Por Pablo Winokur, periodista político
El atentado contra Cristina Kirchner lejos de servir como un dique de contención para frenar a los violentos, terminó exacerbando la grieta. Más de lo mismo. El sábado una misa que podría haber servido como foto de unidad democrático y que terminó desdibujada por la metodología de la convocatoria. El oficialismo armando actos y diciendo que los que no van son golpistas (palabras más, palabras menos).
Del otro lado de la grieta, un espectáculo también dantesco: no existió ni siquiera la generosidad de ir a una sesión en el Senado para repudiar el hecho. Aun cuando el oficialismo aceptó discutir un documento absolutamente lavado. En Diputados habían votado un documento de repudio pero los halcones se fueron sin expresarse en el recinto. Repudiar a medias.
Lo que pasó fue muy grave. Hay que mirar las escenas una y otra vez para amplificar la gravedad del hecho. Un tipo con una pistola gatilló 2 veces en la cabeza de la vicepresidenta y líder (ya indiscutible) del espacio político que gobierna.
Todo es doblemente grave por el contexto:
- El intento de asesinato no fue contra un vicepresidente solamente. Se le intentó disparar en la calle a la jefa de un movimiento popular y democrático (independientemente de la valoración que cada uno tenga sobre ese movimiento).
- Hay una causa judicial en marcha contra la vicepresidenta (Justificada o no).
- La situación económica y social agudiza todos los conflictos en un país que está estancado hace más de 10 años. Hay bronca contra Cristina, contra el peronismo, contra el Gobierno y contra la dirigencia política en general. La bronca siempre encuentra carriles para expresarse: algunos son democráticos; otros no.
La fórmula de rigor frente a esto es expresar el “máximo repudio” o “enérgico repudio” a lo sucedido.
Hasta acá los hechos, sin matices ni peros. Es el país que no queremos, nunca jamás. Ni de un lado ni del otro de la grieta. Fue gravísimo el atentado fallido contra Cristina; igual de grave hubiera sido contra Macri. No hay odios buenos y odios malos, ni escraches buenos y escraches malos.
El atentado era una oportunidad para recuperar un cierto camino de diálogo, encontrar un sendero en común para poder seguir adelante. Pero esa oportunidad se enterró por las propias decisiones que tomaron los líderes, que a las 24 horas volvieron al juego de la polarización.
La decisión política con el hecho consumado fue enterrar la democracia en lugar de fortalecerla.
Crónica de un final anunciado
Alberto Fernández convocó a un feriado nacional, dictado minutos antes de las 12 de la noche. Un hecho inédito: no se hizo ni con los 85 muertos de la AMIA, ni con los alzamientos militares de los 80. El objetivo del feriado fue que «en paz y armonía, el pueblo argentino pueda expresarse en defensa de la vida, de la democracia y en solidaridad con nuestra vicepresidenta», dijo Alberto en el anuncio.
“Es una marcha en defensa de la democracia y detrás de la vicepresidenta”, enfatizaba horas más tarde Damian Selci, intendente camporista de Hurlingham, que pedía terminar con los discursos de odio “especialmente a los medios, el partido judicial y sectores de la oposición”.
Traducción: intentaron asesinar a una vicepresidenta, y la reacción de un sector fue hacer una marcha en contra de los medios, la Justicia y la oposición.
La democracia supone que hay dos (o más) ideas en pugna sobre lo que debe hacer el país y que se plebiscitan cada cuatro o dos años. El límite para las ideas es el que está en la Constitución y en las leyes. Ya existen la ley de defensa de la democracia de 1984 o la antidiscriminatoria de 1988, que prohíben de distintas maneras manifestaciones en contra del sistema (la democracia) o discursos discriminatorios contra minorías.
Criticar compulsivamente a un dirigente político no es ni puede ser delito. Lo que pasó a partir del viernes fue intentar apagar un incendio con nafta.
El kirchnerismo armó otro 17 de octubre para Cristina Kirchner en medio de una contradicción evidente. Si el atentado fue contra la institución vicepresidencial y contra la democracia, ameritaba un escenario más plural.
