13 de noviembre de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

Emergencia climática y juegos de poder. Por Mariano Yakimavicius

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático que se lleva a cabo en Escocia despierta expectativas y preocupaciones.

El estado de “emergencia climática” se refiere a la adopción de medidas concretas para lograr reducir las emisiones de carbono a cero en un plazo determinado y ejercer presión política sobre los gobiernos para que tomen conciencia sobre la situación de crisis ambiental existente, y que se refiere concretamente al calentamiento global y sus consecuencias. Pero a pesar de que cualquier decisión tendiente a proteger el ambiente parece sensata, la maraña de juegos de poder global tiende a conspirar contra la sensatez.

Reunión cumbre en Escocia

COP26 es el nombre con el que se conoce a la 26ª conferencia de las partes firmantes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, y se celebra en la ciudad de Glasgow, Escocia, entre el 31 de octubre y el 12 de noviembre. Originalmente, la reunión estaba prevista para noviembre de 2020, pero la pandemia de Covid-19 la pospuso.​ El megaencuentro también incluye la 15ª reunión de los suscriptores del Protocolo de Kioto (CMP16) y la segunda reunión de los adherentes al Acuerdo de París (CMA3).

Desde el vamos, la cumbre está atravesada por juegos de poder. El sitio mismo de la sede pone al anfitrión -el primer ministro Boris Johnson- en el centro de la escena política global. Los británicos necesitan un éxito internacional notorio en la era post-Brexit. Y pese a que la misión es complicada, Johnson afirmó ser “cautelosamente optimista” sobre la posibilidad de alcanzar finalmente un pacto para mantener el aumento de la temperatura global por debajo de 1,5 grados y no arruinar el histórico Acuerdo de París.

Sin dejar nunca su cauto optimismo, el gobernante británico asegura que se ha registrado un gran cambio desde la cumbre de líderes del Grupo de los 20 (G-20) celebrada el pasado fin de semana en Roma, donde solamente 12 de las 20 democracias más ricas del mundo se comprometieron a ser neutrales en sus emisiones de carbono para el año 2050 (lo que significa que solo podrían emitir los gases que puedan ser capturados por la naturaleza o por tecnologías que actualmente son experimentales).

Johnson atribuye ese cambio respecto de la falta de compromiso en el ámbito del G-20 a las novedades respecto del involucramiento de Brasil para detener la deforestación, la promesa de India de avanzar hacia la descarbonización de su sistema energético y a la inversión de 10 mil millones de dólares a la que se ha comprometido Japón para los proyectos de descarbonización en el extranjero durante los próximos cinco años. El optimismo de Johnson parece tener sus fundamentos.

Grandes acuerdos (con letra chica)

Sin embargo, la información brindada por Johnson no es del todo completa. Concretamente, los dos grandes acuerdos alcanzados sobre deforestación y reducción de emisiones de metano -principal causante del “efecto invernadero”- cuentan con “letra chica”.

Por una parte, un centenar de países se comprometió no solamente a frenar sino también a revertir la deforestación y la degradación de la Tierra hacia 2030. La propuesta lanzada por el gobierno británico recogió lo vertido en la Declaración de Nueva York sobre los Bosques en 2014. El problema es que la declaración no es jurídicamente vinculante. No obstante, los países firmantes representan el 85 por ciento de los bosques del mundo y lo más destacado es que, en esta ocasión, incluye por primera vez a Brasil, China y Rusia. Debe destacarse que los mandatarios de esos tres países (socios en el bloque de los BRICS) no acudieron personalmente a Glasgow, aunque sí enviaron delegaciones. El acuerdo estará respaldado por 12 mil millones de dólares procedentes de fondos públicos que aportarán 12 países, y 7 mil doscientos millones procedentes de financiación privada hasta 2025, según las estimaciones británicas. Jeff Bezos, dueño de Amazon, aportará casi 3 mil millones de dólares, la mayor parte de la financiación privada. El magnate se dedica a enviar a sus amigos al espacio por diversión sin más propósito que ir y volver en cuestión de minutos en medio de la particular carrera espacial que mantienen los ricos. Luego aparece en la COP26 para hablar de reducción de emisiones, justicia ambiental y los méritos ambientales de su fundación. La coherencia brilla por su ausencia.

