Vladimir Putin ordenó una acción militar sobre Ucrania que acelera los acontecimientos y los torna cada vez más difíciles de prever.
El 21 de febrero el presidente ruso, Vladimir Putin, decidió reconocer como repúblicas independientes a los territorios ucranianos sublevados de Donetsk y Lugansk en la región de Donbás. El gobierno ruso llevaba años financiando allí a mercenarios y a grupos armados prorrusos. La medida parecía un paso previo a la anexión de esos territorios, algo que el gobierno ruso ya había hecho en 2014 cuando reconoció primero la independencia de Crimea y luego aceptó de buen grado su “pedido” de incorporación a la Federación Rusa.
En esta oportunidad el conflicto escaló tan rápidamente que no podía preverse claramente que conduciría a una acción militar rusa tan veloz y frontal contra Ucrania. A priori, todo parece indicar que el ataque ruso se orienta a dañar la infraestructura estratégica militar y de comunicaciones ucranianas. Más aún, debe considerarse que las acciones se iniciaron en realidad la semana pasada mediante un ciberataque a instituciones gubernamentales de ese país.
La opinión pública global observa con estupor el desarrollo de los acontecimientos y se espera alguna reacción de Occidente, aunque en los días que van del 21 al 24 de febrero ya se habían adoptado un conjunto de sanciones desde la Unión Europea (UE) y los Estados Unidos contra Rusia. La realidad, es que el gobierno de Putin se encontraba preparado para esa reacción y que dichas sanciones no le causan un daño significativo.
Autoritario y preparado
Cuando en 2014 las tropas rusas entraron en Crimea, un conjunto de sanciones internacionales cayó sobre el gobierno de Putin. Desde entonces y, pese a las dificultades económicas que enfrenta Rusia, el gobierno desarrolló mecanismos de defensa respecto de las sanciones internacionales, que incluyeron un aumento significativo de las reservas financieras y una independización del dólar y el euro como monedas de referencia.
Pese a que el presidente estadounidense Joe Biden profetizó bloqueos totales a los bancos rusos, recortes a los flujos financieros e impedimentos para eventuales negociaciones de la deuda externa, lo cierto es que a Rusia eso no le afectaría demasiado en el corto y mediano plazo. Eso se debe a que las reservas internacionales rusas en divisas y oro se encuentran en niveles récord, estimadas en el equivalente a más de 630 mil millones de dólares. Se trata de la cuarta cantidad más alta de reservas en el mundo y está disponible para apuntalar la economía rusa durante un tiempo considerable. Sólo alrededor del 16 por ciento de las divisas de Rusia se mantienen actualmente en dólares, cuando hace un lustro ese porcentaje ascendía a 40 puntos. Alrededor del 13 por ciento se mantiene actualmente en la moneda china, el renminbi.
Tampoco la suspensión proclamada por el canciller alemán, Olaf Sholtz, de la puesta en funcionamiento del gasoducto Nord Stream 2, que conecta a Alemania y Rusia tuvo efectos disuasorios. Porque si el gasoducto aún no había entrado en funcionamiento, el anuncio de que seguirá en desuso no constituye para Rusia privación alguna, al menos por el momento. El gobierno alemán guarda sin embargo un prudente silencio respecto a su proceder respecto del gasoducto Nord Stream 1 que permanece en funcionamiento. Ese silencio se debe a que Alemania necesita imperiosamente del gas ruso, que representa el 50 por ciento de la energía que consume, además de que el invierno aun no terminó.
En definitiva, Vladimir Putin, en virtud de su liderazgo autoritario pudo -a pesar de la crisis económica y los malestares sociales- acumular cuantiosas reservas financieras. También ha recortado su presupuesto y priorizó la estabilidad sobre el crecimiento, lo que se tradujo en que la economía rusa ha crecido a un promedio de menos del 1 por ciento anual durante la última década, pero se tornó más autosuficiente en el proceso. Al mismo tiempo, cuenta con el poder de chantaje que le otorgan los privilegiados recursos energéticos de los que dispone el país. Por último, hay que recordar que, además de tratarse de la segunda potencia militar planetaria, Rusia lleva más de una década modernizando sus arsenales y su tecnología militar.
También se produjeron otros cambios en la estructura de la economía rusa. Con el tiempo, el país redujo su dependencia de préstamos e inversiones extranjeros y buscó nuevas oportunidades comerciales fuera de los mercados occidentales.
Hace pocos días, Putin viajó a Beijing para participar en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno, mientras la mayoría de los gobiernos de Occidente desistieron de enviar a sus funcionarios a la ceremonia en boicot diplomático por los abusos a los derechos humanos cometidos por el país asiático.
Cuando en la noche del 21 de febrero la mayoría de las naciones condenaba en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) la decisión de Putin de reconocer como «repúblicas independientes» las zonas rebeldes de Donestk y Lugansk, el gobierno chino fue uno de los pocos que no se sumó al cuestionamiento y se limitó a llamar al entendimiento «de todas las partes».
Las sanciones occidentales contra Rusia no obraron ni obrarán en lo inmediato como podrían hacerlo contra un país democrático. Al tratarse de un régimen autoritario, el gobierno de Putin puede redefinir sus prioridades de manera arbitraria y con un proceso de toma de decisiones allanado que hace mucho más sencillo que el líder disponga una medida y el resto simplemente obedezca.
Por otra parte, hay que recalcar que al intentar acorralar a Rusia mediante sanciones, Occidente sólo apuntaló la confluencia de intereses entre esa país y China.
¿Y después del ataque?
Las acciones militares contra Ucrania, desde Crimea por el sur, desde la frontera rusa por el este y desde Bielorrusia por el norte, donde gobierna Aleksandr Lukashenko, otro líder autoritario y aliado de Putin, abren un sin fin de interrogantes.
Un aumento de la presión económica global sobre Rusia podría tener un efecto adverso para las propias economías occidentales, debido especialmente al aumento del precio de los recursos energéticos como el gas y el petróleo.
Pero si las sanciones económicas, comerciales y financieras aplicadas desde Occidente contra Rusia tienen un efecto relativo, la presión debería ejercerse entonces desde otro ámbito. Es la presión militar la que asoma como la opción más evidente, aunque cabe pensar que no se implementaría mediante una confrontación frontal entre Rusia y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), sino más bien como un flujo constante de recursos y armamento occidentales dirigidos a Ucrania. También mediante la colocación de sistemas misilísticos en países pertenecientes a lo OTAN cercanos a Rusia a modo de amenaza. En definitiva, una resurrección completa de la Guerra Fría.
La pregunta más difícil que emerge es si habrá uso o no de armas nucleares. Pese a que ningún gobierno por autoritario que fuera parece inclinarse por esa vía, y pese a que las probabilidades de que eso sucediera no son las mayores, en el terreno de las posibilidades hay que saber que todo puede pasar.
Quizás las vías diplomáticas que hasta ahora no rindieron mayores frutos puedan equilibrar el actual escenario de incertidumbre y miedo.
Mientras tanto, en Ucrania y sus alrededores, las personas sencillas, como usted, como yo, sufren.
Para NCN por Mariano Yakimavicius