El escenario en defensa de la democracia dejó otra muestra de sectarismo:
Podrían haber convocado a marchar a Plaza de Mayo: que los de Juntos por el Cambio por la calle Yrigoyen y que el peronismo marchara por Av. De Mayo. Pero nada de eso sucedió.
El escenario fue protagonizado por dirigentes kirchneristas. Solo Sergio Massa y Héctor Daer, referenciaban a otros sectores del peronismo.
“La convivencia democrática debe prevalecer por cualquier sobre cualquier desacuerdo político”, planteó Alejandra Darín en la lectura de un documento que en sus primeros párrafos parecía una apertura al diálogo. Pero no, lo que siguió fue un discurso para la tribuna.
- “Hay un discurso de criminalización de cualquier dirigente afín al peronismo”
- “Hay planteos que niega legitimidad democrática del adversario político”
Abajo del escenario no había una sola bandera que no respondiera a sectores del peronismo. Los militantes cantaban:
- “El que no salta es de Clarin”.
- “Che gorila, che gorila, no te lo decimos más. Si la tocan a Cristina ¡qué quilombo se va a armar!”.
Y Alejandra Darín insistió: “Hacemos llamamiento a la unidad nacional, pero no a cualquier precio”. En semiología 1 de la facultad enseñan que el “pero” siempre anula todo lo que se dijo antes.
“El odio afuera”, planteó Darín mientras abajo cantaban canciones de “odio” contra Clarín y “los gorilas”.
Democracia “real”
En ese sencillo acto, Cristina Kirchner fue elegida como Reina por parte de dirigentes del oficialismo. El rey (o la reina) es en los países monárquicos el que representa la Nación toda. En este caso, en la manifestación del 2 de septiembre, era Cristina con su figura la que representaba a la democracia toda. No había lugar para otros. El otro es el odiador.
La democracia es un sistema para elegir autoridades. La república es una forma de Gobierno que -según consagra la Constitución- consta de tres poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Los tres al mismo nivel, sin ninguno por encima de los otros dos.
Desde su llegada al Gobierno, el kirchnerismo se la pasa repitiendo que el único poder realmente legítimo es el Poder Ejecutivo. Excepto cuando les tocó ser oposición: ahí el único poder legítimo era en el Congreso.
El kirchnerismo desconoce al Poder Judicial cómo poder de la República. Justamente es el único contramayoritario, y el único que garantiza los derechos de las minorías.
Discurso de odio es no reconocer al otro como actor político y democrático valido. Un ejemplo: el presidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, Eduardo Tavani, afirmó: “Si no paramos los discursos de odio, si no frenamos la avanzada reaccionaria, si no advertimos a tiempo que pretenden la paz de los cementerios y nos quedamos en el mero declaracionismo, por más que ganemos las calles, ellos van a imponer sus planes de muerte, arrasamiento y saqueo”.
El otro, el que piensa distinto, es un asesino. Todo está en el mismo nivel: un ajuste presupuestario y un plan de muerte a una de las máximas autoridades del país. Pretender vivir en un país tranquilo es buscar «la paz de los cementerios»
En ese contexto, la titular del INADI, Victoria Donda, propuso discutir una nueva ley del odio. «Las armas de los odiadores las cargan los Macri, las Bullrich, los Milei, las Granata y los López Murphy». Es decir, una ley para censurar a los que piensan distinto. O al menos a los que lo dicen con vehemencia.
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Las leyes contra el odio
Las llamadas leyes “contra el discurso del odio” se debaten en todo el mundo. Y se implementaron en algunos países de Europa como Alemania o Francia. También en Venezuela y, en menor medida, en Nicaragua.
Salvo en Venezuela, «el odio» refiere a discursos que promueven la segregación y o eliminación de determinadas minorías. La Ley protege a las minorías Acá, el kirchnerismo lo pretende para proteger mayorías
La ley de Francia busca: «Dotarse de instrumentos que frenen la expansión de expresiones y mensajes en las redes sociales que inciten al odio, ya sea racial, religioso o por género, o incluso a la violencia». No habla del “odio político”.
