«Evita y Simone de Beauvoir» por Leila F. Estabre
Las aguas de internet siempre ofrecen algo nuevo. Navegando por una red social harto conocida, me hicieron saber de una página de internet bastante particular, la cual llamó extrañamente mi atención. La misma se titula “Economía feminista”.
Más particular resulta observar en la portada de la página una imagen de Eva Perón junto a Simone de Beauvoir. Para hacer un gran esfuerzo de síntesis introductorio, podemos decir que juntar a estas dos mujeres es como juntar el agua con aceite. Lo cual denota dos posibles opciones para los creadores de este infortunio: una maliciosa jugada o un gran acto de ignorancia.
En primer lugar Eva Duarte de Perón, conocida popularmente como Evita: una mujer femenina (como ella misma se declara) de espíritu cristiano y con valores nacionales; y por otro lado Simone de Beauvoir: feminista, atea y comunista declarada. También vale aclarar hoy, en un contexto signado por el feminismo moderno que hace profundo hincapié en las relaciones conflictivas entre hombres y mujeres; que Evita sintió hasta el último de sus días un profundo respeto por su esposo, el General Perón. En reiteradas ocasiones se refería a él como su mentor y líder, sin ponerse colorada al declararse una humilde colaboradora de su gesta. Hoy bien sabemos que aquello simplemente era un gesto de modestia y humildad de parte de Eva, que bien sabía lo grandiosa que resultaba ser su figura para el pueblo argentino, quien incluso la declaró como su jefa espiritual. Simone en cambio no dudaba en llamarse a sí misma una intelectual de su época, reconociendo su intenso camino en el mundo de las letras y la política, junto a su compañero sentimental Sartre, con quien mantuvo una relación poliamorosa hasta el día de su muerte.
Pero volvamos a lo que nos acucia, parece pertinente hacer un repaso sobre las ideas de ambas mujeres para comprender mejor las diferencias principales y a grandes rasgos, de sus sistemas de pensamiento.
Mientras que Simone de Beauvoir afirmaba:
“La mujer no se nace, se hace. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización es quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como femenino.” (Reflexión extraída del libro ‘El segundo sexo’, 1949)
Pero veamos. Evita nos decía:
“Yo creo firmemente que la mujer -al revés de lo que es opinión común entre los hombres- vive mejor en la acción que en la inactividad.
Lo veo todos los días en mi trabajo de acción política y de acción social.
La razón en muy simple: el hombre puede vivir exclusivamente para sí mismo. La mujer no.
Si una mujer vive para sí misma, yo creo que no es mujer o no puede decirse viva… Por eso le tengo miedo a la «masculinización» de las mujeres.
Cuando llegan a eso, entonces se hacen egoístas aún más que los hombres, porque las mujeres llevamos las cosas más a la tremenda que los hombres.
Un hombre de acción es el que triunfa sobre los demás. Una mujer de acción es la que triunfa para los demás… ¿no es ésta una gran diferencia?”. (Extracto del libro “La razón de mi vida”, 1952).
Podemos observar como Simón de Beauvoir explicaba a la mujer como una mera construcción social en donde esta se expresaba como un macho castrado. Sin embargo, Eva Perón resaltaba las características de la mujer, diferenciándola constitutivamente del hombre en tanto su naturaleza complementaria femenina especifica.
Otro aspecto a dilucidar es de la relación con el movimiento feminista. De Beauvoir fue una gran impulsora del feminismo a escala global con su militancia social y sus obras literarias. Ella exponía lo siguiente:
“Creía que había que militar por la revolución, soy completamente de izquierdas y busco el derrocamiento del sistema, la caída del capitalismo. Pensaba que sólo hacía falta eso para que la situación de la mujer fuese igual que la del hombre. Después me di cuenta de que me equivocaba. Ni en la URSS, ni en Checoslovaquia, ni en ningún país socialista, ni en los partidos comunistas, ni en los sindicatos, ni siquiera en los movimientos de vanguardia, el destino de la mujer es el mismo que el del hombre. Esto es lo que me convenció para convertirme en feminista y de manera bastante militante. He comprendido que existe una lucha puramente feminista y que ésta pelea contra los valores patriarcales, que no debemos confundir con los capitalistas. Para mí, las dos luchas han de ir juntas.” (Extracto de una entrevista realizada a la autora en 1975).
