Derrota electoral del Gobierno: no conciben que un pobre no los banque ideológicamente. Por Mayra Arena
La crisis de representación que existe en los barrios despertó la ira de muchos compañeros que tratan de “ingratos” a los que menos tienen. Esta irracionalidad de creer que los pobres te deben algo, ya sea simpatía política, el voto o lo que fuera, ha mostrado las hilachas de quienes creen que el pobre es sólo estómago o sólo bolsillo: no conciben que un pobre no los banque ideológicamente.
El centro de la política peronista hace rato se viene corriendo hacia la izquierda, en especial desde lo moral/ideológico, mientras que permanece estancado en lo económico. Quienes defiendan el ATP deben saber: no llegaron los ATP a los barrios pobres, donde todos sabemos que se comercia desde la informalidad. El IFE duró 3 meses y la pandemia un año y medio. Los planes sociales y algunos beneficios solo llegan a la población más politizada y los pobres antiplanes (incluyendo algunos que los cobran) son cada vez más. La inflación es apabullante, el billete de más alta denominación no llega a llenar una bolsa de mercadería. Hace rato que ya no hay una época del mes que no se viva como fin de mes.
No podemos ser tan infantiles de echarle toda la culpa al “voto bronca” porque las cosas nunca suelen ser tan simples por estos pagos. Suele verse que el político hable con el corazón y el laburante le responda con el bolsillo, ahora pasó que ni siquiera sintió que le hablaran a él. ¿A cuántos incluís cada vez que decís todes y a cuántos dejás afuera? Si no se habla el mismo idioma, difícil que surja una identificación. El precio de sentirse inclusivo se paga caro: dejás afuera a muchos que todavía no resolvieron demasiados quilombos como para seguirte el tren. No me terminó de cerrar el feminismo y ya me estabas corriendo con la movida no binarie.
Aclaremos algo: la mayoría de la gente no está en contra de estas causas. Tampoco están a favor. Simplemente son causas ajenas, amorfas, extranjeras. La mayoría no las abraza simplemente porque no les generan ni fu ni fa. En todo caso está claro (para nos, los politizados) que no son causas en detrimento de la justicia social, pero que son percibidas como grandes distracciones: ¿Qué estabas haciendo mientras yo le quedaba debiendo al almacenero porque la yerba se me fue a 500 pesos?
Y acá entra algo incómodo para muchos pero que es necesario decir: las grandes mayorías no tienen agendas ideológicas. Las grandes mayorías no quieren que les rompas las pelotas, y tampoco te las quieren romper a vos. Cada vez que me cancelás un artista que me encantaba o me hacés sentir una porquería por reírme de algún cuento viejo pienso más que vos y yo no tenemos nada que ver. Si ni siquiera nos reímos de lo mismo, si no me dejas reírme a mí, si me retás como a un nene cuando digo algo “incorrecto” ¿en serio esperás que me identifique con vos?
Hace rato que venimos diciendo: guarda que la mayoría no se prende en tu movida progresista, guarda que las mayorías tienen otros problemas y otros valores. Una población que viene empobreciéndose hace años en picada, enojada por la falta de escuela, destruida por las restricciones de la pandemia viendo cómo las políticas siempre parecen tocarle a gente “especial” o minoritaria. ¿Y yo, que soy común, para cuando?
Esta corrida hacia la izquierda moralista (que hoy no hace autocrítica si no que nos trata de odiadores seriales de minorías) es cada vez más notoria y genera un quiebre de representación. ¿Es culpa de las minorías postergadas? ¿Hay que seguir postergándolas hasta el infinito? Claro que no. Mientras se reivindicaron los derechos de estas personas, cayó el poder adquisitivo de todos, minorías y mayorías por igual, por lo que queda a la vista que una no agenda fue en detrimento de la otra. Podría haberse llevado otra agenda, más popular y pragmática en paralelo, pero no se hizo y, aun así: cuidado, porque a nadie le gusta que le impongan lo que tiene que pensar.
“Tus problemas siempre son más importantes que los míos” es una frase que escuchan muchas parejas antes de separarse. El peronismo es ese partido que alguna vez le hizo sentir a los pobres, a los trabajadores, a los excluidos, que sus problemas importaban, que ellos eran ahora el sujeto político, la agenda y el horizonte. Hoy tenemos trabajadores sin trabajo y con representantes que hablan a públicos más ideológicos que terrenales. Yo no pido que salgan de las redes, pero salgan de Twitter y péguense una vuelta por algún grupo de compra y venta de Facebook, que lo que van a ver es mortal.
Es esperable que las mayorías sin otra causa más que la de poder vivir tranquilo, tener un mango y que no te peguen un tiro para sacarte el celular, encuentre quien los represente sin pedirle un certificado de corrección política. El electorado (casi) siempre va a encontrar quien lo escuche, quien lo identifique y, sobre todo, quien no lo rete. (También pedimos que dejen de hartar con sus reglas que no le mejoran la vida a nadie y sólo los hace sentir superiores moralmente, pero aclaremos que esto no lo digo en nombre de nadie más que el mío).
