Lo primero que hay que advertir al momento de discutir la dolarización es cuales serian los tópicos económicos que se busca resolver en una economía que agoniza producto de un saqueo que empeora por la situación internacional ejemplificados en: inflación, pulverización del poder adquisitivo, crisis de deuda, recesión, precarización laboral, brecha cambiaria, imposibilidad de acceso al crédito, corrupción estructural e ineficiencia y abdicación del Estado entre otros de una insoportablemente larga lista.
Contexto histórico
Luego de haber superado la marca de 55 mil millones de dólares de reserva, la improvisación de un gobierno que había perdido en 2010 a su mentor y conductor, Néstor Kirchner, perdió también la clave y la voluntad de sostener su eje económico en superávits gemelos. La economía se derrumbaba sin que la experiencia cosechada durante los gobiernos peronistas sirviera para planificar metas y tomar medidas de corto, mediano y largo plazo para alcanzarlas.
En 2014 llegó la oportunidad que esperaba el Ministro Axel Kicilof para realizar un ajuste (el más grande desde el abandono de la convertibilidad): una medida ortodoxa de un economista heterodoxo pero definitivamente contrario o ignorante del modelo económico justicialista. Un mediodía de enero de ese año el entonces presidente de la petrolera Shell en Argentina, Juan Aranguren, realizó una oferta para adquirir dólares billete un 20% por encima de la cotización oficial que fue interrumpida -al ser descubierta- sólo 20 minutos más tarde.
Pese a tener a su disposición la polémica (para el liberal progresismo y la izquierda conservadora) Ley Antiterrorista, no sólo eludió demandar al Ceo de Shell sino que acató los resultados de su maniobra, la devaluación. Si el cristinismo en el poder hubiera querido, Aranguren hubiese estado en manos de la justicia y el puñado que acudió a su oferta hubiera recomprado sus dólares al precio oficial celebrando sus “ganancias inesperadas” (un monto insignificante para la economía de un país: 4 millones U$S). Pero a esa altura no se trataba sólo de evitar la fuga de divisas para la cual había medidas de restricción de importaciones y al acceso ciudadano a divisas para ahorro cuando todavía los salarios lo permitían. La inflación revelaba recesión y el primero en advertirlo fue el mercado interno.
Aun en medio de la crisis, Argentina mantenía un lugar de vanguardia entre las economías regionales con los sueldos y jubilaciones más altos (reconocidos en informes de la OEA) y la menor ratio deuda-PBI; el gobierno quería guardar esa foto para exhibirla un año después en la campaña electoral. De acuerdo con los economistas del gobierno que se despedía (si en realidad los tuvo), la única salida posible era otro ajuste más profundo al que se negaba. Su estrategia consistía en esperar a que lo hiciera su sucesor que pagaría el altísimo costo con repudio social. Con esa mira el FpV pergeñó la proclama hacia su interior que rezaba “perder para volver” y puso a sus medios oficiales y paraoficiales a demoler la candidatura de Daniel Scioli.
Lo cierto es que la abdicación del FpV al papel de opositor en que lo puso el voto popular de 2015 permitió a Mauricio Macri hacer las tareas más rápido y menos pensadas mientras consumaba con impunidad mecanismos de endeudamiento para fuga, simulando medidas políticas o económicas.
La continuidad del modelo macrista se expresó en el acuerdo con los tenedores de deuda privados en los términos del “reperfilamiento” de Hernan Lacunza, con una apresurada devaluación para licuar salarios y la expansión de planes de asistencia social para contener la protesta frente a la pauperización de los sectores vulnerables y empobrecimiento paulatino de la autopercibida clase media. Naturalmente esta continuidad efectiva empeoró todos los graves registros económicos y sociales heredados, lo que sorprendió al electorado peronista que abandonó al FdT en noviembre de 2021 cuando perdió alrededor de 4 millones de votos.
La sorpresa no se dio tanto en la clara traición al puñado de promesas electorales del 2019 (aumento inmediato de jubilaciones, paritarias sin techo, investigación de la deuda y hasta el simbólico cultural de “volver al asado”, entre pocas mas) sino en el desaprovechamiento de una oportunidad única para tomar medidas excepcionales que le daba una pandemia de nivel global durante la cual casi todas las economías suspendieron sus compromisos externos. El resultado es la inflación en crecimiento más alta del continente (Venezuela lleva 2 años reduciendo la suya) y la peor moneda (hoy el Peso cotiza la mitad que la Gourde de Haití, el país más pobre, carente de recursos y corrupto, frecuentemente azotado por desastres geológicos y climáticos que, además, sufrió un magnicidio hace pocos meses).
