14 de noviembre de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

De Once a Gesell , cómo resignificar el dolor. Por Ricardo Varela

Todos recordamos la tragedia de Cromañón.

Fue un incendio producido la noche del 30 de diciembre de 2004 en el boliche República Cromañón durante un recital de la banda de rock Callejeros. Provocó una de las mayores tragedias no naturales en la Argentina y dejó un saldo de 194 muertos y 1432 heridos.

Para que sucediera “Cromagnon” se encadenaron una serie de situaciones irregulares que individualmente podrían haber pasado desapercibidas. El local estaba sobrepasado en su capacidad, sus techos estaban revestidos con telas inflamables y tóxicas, la banda se auto promocionaba como “la más bengalera del rock”, y las puertas de emergencia estaban cerradas con candados. De repente una bengala incendió “el techo” y la única puerta de salida se obturó por la estampida de quienes querían huir. Un cóctel explosivo que terminó siendo una trampa mortal para 194 personas que solo querían disfrutar de música en vivo.

Cromagnón fue producto de la negligencia, la corrupción, la desidia, la ignorancia y la connivencia de policías, políticos, empresarios y músicos.

Hay un antes y después de Cromagnon en múltiples sentidos.

Los familiares de los jóvenes fallecidos y los sobrevivientes conformaron un gran colectivo de movilización pública y demanda de justicia, tanto por las muertes como por los daños sufridos. En lo político, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires inició un juicio que terminó con la destitución del entonces Jefe de Gobierno Anibal Ibarra por considerarlo responsable político de la tragedia. A la hora de votar, Ibarra (que promediaba su segundo mandato) solo tenía 6 legisladores propios sobre 60. Allí sucedió el pacto/traición (que dura hasta hoy) entre el macrismo y Jorge Telerman (que terminó asumiendo la jefatura de gobierno en versión afrancesada).

En cuanto a lo sociocultural, la tragedia concientizó a la comunidad sobre el estado precario de los boliches bailables y los espacios destinados a espectáculos musicales. De repente gobierno porteño revisó el estado de las discotecas y clausuró una gran cantidad antes de impulsar distintas leyes de asistencia, subsidios y ayuda a los familiares de las víctimas y de fijar nuevas condiciones edilicias para la habilitación de boliches y espacios para eventos. Esta última norma (con nuevas condiciones edilicias para lograr las habilitaciones) fue copiada por muchos gobiernos provinciales y municipales, que buscaron “curarse en salud” a partir de la trágica experiencia porteña.

La erradicación de la corrupción policial y de los inspectores municipales, y la connivencia de ambos con los empresarios (dueños de los negocios y el dinero), no se pudo, puede, ni podrá, imponer por ley. Sin embargo la tragedia de Cromañón será siempre una nube negra para policías, políticos o empresarios que quieran desviarse del camino que divide lo que está bien, de lo que está mal.

La semana pasada, cuando habían trascendido las declaraciones judiciales de los jóvenes detenidos por el asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, hubo una palabra que destrozó almas y corazones: “caducó”. Eso decía uno de los jóvenes sobre Fernando, según lo que se podía leer en las transcripciones de lo declarado en Juzgado.

Esta semana, que se conocieron los audios y mensajes de WhatsApp que compartieron “los rugbiers” asesinos, Lucas Pertossi le puso su voz a aquel texto frío: “Amigo, estoy acá cerca donde está el pibe y están todos ahí a los gritos, está la policía, llamaron a la ambulancia… caducó”. Terrible. Sin embargo, Lucas resultó ser el más ubicado en tiempo y espacio, y reconocer lo que estaba pasando, lo que había pasado. A su primer audio le siguieron una serie de intercambios que confirman la desaprensión y el desprecio por el otro: “Estoy buscando a este Ciro, es pajero… Me dice vení al mercado que pasamos siempre, estoy en el mercado a la vuelta del hotel y no están, amigo… es más lolo este Ciro”; “No se cuenta nada de esto, a nadie, eh”; “Ey, posta posta, estamos yendo al Mc Donald’s. Ahora vamos para el centro a ver qué onda, capaz lo cruzamos…”, casi entre risas especulaban con la posibilidad de regresar al lugar donde habían asesinado Fernando.

Estos chicos son los mismos que (ya detenidos) quisieron involucrar a Pablo Ventura como autor de la golpiza “como una broma”; y los mismos que ahora declaran no saber por qué están detenidos o que ésta es una causa fogoneada por los medios.

Tal vez la cárcel los ayude a encontrar “el centro”. Tal vez la presión mediática ayude a que (como en Cromañón), haya un antes y después de Fernando.

Ricardo Varela, director de Diario Sur