Y claro, no todo son las grandes cuestiones morales de la vida. Mientras las mayorías sin grandes causas tenían reclamos concretamente materiales, se apostó cada vez más por lo simbólico. Pueden no caer mal las ampliaciones de derechos, pero no se olviden de Cabezas. Mientras que algunos no vieron venir que los sectores pobres tienen ideología propia, otros creyeron que iban a bancar la crisis con más fidelidad de la que se vio el domingo, y no son pocos los que creen que lo que hubo fueron problemas de comunicación. Spoiler: me disculpan, pero sospecho que billetera mata cassette.
Por otra parte, la relación con el Estado se volvió más notoria que nunca. ¿Mira igual el día a día el que sabe que va a cobrar todos los meses que el que vive apretando los dientes? ¿Cómo cayó que se levante el IFE en plena pandemia? Llamo a un juzgado y no hay nadie, pero a la noche me cruzo a la mina en un bar: el no retorno al laburo público de los que ya habían retomado la vida privada se vivió como una enrostrada violenta. ¿Hasta cuándo el Estado va a estar de cuarentena mientras yo tengo que lidiar con la vida a medias? Las decisiones aleatorias de qué cosas sí, qué cosas no, y ahora tengo que bajarme una app cuando este celu es una cagada y tengo que borrar otra para tener espacio.
Economía
El desencanto quedó en evidencia. En campaña me dijiste que me ibas a solucionar los problemas, pero desde que asumiste me decís que querés evitar el conflicto. Los discursos son inclusivos mientras el precio de la comida es excluyente. La comunicación del ticket del chino nunca me miente.
Hablar de plata hoy es el verdadero tabú. Nuestro problema es de producción, no de distribución. La brecha que existe entre la población con una educación cada vez más exigua –y en el último año y medio, nula– y la demanda laboral –cada vez más chica y exigente– deja en offside a millones de personas de todas las edades. Sólo nos queda concluir: o adaptamos el sistema para que pueda entrar la gente o adaptamos a la gente para que pueda entrar al sistema. No me prometas un ideal de un mundo más justo mientras el de hoy me exige idiomas, buena presencia y 3 años de experiencia. (¿Lo peor? En ciudades con problemas de desempleo estructural, aún con todo eso no encontrás laburo hace años).
La solución al problema económico no se reduce a “poner plata en el bolsillo de la gente”: ya lo dije atrás, aquellos que tienen problemas económicos, también tienen ideología (y esto a muchos los dejó shockeados). Aún en esos barrios donde el mango escasea que da calambre, los planes no sólo no son siempre bienvenidos: cada vez causan más rechazo. Si alguien que cobra planes gana casi lo mismo que yo, yo me convierto en un gil laburante, mientras el otro es un piola bárbaro. Pero más allá de esa máxima, detrás de lo ideológico, está lo real: los salarios paupérrimos han logrado que trabajar sea inviable para los más pobres. Parece una joda, pero trabajar, a parte de imposible, se volvió caro. Los costos de traslado, la comida fuera de casa, conseguir quien me cuide el nene (y si vivo solo encontrar quien me cuide la casa ¿vos sabés lo que es dejar la casa sola en este momento?) esperar el colectivo y exponerme a la inseguridad, esperarlo y que no pase, comerme los garrones propios de la vida laboral, etcétera, etcétera. Aún los que siguen peleándola desde la búsqueda porque no toleran otra forma de ganarse el mango, no encuentran un empleo que valga la pena. Sobran currículums que ya ni hay a dónde tirar (porque ahora las empresas lo piden por Internet).
Lo que muchos repiten como mantra: “Hay que convertir los planes en trabajo” nadie explica cómo lo va a hacer. Lo que sí sabemos es que en esas múltiples capas de desempleados, los hay de todas formas y colores: los emprendedores incansables, los que se inventaron un perfil en Instagram para vender, los que caranchean en los grupos de compra venta, los changarines, los que nunca agarraron Internet y siguen en el mercado de la basura y la chatarra, los que duran dos o tres meses porque más no se aguanta (por tan poca guita no hay quien aguante), los rappi, los remiseros truchos, los UBER, los que cuidan hijos de otros laburantes que licúan el sueldo, los que hacen de todo, los que harían lo que sea pero no saben hacer nada, los que buscan y no encuentran hace años, los que nunca pudieron entrar aunque se formaron porque simplemente hay ciudades donde hace años “sobra gente”. Buscas, buscas y más buscas. Amarguísimo el sabor del desencuentro.
