gobierno nacional y popular, debe ser firme en su postura internacional, denunciar este atropello y apoyar sin restricciones la soberanía venezolana.
Las palabras de Perón, del 1° de mayo de 1974, son proféticas: “A niveles nacionales, nadie puede realizarse en un país que no se realiza. De la misma manera, a nivel continental, ningún país podrá realizarse en un continente que no se realice.
Queremos trabajar juntos para edificar a Latinoamérica dentro del concepto de comunidad organizada. Su triunfo será el nuestro… Nuestra tarea común es la liberación”.
* Politólogo; docente de la UCES; miembro de los Institutos Nacionales Eva Perón y Juan Manuel de Rosas.