Por otra parte, Eva Duarte de Perón se mostraba reacia a unirse al movimiento feminista:
“Confieso que el día que me vi ante la posibilidad del camino «feminista» me dio un poco de miedo. ¿Qué podía hacer yo, humilde mujer del pueblo, allí donde otras mujeres, más preparadas que yo, habían fracasado rotundamente? ¿Caer en el ridículo? ¿Integrar el núcleo de mujeres resentidas con la mujer y con el hombre, como ha ocurrido con innumerables líderes feministas? Ni era soltera entrada en años, ni era tan fea por otra parte como para ocupar un puesto así… que, por lo general, en el mundo, desde las feministas inglesas hasta aquí, pertenece, casi con exclusivo derecho, a las mujeres de ese tipo… mujeres cuya primera vocación debió ser indudablemente la de hombres. ¡Y así orientaron los movimientos que ellas condujeron! Parecían estar dominadas por el despecho de no haber nacido hombres, más que por el orgullo de ser mujeres. Creían entonces que era una desgracia ser mujeres… Resentidas con las mujeres porque no querían dejar de serlo y resentidas con los hombres porque no las dejaban ser como ellos, las «feministas», la inmensa mayoría de las feministas del mundo en cuanto me es conocido, constituían una rara especie de mujeres… ¡que no me pareció nunca mujer! Y yo no me sentía muy dispuesta a parecerme a ellas.” (El paso de lo sublime a lo ridículo, La razón de mi vida, 1952).
Para finalizar este breve racconto, expondremos sus disimiles ideas acerca de la espiritualidad.
Como De Beauvoir sostuvo en su autobiografía:
“(…) La consecuencia fue que me acostumbré a considerar que mi vida intelectual –encarnada por mi padre– y mi vida espiritual – encarnada por mi madre– eran dos terrenos radicalmente heterogéneos, entre los cuales no podía producirse ninguna interferencia. La santidad pertenecía a otro orden que la inteligencia; y las cosas humanas –cultura, negocios, política, usos y costumbres– nada tenían que ver con la religión. Así relegué a Dios fuera del mundo, lo que debía influir profundamente en mi futura evolución.” (extraído de “Memorias de una joven formal”, 1959)
Entendiendo a las verdades de este mundo como un producto ajeno a la realidad espiritual. Caso contrario de lo que entendía Evita sobre la relación entre la materia y el espíritu:
“Yo creo firmemente que, en verdad, existe una fuerza desconocida que prepara a los hombres y a las mujeres para el cumplimiento de la misión particular que cada uno debe realizar.
Si esa fuerza es maravillosamente divina o ha sido puesta por Dios en la naturaleza de la sociedad o del alma humana, yo no lo sé ni pretendo averiguarlo, pero creo que existe y que nos conduce sin forzarnos con tal que nosotros no le neguemos nuestra generosidad.
Lo indudable es que esta solución espiritual es también más fecunda que a otra del azar: el que se cree hijo de la suerte no se siente obligado a nada, puesto que el azar no tiene personalidad ni puede tener exigencias de ninguna clase: pero el que sabe hijo de un Destino o de la Providencia o de una fuerza desconocida pero de un origen superior a su vida y a su naturaleza, tiene que sentirse responsable de la misión que le ha sido encomendada.”
Poner en palabras de sus propias protagonistas los hechos de la historia y sus pensamientos políticos, sociales y religiosos, contribuye a desterrar ideas pregonadas de sectores políticos que desean llevar agua para sus molinos. Así en palabras de cada una se exponen los aspectos centrales de sus respectivas matrices de pensamiento. Sin duda dos personajes que han trazado a fuego la historia del S. XX en Occidente, pero que queda en la conciencia individual de cada lector sacar sus propias conclusiones. Como rezaba una antigua consigna, “Sapere aude”.