“Una noche estaba en Punta Mogotes y me dan un disparo en la cintura”. Así comienza el relato de Eduardo Navascues, uno de los conscriptos que en 1989 estaba haciendo el Servicio Militar Obligatorio en los cuarteles de La Tablada, sede del Regimiento de Infantería Mecanizado 3 “General Belgrano” y del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada I “Coronel Isidoro Suárez”.
El lector se preguntará qué tendrá que ver una agresión criminal en una playa de Mar del Plata con los eventos acaecidos entre el 23 y 24 de enero de 1989. Y la respuesta es: “quizás mucho”. En su historia se vislumbra el núcleo de la tergiversación histórica en torno al “ataque a La Tablada”. La persecución que sufrió después es el hilo conductor de una historia llena de engaños que al día de hoy, sigue primando en los medios de comunicación y la educación formal, al punto de revertir lo sucedido de manera tal que, a los defensores del regimiento no solo se les niega un reconocimiento oficial y masivo, sino que son presentados como criminales, y los atacantes como víctimas.
Todo comenzó en la madrugada del 23 de enero. Eduardo dormía en la oficina de transporte (era conductor de ambulancia) donde estaba de guardia esa semana. Gritos y golpes lo expulsan del sueño; “¡salí hijo de puta!” escucha antes de abrir la puerta. Lo que al principio creyó era parte de un ejercicio sorpresa, inmediatamente supo que se trataba de otra cosa, pues entre los que lo empujan y tiran contra una pared había mujeres. En aquella época no había féminas en el Ejército, así como tampoco hombres con barba y pelo largo. A pesar de la confusión, supo enseguida que estaba pasando algo muy malo pero no tuvo tiempo de pensar en nada más que en correr. Porque además fue eso lo que le exigieron.
La odisea comienza mientras le disparan a los costados y le preguntan “¿quién está más arriba?” además de presionarlo para que dijera donde estaban las armas y los túneles. Corría descalzo y en calzoncillos en una mañana de verano que prometía convertirse en un día infernal, tanto por el clima estival como por la violencia que emergía en forma de pesadilla. Una de las cosas que no puede olvidar y lo atormenta hasta el día de hoy, es haber estado siempre seguro de que le disparaban, no para matarlo, sino para que corriera más rápido y asustado en un acto ruin que genera goce en los torturadores.
La crónica de ese día de juventud que cambiaría su vida, lo ubica de repente en el Comedor de Tropa frente al Casino de Oficiales. Ahí –nuevamente- queda entre las balacera y sucede el hecho que lo señalaría como alguien clave para el falseamiento de la historia, convirtiéndose así en un perseguido que tuvo que llegar al punto de irse del país.
ESA MUJER.
Cuando se cumplieron veinte años del ataque al Regimiento, el canal C5N realizó el documental La Tablada. Mientras lo entrevistaban en su casa, le cuentan que estaba denunciado por Amnistía Internacional por haber torturado a una mujer. La incredulidad del momento se disipó cuando al poco tiempo tuvo que declarar en el Juzgado Federal Número 3 de Morón por vejaciones contra una mujer que había participado de la “toma” de los cuarteles. El hecho violento habría sucedido el 24 de enero y la víctima sería Berta Calvo.
Navascues nos cuenta: “Mientras estoy cuerpo a tierra en medio de los tiros entre los que venían del Comedor de Tropa y del Casino, veo que desde debajo de un tanque de agua elevado me llama un gordo con cinturones llenos de municiones Itaka. Corro, nos ponemos a caminar en una hilera rodeando el Comedor de Tropa yendo hacia el Casino de Suboficiales. De repente se abre una puerta del Comedor y empiezan a disparar. Adelante mío iba una mujer, entonces todos los tiros le dan a ella. Cae sobre mí y como me impresiona hice el gesto de alejarla de mí como para que no me cayera encima y ahí una de mis manos agarró su mano donde llevaba la escopeta. Es ahí cuando el que venía atrás mío me pegó con un FAL en la cabeza; seguro pensó que yo quería sacarle el arma a la mujer pero nunca pensé en eso. El tipo me pide que la cargue, entonces así en medio del fuego, la llevé hasta el Casino. Cuando entramos veo como había suboficiales tomados de rehenes. Creo que es en la primera habitación que me hacen dejarla en una cama; ¡era impresionante cómo gritaba esa mujer! Después me enteré por qué gritaba tanto, porque cuando te pegan el tiro no duele; duele después cuando te enfriás. Así y todo nunca me voy a olvidar cómo aullaba de dolor, pero al mismo tiempo -con voz de mando- mientras un guerrillero lloraba, decía: “¡acá no se rinde nadie!”.