Mientras tanto, un área boscosa del tamaño de 27 campos de fútbol se pierde cada minuto en todo el mundo y la tasa de destrucción de la Amazonía brasileña alcanzó el nivel más alto en una década, con más de 10 mil kilómetros cuadrados talados. Aproximadamente el 11 por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero provienen de la deforestación y la pérdida de otros ecosistemas naturales. Es por eso que el hecho de que Brasil se haya sumado al acuerdo supondría un punto de inflexión. El condicional es deliberado, dado que si Jair Bolsonaro lo aceptó es porque el documento permite otra década de destrucción forestal y además no es vinculante. El Amazonas ya está al borde y bajo ningún concepto puede sobrevivir 10 años más de deforestación.

Un centenar de países también firmó el Compromiso Global por el Metano, una iniciativa lanzada conjuntamente por la Unión Europea (UE) y los Estados Unidos en septiembre, que apunta a reducir las emisiones de este gas en un 30 por ciento para 2030. Convencer a los mayores emisores, entre los que se encuentran Rusia, China e India, habría sido un gran éxito de la COP26. Pero los tres países decidieron quedarse fuera. Pese a que tampoco es vinculante, este pacto supone un gran paso porque el gas metano es el causante de una cuarta parte del calentamiento global. Se trata de un gas mucho más potente que el CO₂, que atrapa más de 80 veces el calor que la misma cantidad de dióxido de carbono en los primeros 20 años desde que llega a la atmósfera. Sin embargo, se degrada mucho más rápido, por lo que actuar ahora para recortar sus emisiones puede ser crucial para contener el aumento de temperatura por debajo del umbral de 1,5 grados.

Más juegos políticos

Xi Jinping, mandatario del país más contaminante del mundo, no ha acudido a la COP26. Desde que comenzó la pandemia no salió de China. No obstante, mientras que en el G-20 de Roma sí participó por videoconferencia, la organización de la cumbre del clima de la ONU sólo le ha permitido remitir un texto. Boris Johnson afirma que lo importante es que sí hay una delegación China en Glasgow. En este sentido, explica que las conversaciones de los próximos días se centrarán en intentar persuadir a las autoridades de ese país para que avancen en su compromiso de alcanzar el punto máximo de emisiones antes de 2030. En paralelo, desde China rechazan el enfoque de limitar el calentamiento global a 1,5 grados, y aseguran que incluso los 2 grados también deben permanecer en discusión, pese a que los científicos hablan de “catástrofe” incluso con esas cifras.

Por otra parte, los líderes de los países en desarrollo no parecen acordar demasiado con el cauto optimismo de Johnson. Muchos afirman que “Occidente se enriqueció con estilos de vida lujosos” y ahora se les dice a ellos que no pueden hacer lo mismo. Es similar a lo que sucede con el libre mercado: los poderosos le explican al resto cómo deben jugar el juego, pero ellos se excusan con trabas arancelarias o fitosanitarias o respecto de la contaminación que, en definitiva, les permiten aplicar distintas variantes de proteccionismo. Más aún, en 2009, los países ricos se comprometieron a recaudar 100 mil millones de dólares al año para ayudar a las naciones más pobres con la meta puesta en el año 2020. Ese objetivo, como tantos otros, no se cumplió y todo indica que se postergará hasta 2023. O aún más allá.

La emergencia climática ya no tolera las especulaciones propias de los juegos del poder. O como se dice en criollo, “el horno no está para bollos”.

 

Mariano Yakimavicius es Licenciado y Profesor en Ciencias Políticas