También están, claro, los que nunca trabajaron ni buscaron trabajo: ese sujeto que, nacido en la marginalidad, formó su flaco colchón en base a lo que el estado le diera. Gente que no quiere laburar hay en todas las clases sociales, pero es en la pobreza donde el estado parece contener sin reparar, generando un desasosiego social. ¿Cuándo le llega el título de egresado al que necesitó un plan? Creo que si hay derecho a recibir cuando uno necesita, también debe haber derecho a dejar de ser un eterno necesitado. En esa brecha de productividad donde algunos parecen no tener nada para ofrecer en el mercado, hay incluso algunas fracturas: ponete una mano en el corazón y aceptá que algunos ya no van a poder entrar, a menos que esta vez la política y el mercado piensen en algo distinto.
La franja etaria o la sorpresa de que los jóvenes (que hasta hace un par de años, según el progresismo “la tienen re clara” “nos enseñan a nosotros”) no apoyen masivamente al oficialismo también parece sorprenderlos. Si la progresía se vuelve norma es natural que la resistencia sea conservadora, pero además ¿pensaste qué quiere un pibe de veinte años? Quiere muchas cosas, pero ante todo descular cómo ganar plata para lograr esas cosas. Al mundo lo mueven los sueños, pero a esos sueños les faltan financistas.
Los siempre dejados de lado, los mayores de cuarenta y pico sin laburo, muy jóvenes para ser viejos, muy viejos para encontrar laburo, muy comunes como para figurar en alguna agenda, siempre quedan afuera de todo. La certeza de que tu problema no le importa a nadie es un trago amargo: al menos a los jóvenes les hablan, a vos nadie te saca charla en esta fiesta.
A modo de resistencia, en lugar de salir a tildar a toda la población de “facha” (y de muchas cosas más) yo me fijaría un poquito más en otras cosas. No sólo por el hecho de que llamarle facho a cualquier cosa vacía el sentido político de la palabra, sino porque el Gobierno tuvo clarísimos errores y desfases con la realidad. También prestaría atención a qué le llaman derecha. (Si alguno de ustedes es stalker mío, verán que algunos seguidores me vienen comparando con Milei. Bueh.) Si se te volvió de derecha hablar de criminalidad: fijate que a quienes más afecta es a los pobres. Si se te volvió de derecha hablar de cargas impositivas, fijate que a quienes más afecta es a quienes podrían ser tus socios sacando a la gente de la pobreza. Si se te volvió de derecha que alguien no hable con la e, fijate que podés ser medio fantasma.
Seguridad
La criminalidad ha aumentado poco en comparación a lo que ha aumentado la pobreza, pero está cada vez más filosa en los barrios pobres. El delito desorganizado, el robo al boleo, el rastrerito, aparecieron en la escena y las estadísticas oficiales lo confirman: la Policía agarra cada vez más pibes sin antecedentes.
Hace rato venimos pidiendo que la política deje de ser indulgente con la delincuencia. ¿Pedimos mano dura? No. No todos. Pero si me roban, preferiría que el Estado esté de mi lado. La criminalidad afecta a los más pobres, porque quienes tienen recursos pueden pagar elementos de seguridad y prevención. Por el otro lado, quienes roban, son marginales con cada vez menos recursos intelectuales, gente que solo puede robarle a alguien igual de pobre que ellos. A largo plazo nadie discute que una sociedad más justa y más igualitaria traería menos delito. Pero la gente no pide tanto, se sentiría mejor si por lo menos le alumbraras la parada del bondi.
Escribí en mayo del año pasado: “Quienes exigen respuestas y soluciones, suelen ser hombres y mujeres de clase trabajadora, laburantes de a pie y comerciantes para los que el robo y el delito tienen un peso moral importantísimo, además de sentir miedo de que en cualquier momento les pase algo a ellos o a sus seres queridos. La militancia, lejos de escuchar e intentar comprender la furia, los tilda de fachos. El funcionariado ahí anda.
En segundo lugar, minimizar el robo, alegando que es un delito menor, es un error gravísimo. Por supuesto, ante el organigrama penal, el robo seguramente será un delito menor. Pero para un laburante que se compra un celular en setenta y ocho cuotas y se lo roban a la segunda (y tiene que seguir pagándolo sabiendo que ese pibe lo vendió por dos mangos) el robo tiene un peso transcendental. Que te roben el fruto de tu esfuerzo (y peor, si sos de barrio sabés quién te robó, a quién se lo vendió y a cuánto) es mucho más doloroso que cuando te roban y tu poder adquisitivo es otro. De ahí que se condena al robo en los sectores laburantes mucho más que en cualquier otro lugar.
