15 de noviembre de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

En retirada. Por Mariano Yakimavicius

¿Será efectivamente la salida de los Estados Unidos de Afganistán el fin de una era intervencionista en la vida política de otros países?

Concluyó la caótica retirada occidental de Kabul con el aditamento de los atentados perpetrados por el “Estado Islámico del Gran Jorasán”, vertiente local de ISIS. Como consecuencia de ellos, 170 civiles y 13 soldados estadounidenses perdieron la vida. El gobierno de la -todavía-primera potencia mundial quedó expuesto y debilitado ante la opinión pública global como no sucedía desde la derrota en Vietnam. Los familiares de los soldados muertos fueron duros con el presidente Joe Biden cuando se acercó en persona a expresar sus condolencias. Lo invitaron a pudrirse en el infierno.

Finalmente, Biden optó por clausurar la guerra más larga de la historia del país con un discurso en el que intentó instalar el dilema de “retirarse” o “escalar” el conflicto. «Podíamos continuar con el acuerdo de la administración anterior o enviar miles de tropas para intensificar la guerra. A los que pedían una tercera década de guerra, les pregunto… ¿Cuál es el interés vital nacional?», desafió el presidente a sus críticos.

Pero lo más destacable de su mensaje fue cuando expresó que la decisión de salir de Afganistán no se trató simplemente del final de una guerra. «Afganistán pone fin a la era de utilizar grandes operaciones militares para rehacer otros países», afirmó Biden.

La pregunta que cabe formular entonces es si esa afirmación tendrá un correlato en la realidad y los Estados Unidos renunciarán a la política intervencionista utilizada desde -al menos- el final de la Segunda Guerra Mundial, o si se tratará simplemente de un recurso discursivo destinado a superar el mal trago.

El relato

Las palabras de Biden llegaron un día después de la retirada y sólo 24 horas antes de que se cumpliera el plazo acordado con el Talibán. La caótica evacuación permitió no obstante, sacar a más de 124 mil personas en dos semanas, pese a que son muchas las que quedaron en el territorio y temen represalias. Las estimaciones señalan 250 mil afganos y afganas, además de aproximadamente 100 a 200 estadounidenses. Biden prometió continuar con las negociaciones para sacar a esas personas de Afganistán. Pero por sobre todas las cosas, debía cerrar rápidamente el capítulo de la guerra.

El relato del presidente apunta fundamentalmente a camuflar una retirada desastrosa. El mandatario debe recomponer velozmente la imagen de su gobierno antes de las elecciones legislativas previstas para noviembre de 2022, en las cuales se renovará la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Un sondeo de Reuters arroja que menos del 40 por ciento de los estadounidenses aprueban la gestión de la retirada, y tres cuartas partes querían que las fuerzas estadounidenses permanecieran en el país hasta que todos los civiles estadounidenses hubieran sido evacuados.

Biden no carece de fundamentos en su relato. Vale decir que ningún relato se construye sobre la nada. Es cierto que la guerra en Afganistán costó 300 millones de dólares por día durante dos décadas. También es cierto que acabó con la vida de 2356 militares estadounidenses. Tan cierto es todo eso como el hecho de que la intervención en Afganistán se produjo para resolver cuestiones de la ególatra seguridad nacional de los Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre, sin tener en consideración la voluntad y la vida de los afganos y afganas, ni en 2001 ni ahora.

El espacio vacío

En política, cuando se deja un espacio sin ocupar, no tarda en aparecer quien lo ocupe. Mientras el gobierno de los Estados Unidos intenta instalar su relato y dejar atrás lo sucedido, los decisores de la Unión Europea (UE) en Bruselas se preguntan si no deberían ocupar el espacio vacío en Afganistán. El rápido auge talibán y la evacuación de emergencia sorprendió a la diplomacia europea, que ahora concentra su preocupación y sus esfuerzos en evitar que un potencial éxodo afgano también la encuentre desprevenida. La obsesión europea es evitar que se repitan las imágenes de la crisis migratoria de 2015 en el actual contexto de crisis sanitaria y económica y con el agravante de que ya no contarán con el liderazgo claro y distinto de Angela Merkel. La canciller alemana se encuentra en el final de su carrera (otro espacio vacío).

En una escueta declaración, los ministros del Interior del bloque expresaron que “en función de las lecciones aprendidas, la UE y los Estados miembros están determinados a aunar fuerzas para prevenir los movimientos ilegales masivos que afrontamos en el pasado. Hay que evitar los incentivos a la migración ilegal”. El fondo y la forma muestran la tesitura que desde hace tiempo sostiene la UE: el discurso con la inmigración es cada vez más duro.

La primera estrategia consiste en intentar que los países vecinos absorban el grueso del impacto migratorio. Para ello preparan un paquete de ayuda de unos 600 millones de euros destinados a apoyar a Pakistán, Irán, Uzbekistán y Turkmenistán. Una fórmula similar a la que se emplea con Turquía respecto de la crisis Siria, aunque a una escala mucho menor.

Por el momento, las fronteras de Afganistán están bajo control del Talibán, que administra el flujo migratorio, por ahora mayoritariamente con rumbo a Pakistán. Sin embargo, tras la experiencia de lo sucedido en Libia y Siria, los europeos no pueden descartar escenarios de inestabilidad o el establecimiento de mafias o redes clandestinas de migración. Es por eso que esta primera estrategia apunta a anticiparse y evitar una crisis humanitaria, una crisis migratoria y una amenaza a la seguridad del bloque comunitario.

La segunda estrategia que se evalúa es la intervención militar. Dicho de otro modo, apunta a llenar el espacio que los Estados Unidos dejaron vacío. Los ministros de Defensa de la UE se reunieron en Eslovenia informalmente para avanzar con el proyecto de creación de una fuerza militar de reacción rápida de 5 mil soldados. La idea no es nueva y ya en mayo la cifra había sido discutida entre el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, y los ministros de Defensa del bloque comunitario. Lo que si es nuevo es la urgencia que Borrell está intentando imprimirle al asunto, a la luz de la caótica evacuación de Afganistán. Más aún, no son pocos los gobiernos europeos que expresaron su fastidio por la actuación unilateral y precipitada de su par estadounidense.

En mayo, fueron 14 de los 27 Estados miembros los que pusieron sobre la mesa la idea de esa fuerza de respuesta rápida que ahora impulsa el jefe de la diplomacia comunitaria y espera que se eleve antes de fin de año. El objetivo es que sea aprobada durante la presidencia francesa del Consejo Europeo que comienza en enero y finaliza en junio de 2022. Lo que le resta a la UE  es acordar cómo desplegar la fuerza militar, con qué dinero y en qué circunstancias, para hacerlo de la manera más rápida posible.

Los europeos comprendieron que el espacio que los Estados Unidos acaban de dejar vacío en Afganistán podría ser ocupado por Rusia, China, India, Pakistán o por el cúmulo de grupos terroristas que proliferan en el país.

Vale la pena insistir: las retiradas dejan espacios vacíos que -en política- son ocupados de inmediato.

 

Mariano Yakimavicius es Licenciado y Profesor en Ciencias Políticas