Su vivencia de aquellas horas casi le cuesta la vida un tiempo después cuando atentaron contra su vida y amenazaron a su familia. ¿Por qué? Porque la muerte de los guerrilleros, y especialmente la de la mujer que gritaba, eran clave para cambiar el relato de la historia de quiénes se negaban a aceptar la insanía de tal decisión en plena democracia recientemente recuperada. Al entonces soldado conscripto, lo acusaron de torturar y asesinar a Berta, quien supuestamente se había rendido el 24 de enero, día final de la batalla bonaerense. En esas circunstancias habría sido torturada, herida y finalmente asesinada por sofocación de acuerdo a las denuncias por violaciones a los Derechos Humanos de los atacantes. Tal acusación, más allá de los posibles abusos posteriores de ciertos militares contra los guerrilleros ya rendidos, responde a una especie de propaganda instalada en donde los agresores serían actores necesarios de recibir los beneficios del estado, la sociedad y la historia misma, mientras que los uniformados que repelieron el ataque, serían los verdugos a quiénes habría que condenar, además de no hacer distinción entre soldados conscriptos, cuadros y responsabilidades jerárquicas.
A pocos años de la finalización de la última dictadura militar y en medio de levantamientos carapintadas que llamaban a los fantasmas de los pasados golpes de estado, el escenario era ideal para tergiversar la historia en favor de los perpetradores civiles contra la democracia, colaborando así con la destrucción de las Fuerzas Armadas, y por ende, de la Defensa Nacional. No es casual que los líderes y principales ejecutores del ataque fueran experimentados militantes de agrupaciones armadas de la izquierda internacional.
Lo cierto en este fragmento de la historia de esos dos días infernales, es que el “colimba” torturado fue señalado de torturador y asesino, y aunque finalmente se comprobó su inocencia al dar cuenta el juez de la causa que la mujer habría muerto el día 23 así como el mismo Navascues fue rescatado e internado ese mismo día ( la denuncia manifiesta que Calvo fue ejecutada el 24 de enero), la historia oficial que alimenta la clase política con su desinterés en reconocer a los defensores de las instituciones democráticas y la prensa en general, avivando el fuego de un erróneo idealismo, donde jóvenes formados y aventureros se auto vanagloriaron representantes de las luchas del pueblo que los desconocía, es que los héroes fueron los ejecutores de aquella entrada violenta contra muchachitos de entre 18 y 20 años que dormían en cuarteles donde en esa época del año, había pocos oficiales y suboficiales en servicio.
El lenguaje es el arma principal de esta contienda que persiste en el plano cultural. Con él se desvirtúa la realidad. Así nos encontramos con que al “ataque” lo llaman “la toma” o “intento de copamiento” y a los atacantes, varios de ellos experimentados cuadros criminales aquí y en el exterior: simples “militantes populares”. También sucede que, a la defensa armada, la llaman maliciosamente «represión» como si los agresores que entraron a fuerza y fuego deberían haber sido invitados a tomar el té.
A diferencia de los atacantes que no han cesado de victimizarse a lo largo de estos años, renegando de las consecuencias que puede traer una agresión armada a un regimiento del Ejército, tanto Eduardo como la mayoría de sus compañeros, solo piden que se reconozca el martirio que ellos vivieron y el sacrificio de honor que han hecho tantos frente al error idealista de los integrantes del Movimiento Todos por la Patria. Él no busca venganza ni le interesa el slogan de «ni olvido ni perdón». Al contrario, Navascues asegura: «yo no les tengo rencor, solo quiero que se haga justicia, especialmente por los que murieron, pero eso también se hace reconociendo a los que están vivos».
El otrora «colimba» cree que hay que acomodar el pasado con honestidad para mirar hacia el futuro y así poder construir un país más justo y soberano.
EL LIBRO DE LOS SOLDADOS
Frente al arrastre histórico de la desmemoria y la confusión con respecto a este evento, quienes cumplían con la ley de Servicio Militar Obligatorio en 1989 y fueron el blanco central de la agresión de civiles armados, decidieron escribir un libro para compartir sus vivencias: «Perdimos a cuatro muchachos de 18 años y siempre nos quedó que los únicos que iban a saber lo que pasó serían solo nuestros familiares. Nosotros queríamos que alguien más nos escuchara y viera. Fue ahí cuando se acercó Sebastián Miranda que es historiados y escribió el libro Los Secretos de La Tablada. Le contamos que queríamos hacer un libro contando lo que vivimos en el momento del ataque y entonces nos ayudó a armarlo» relató un emocionado Eduardo.
El libro deja afuera cualquier tendencia, simpatía o antipatía ideológica y/o política. Simplemente versa sobre las vivencias de los hombres que fueron sorprendidos en paños menores por los esbirros del criminal Enrique Gorriarán Merlo. «No hablamos de política en el libro, solo teníamos 19 años cuando entró esa gente a matarnos. Ellos sabían que los que estábamos ahí, la mayoría éramos colimbas» asevera Navascues.
Y concluye: «Durante muchos años no fuimos escuchados y cuando alguien se interesaba nos decían que éramos parte de una locura de Rico y Seineldín. Esa confusión y falta de interés ha sido algo que ha hecho más grande nuestro dolor. Nosotros éramos colimbas que estábamos haciendo el servicio militar cuando entraron los guerrilleros y tomaron el cuartel».
Silvina Batallanez, para NCN.