Otro error es el de colocar en situación de víctima al delincuente. No estamos negando acá las condiciones de marginalidad (me he cansado de explicar y explayarme en sus diferencias con la pobreza) sino exponiendo la ofensa que es para millones de argentinos víctimas de la pobreza que el delincuente sea más comprendido que la víctima de robo. Es absurdo tener que decir lo obvio: la abrumadora mayoría de los que nacimos en la pobreza jamás le asomamos la cara al delito sin importar lo mal que lo hayamos pasado. Desconocer que es en la miseria donde más se afirman (y se ponen a prueba) los valores, es desconocer la realidad por completo”.
Por último, déjenme que apunte algo más delicado (y personal). La baja de la talla en los delincuentes, cada vez más flacos, más petisos, más aniñados, ha generado que mucha gente se resista a los robos y se resuelva todo en un mano a mano. La violencia contra la violencia se vuelve ley ahí donde no llegan patrulleros porque no hay móviles disponibles. Atención ahí porque la alerta es doble. Dejo un paréntesis acá porque este tema todavía lo estoy armando, pero vengo viendo un patrón constante.
Educación
Hace diez días hablé con un querido amigo. Le dije que íbamos a perder en barrios pobres, que la gente estaba muy enojada porque no hubo clases y ahora los hijos no quieren volver. Me dijo que empatábamos o ganábamos por dos puntos. Por suerte, no me corrió con lo que te corre la militancia sorda: “clases siempre hubo”. ¿Para quién? Para los que pudieron adaptarse al cambio, para los que tenían más de un celu por familia, para los que tienen Wifi. Habrá muchos niños héroes que se las arreglaron para seguir sin nada de eso, pero la educación es un derecho, no una actividad para niños extraordinarios.
Hay quienes temen hablar del sistema educativo. Creen que hablar de su pésimo estado, es atacar a los docentes. Lejos estoy de esa postura. Si queremos una educación que nivele para arriba, que los niños desarrollen habilidades y competencias que los vuelvan capaces, debemos pelear a muerte por mejorar drásticamente la escuela pública, que ha perdido hasta su legitimidad. La cuarentena era, por ejemplo, un gran momento para arreglar todas las escuelas. No ocurrió. El estado de las escuelas públicas es innegable. El ausentismo del alumnado es tan preocupante como el docente. El pésimo estado hace que las clases medias (e incluso las medias bajas, que se pelan el cuero para pagar) emigren a la privada. Más pobres en escuelas pobres es igual a menos convivencia sociocultural, lo que resulta indirectamente en menos movilidad económica.
(El que quiera oír que oiga, solo les pido una consideración: antes, muchísimo antes de ser militante, soy madre de tres nenes que van a la escuela pública del barrio, acá en la provincia de Buenos Aires.)
Salud
No se le puede pedir más al personal de salud, no creo que sea justo exigir cambios en el corto plazo. Lo único que cabe señalar son dos puntos estructurales. Primero, es importante que vuelvan reforzados los focos de atención primaria, las salas médicas, los hospitalitos, todo lo que tenga que ver con consultas espontáneas. Mejorar y ampliar el horario de atención.
No va al médico quien tiene que faltar al laburo a la mañana y perder plata por un turno que no sabe si va a conseguir. Por otra parte, están quienes viven la salud preventiva y están los que sólo van cuando el malestar impide el desarrollo normal de las actividades. Estos últimos, enorme mayoría en los sectores más pobres, son quienes en el último tiempo han acumulado malestares que ya venían de antaño y quedaron postergados por la pandemia. Cuando pase un poco esto, serán más que necesarios los testeos y chequeos masivos para la prevención de enfermedades de todo tipo, provincia por provincia, ciudad por ciudad, barrio por barrio.
Conclusión
Hay trompadas que duelen, pero te acomodan las ideas. La salida no es por izquierda ni con más planes. Por favor. Tampoco apelar a la solidaridad de nadie, que el país no es una ONG. Para que los empresarios puedan habilitar más puestos de laburo hay que apelar a sus ambiciones, no a su sentido moral o patriótico. Hay quienes me van a correr con que los que generan laburo no son los empresarios: buena suerte con esos lemas. El nuestro es un país capitalista y mientras no me hagas la revolución te pido que me consigas buenos convenios.
Lo peor que le podría pasar al país sería el retorno del macrismo, ahora liderado y encarnado en Larreta. No se le puede pedir a la gente un apoyo ciego si económicamente vive peor e ideológicamente escucha un discurso más propio en ellos que en nosotros. A la crisis económica se le responde con acciones y a la crisis de identidad política se le responde con los brazos abiertos: basta de echar gente porque no coincide en alguna cuestión irrelevante. ¿A dónde se vio que el peronismo excluya a los que no se van aggiornando a la época?
Estos son mis apuntes en base a la observación y también mis deseos. Que la política en general y el peronismo en particular vuelva a llenar de contenido los discursos vaciados. Que se hable y se labure por lo que la gente quiere: que la plata le alcance, que no le afanen, y en lo posible, que los que están para asegurar todo eso no le rompan las pelotas.