8 de noviembre de 2024

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El cómplice de Putin. Por Mariano Yakimavicius

El presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, es el aliado perfecto del líder ruso y una pieza clave en la invasión a Ucrania.

Apodado como el «último gran dictador de Europa» por sus detractores, Alexander Lukashenko gobierna Bielorrusia sin interrupciones desde 1994, es decir que lleva más tiempo como presidente que el propio Vladimir Putin.

Bielorrusia o Belarús -antiguamente Rusia Blanca– es un país situado en Europa Oriental sin costa marítima, que formó parte de la Unión Soviética hasta 1991, cuando se independizó. Limita al norte con Lituania y Letonia, al oeste con Polonia -estos tres países miembros de la Unión Europea (UE)-, al este con Rusia, y al sur con Ucrania. Su capital es Minsk y la mayoría de la población del país, que asciende a casi 10 millones de habitantes, vive en las áreas urbanas alrededor de las grandes ciudades. Como sucede en otras exrepúblicas soviéticas, si bien más del 80 por ciento de la población está compuesta por personas nativas, hay presencia de las minorías rusa, polaca y ucraniana.

Bielorrusia y su presidente son una pieza clave en el conflicto entre Rusia y Ucrania. Con la excusa de unos ejercicios militares conjuntos, Lukashenko aceptó el despliegue de miles de tropas rusas en su territorio, desde el cual el 24 de febrero marcharon hacia Ucrania. También se lo acusa de permitir el lanzamiento de misiles contra Ucrania. Posteriormente, organizó las negociaciones entre delegados rusos y ucranianos para poner fin -supuestamente- a la invasión. Pero mientras tanto  -y esto amerita especial atención- facilitó una reforma constitucional que le permitiría a Bielorrusia volver albergar armas nucleares, las cuales no posee desde la disolución de la Unión Soviética.

¿Quién es?

Este controvertido líder gobierna Bielorrusia desde 1994 y, con el referéndum realizado el domingo 27 de febrero -sólo tres días después del comienzo de la invasión rusa sobre Ucrania- aprovechó  para consolidar su permanencia en el cargo hasta 2035.

Nostálgico defensor del pasado soviético, Lukashenko llegó al poder solo tres años después de la independencia de Bielorrusia, y apeló a un intervencionismo estatal al mejor estilo soviético como forma de aplacar la crisis abierta por la desenfrenada apertura capitalista inicial. Nacionalizó la banca, duplicó el salario mínimo e impuso controles de precios. Concentró el poder político y persiguió a la oposición mediante la policía secreta, la KGB, que mantuvo el mismo nombre de la era comunista.

Su primera victoria presidencial se produjo en 1994, después de liderar una campaña anticorrupción en el parlamento bielorruso. Diez años más tarde, organizó un referéndum para suprimir el límite de dos períodos presidenciales, asegurándose la posibilidad de ser reelegido para gobernar el país de manera indefinida. En las elecciones de 2010 -las cuales previsiblemente ganó- siete de los nueve candidatos presidenciales fueron arrestados. Cinco años después, en 2015, asumió su quinto mandato con un dudoso 83 por ciento de los votos, en medio de reclamos y denuncias. La historia volvió a repetirse en agosto del 2020 cuando ganó una vez más superando el 80 por ciento de los sufragios, generándose un gran escándalo. Esos porcentajes se ajustan a una dictadura plebiscitada, no a una democracia. El mismo día de la elección presidencial se registraron alrededor de 3 mil arrestos por parte de las fuerzas de seguridad. Las manifestaciones en Minsk y otras ciudades para exigir la liberación de las personas detenidas se sucedieron y el conflicto escaló. La represión gubernamental aumentó al ritmo de las movilizaciones y las huelgas. Se produjeron detenciones ilegales, torturas y otras violaciones a los derechos humanos. También se produjeron cortes en el servicio de internet en todo el país para evitar que la población se informara o transmitiera al mundo lo que estaba sucediendo. Como era esperable, desde el exterior comenzaron los juegos de presiones sobre el gobierno de Lukashenko: la UE impugnó las elecciones y reclamó una transición hacia un régimen verdaderamente democrático. ¿Qué hizo  Lukashenko entonces? Acudió en busca del apoyo de Vladimir Putin.

Si bien Lukashenko había mantenido a Bielorrusia cerca del área de influencia rusa, en un claro contraste con la mayoría de los países de Europa oriental, la presión europea terminó de empujarlo definitivamente a la dependencia de su aliado ruso, quien -como era de prever- lo sostuvo en el poder.

En mayo de 2021, Occidente -que mantuvo duras sanciones contra el gobierno de Lukashenko- condenó la detención del periodista disidente Roman Protasevich, después de que el avión en el que volaba de Grecia a Lituania fuera desviado a Bielorrusia, donde fue arrestado.  Protasevich apareció luego en una extraña entrevista en la que confesó haber organizado protestas contra el gobierno y elogió al presidente. Su familia asegura que lo hizo coaccionado.

Tras la caída de la Unión Soviética, la mayoría de los países de Europa Oriental se inclinaron hacia Occidente como una forma de reaseguro para no volver a quedar prisioneros de las mareas expansionistas del imperialismo ruso. Varios de ellos ingresaron a la UE, como fue el caso de los bálticos -Estonia, Letonia y Lituania- que también ingresaron y permitieron la instalación de bases militares de la Organización del tratado del Atlántico Norte (OTAN). Esa situación puso a su vez al gobierno ruso a la defensiva y a considerar tanto a Bielorrusia como a Ucrania, ámbitos innegociables para garantizar su seguridad nacional. Comprender esto es esencial para entender los sistemas de alianzas y de amenazas que condujeron a la invasión de Ucrania.

Autoritario, misógino, antiLGBTI, xenófobo y antisemita, Alexander Lukashenko es el cómplice perfecto de Vladimir Putin, quien comparte la mayoría de esas características e intenta imponer liderazgos similares en todos los sitios en los que apunta a restaurar el dominio imperial ruso. Comenzando por Ucrania.

 

Mariano Yakimavicius es Licenciado y Profesor en Ciencias Políticas