En Alemania existe la “Volksverhetzung”, que prohíbe la “incitación al odio” contra un sector de la población. Particularmente regula la existencia de estos contenidos en Internet y les da a las plataformas 24 horas para levantarlos. Tienen que ser «contenidos manifiestamente delictivos» y que estén incumpliendo leyes vigentes.
En los dos casos, se busca defender a minorías. Una ley de ese tipo nunca puede ser usada para proteger a una fuerza que hasta 2023 controla el Poder Ejecutivo y el Legislativo
En cambio, la ley de Venezuela contra el odio avanza más allá:
- Prohíbe a los partidos políticos que promuevan “el fascismo, la intolerancia o el odio nacional, racial, étnico, religioso, político, social, ideológico”.
- Se prohíbe toda propaganda y mensajes a favor de la guerra y toda apología del odio nacional, racial, étnico, religioso, político, social, ideológico«.
- Se obliga a que “los prestadores de servicio de radio, televisión, por suscripción y medios impresos» difundan “mensajes dirigidos a la promoción de la paz, la tolerancia, la igualdad, el respeto y la diversidad”.
¿Cómo se determina qué es “odio político” y qué no? La ley venezolana crea una junta integrada por tres miembros de la Asamblea (diputados), 4 ministros del Poder Ejecutivo, el Presidente de la Corte, el Jefe de los fiscales, el defensor del Pueblo, el defensor del público (estos últimos puestos por el Gobierno) y tres representantes de organizaciones sociales. Una mayoría oficialista determina qué es odio y qué no.
En la sesión del jueves para repudiar el atentado contra Cristina Kirchner, la senadora y mano derecha de la vice, Anabel Fernández Sagasti, planteó: «Tenemos que alertar que muchos que no ha votado nadie manejan las emociones de la gente. Propagar el odio lleva a estas consecuencias».
No está claro en ninguna instancia que es lo que se pretende censurar. ¿Cuál es la diferencia entre criticar y odiar? ¿Por qué las críticas a Macri no son odio y las críticas a Cristina sí?
La provincia de Buenos Aires armó un material educativo para chicos de todos los niveles para trabajar el tema del atentado a Cristina. Entre los materiales a estudiar y debatir se muestra un video de Di María con el eslógan “Al Hater ni cabida”. El Hater es un odiador, alguien que acosa a otro en las redes sociales. Ese concepto no puede aplicar a figuras públicas; especialmente a aquellos que trabajan en política o periodismo.
Eduardo «Wado» de Pedro, el ministro del interior que juega a ser el policía bueno en esta historia, hizo un llamamiento a un diálogo democrático (Foto: Télam).
No es lindo recibir mensajes de “odio”. A todos nos gustan más los halagos.
Distinto son las amenazas o la incitación a la violencia. En ese sentido, un diputado del PRO, Francisco Sánchez, sigue insistiendo en pedir la pena de muerte para Cristina Kirchner por supuestos delitos de corrupción. Nadie en su partido salió a repudiarlo. Apenas una aclaración de Cristian Ritondo (jefe de bloque del PRO) que explicó que sus declaraciones eran a título personal.
Sí tuvo una reprimenda interna que derivó en que el diputado manifestara: “Considero atendible el pedido de evitar la continuidad de manifestaciones que puedan afectar la sensibilidad de personas individuales o colectivas, por lo que desistiré de impulsar un proyecto de estas características«. Un insuficiente primer paso.
Eduardo «Wado» de Pedro, el ministro del interior que juega a ser el policía bueno en esta historia, hizo un llamamiento a un diálogo democrático. Busca un comunicado o una foto con la oposición para que todos planteen reglas de juego democrática.
Cualquier convocatoria al diálogo tiene que partir de supuestos en dónde a cada actor se le respete al menos la entidad que tiene. La oposición no va a ir a un diálogo en estos términos. El Gobierno tiene que explicitar qué está dispuesto a ceder. La oposición tiene que plantear cláramente sus condiciones posibles para sentarse a esa mesa.
Mientras eso no suceda, seguiremos revolcándonos sobre nuestras propias miserias.