El tiro del final
Con recursos de sobra para un país desierto en el que vive la misma cantidad que el promedio de los países de Europa pero con recursos estratégicos y territorio superiores a la suma completa de ese continente, se vuelve sospechosa la propuesta de sacrificar su economía en promesa de una estabilidad inflacionaria que se desvanece de nuestros recuerdos junto con la crisis que produjo la atadura del Peso con el Dólar.
La economía es un modelo de administración de un sistema determinado en base a un acuerdo macro. Dentro de ese mecanismo funcionan en todas las economías términos de intercambio y el instrumento fiduciario conocido como moneda. Para dar fe a ese instrumento, cada Estado elige un valor de respaldo que decide soberanamente. Como ejemplo, China sostiene su Yuan en oro y decide soberanamente cuánto oro vale cada Yuan cuando tiene que hacer frente a vicisitudes internas o globales. Como contracara Estados Unidos abandonó hace más de medio siglo el Patrón Oro y su moneda es respaldada en deuda y la posesión efectiva del arsenal militar más poderoso del planeta, pero no puede hoy controlar su inflación (que lejos está de la inflación argentina).
Con claridad a prueba de tontos la posibilidad de monetizar la economía argentina (crítica y endémicamente inflacionaria) con un instrumento sostenido en deuda sobre el cual no tiene ningún dominio llevará ineludiblemente a sumar la inflación local a la del país emisor. Pero la pregunta honesta sería: tiene la Argentina forma de respaldar su moneda?
Salir de la inflación sin matar la economía
Pese a poseer recursos apetecidos por el mundo que están subexplotados, la Argentina está permanentemente en crisis y dependiente de capitales extranjeros a los que atrae mediante concesiones a pérdida que cada gobierno justifica en la urgencia. La perversión de su modelo económico llama “inversiones” a la especulación financiera ante cuyo sistema se rindió en la década del 90 y del cual recibió como paga la fuga y la traición desde 1998, cuando los mercados se le cerraron por completo y produjeron el estallido del 2001.
Decía Albert Einstein que la estupidez es esperar resultados distintos haciendo lo mismo.
En la Argentina nos encontramos con gobierno eligiendo las recetas que siempre nos llevaron a la crisis frente a las que siempre resultaron virtuosas. Desde los gobiernos de Juan Perón con el comercio exterior nacionalizado mediante el IAPI (hasta el golpe del 55) y luego a través de las juntas de granos y de carnes (en su tercera presidencia), la economía argentina no tiene respaldo propio. En esas experiencias la moneda real de intercambio era lo que el país producía. La economía local tenia relevancia en tanto dispuesta para el bienestar social y tanto el crédito como la energía y hasta los medios audiovisuales de comunicación estaban nacionalizados poniendo a la gestión privada (incluso las multinacionales petroleras) al servicio de la producción, el desarrollo y el bien común.
Aunque no repitiera ese paradigma, la brecha entre el consumo interno y los precios internacionales puede saldarse optando por solventar la moneda en cualquiera de los recursos que se subexplotan y están a disposición. Vaca Muerta, siendo la segunda reserva gasífera y cuarta petrolera no convencionales del mundo, la disposición de litio en otra reserva mundial compartida con Chile y Bolivia, el cobre, el oro, el uranio, la cosecha del siguiente año y hasta el agua dulce (abundante aunque mal distribuida y descuidada al punto del riesgo) pueden ser ofrecidos como respaldo de la moneda aun sin necesidad de ser explotados. Una auditoria internacional sobre cualquiera de los recursos alcanza para dar valor a la moneda y pasar instantáneamente del problema de la inflación a administrar con discreción el valor del dinero ya que esos recursos están en proceso de aumento de su valor que no podemos estimar hoy (valgan como ejemplo los contratos litíferos a un precio simbólico cuando el del litio creció casi 20 veces o el de las auríferas consumado en tiempos de convertibilidad uno a uno cuya extracción cuesta hoy 200 veces por debajo (menos las inflaciones del peso y el dólar).
Una economía nacionalizada puede destinar su renta a un nuevo proceso de industrialización y de actualización en tecnología del conocimiento e inteligencia artificial que también resultaría en el mejor modo de terminar con la corrupción estructural, la evasión tributaria y el desfinanciamiento social. Por otra parte una moneda cuyo riesgo es encarecerse frente al mundo en lugar de devaluarse es ideal para el ahorro que en la mayoría de los trabajadores implica un esfuerzo para alcanzar el ascenso social que en estos días es prácticamente una fantasía con la consistencia de un eslogan publicitario.