13 de noviembre de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

Evitar la huida del dinero. Por Manuel Solanet.

La puja entre el tipo de cambio y el nivel de las tasas de interés caracteriza la actual política monetaria y cambiaria. Cualquier intento de reducir la tasa encuentra a un público que reacciona abandonando su preferencia por mantener sus ahorros en pesos y pasándose al dólar. Entonces su cotización aumenta. El gobierno teme esa circunstancia y el Banco Central impulsa un aumento de las tasas en la siguiente licitación de las Leliq. El círculo sigue funcionando en un sentido vicioso. El incremento de las tasas genera recesión, que es un efecto tan pernicioso e indeseable como la devaluación y la inflación.
En la demanda de dólares en la Argentina de hoy actúan no solo las importaciones y el pago de servicios. Lo hace también y significativamente, la dolarización de carteras y la conversión de los ahorros. Según datos del Credit Suisse en lo que va de 2019 el sector privado compró 36.800 millones de dólares. Este monto supera al de las importaciones. Esta corriente se ha acelerado, ya que la media anual de los tres años anteriores no alcanzó a 20.000 millones. La razón es la fuerte caída de la confianza en nuestra moneda, que no es un hecho novedoso para los argentinos. Es un fenómeno que debe analizarse sociológicamente ya que responde a mercados suficientemente grandes y dispersos. Estaríamos equivocándonos si imagináramos conspiraciones de grupos económicos o sabotajes políticos. Son miles de decisiones individuales de ahorristas, gerentes o administradores que sólo pueden corregirse mediante un golpe de confianza suficientemente convincente.
La velocidad de circulación del dinero permite monitorear el riesgo de una nueva corrida. La hiperinflación de 1989 demostró que aún conteniendo la emisión monetaria no se podía evitar un mismo efecto inflacionario si el dinero comenzaba a circular cada vez más rápidamente. En febrero de 1989 el M1 (billetes y monedas más depósitos en cuenta corriente) rotaba cada 7 días. En julio de aquel año, ya en plena hiperinflación, el M1 rotaba cada 3,3 días (ver “La Hiperinflación del 89”, Manuel A. Solanet). Hace algo más de un año, en febrero de 2018 la rotación del M1 se producía en 20,8 días. Hace un mes, en febrero de 2019, bajó a 14,6 días. Todavía estamos distantes de aquellos momentos y el Banco Central dispone de más reservas que en 1989, pero se prende una luz amarilla.

¿Cómo se explica esta caída de la confianza? Hay dos tipos de motivos: los económicos y los políticos. Dentro de los primeros debemos mencionar los que emergieron en abril de 2018 y produjeron una corrida sobre el dólar y una devaluación superior al 100%. Se requirió la ayuda del Fondo Monetario Internacional, aunque el programa acordado debió ser revisado al poco tiempo. Las expectativas se estabilizaron. El gobierno acordó reducir el déficit primario a cero en 2019 y lo está cumpliendo. Pero para los analistas más cuidadosos, hay flancos débiles. La contención del gasto se basa en una reducción difícilmente sostenible del nivel real de los salarios públicos, de las jubilaciones y de los planes sociales. Además, hay congelamiento de partidas sin una racionalización que acompañe y hay retrasos en los pagos de proveedores y obras. Si se consideran las provincias y municipios, la cantidad total de empleados públicos no ha disminuido. Tampoco se ha reducido el número de beneficiarios de planes sociales. Por otro lado, aún si quedara resuelto el resultado primario, subsistirá un déficit financiero que aumenta por el crecimiento de la deuda pública y el nivel de los intereses que se pagan por ella.
No está de más recordar que esta complicada situación fiscal tiene un punto de partida heredado de la gestión kirchnerista. El error de este gobierno fue encararla con un gradualismo que lo llevó a endeudarse más allá de los límites y con un ritmo creciente, inaceptables para los mercados internacionales.
El riesgo de origen político está ligado a la probabilidad que las próximas elecciones den el triunfo a un gobierno populista. A pesar de su descarada corrupción, la sombra de la Sra. de Kirchner amenaza desde porcentajes crecientes en las encuestas. La hipótesis de su segura derrota en el ballotage comienza a ponerse en duda. También genera preocupación la alternativa que ella desista de ser candidata. En ese caso un candidato integrador del espectro peronista seguramente deberá incorporar legisladores y condiciones de quien le aportaría el mayor porcentaje de votos. Una coalición de ese sector político, aunque lleve un candidato como Roberto Lavagna, parece alejada de las ideas que sustentan las reformas requeridas para superar el desquicio fiscal y para lograr competitividad.
Una rápida recuperación de la confianza que disipe el riesgo de una huida incontrolable del peso puede imaginarse según dos alternativas. Una de ellas sería una fuerte recuperación de liderazgo de Mauricio Macri mediante medidas de reforma estructural sometidas al Congreso y anticipadas por decretos de necesidad y urgencia cuando fuera necesario. Entre ellas la reforma laboral, la puesta en marcha de la reestructuración y racionalización del gobierno nacional, la reforma impositiva y la depuración de los planes sociales.
Otra alternativa sería un acuerdo político amplio que comprenda al peronismo moderado, para llevar adelante esas reformas pero definidas por sus instrumentos de ejecución y no vagamente por objetivos. Esta alternativa parecería más promisoria, pero es escasamente probable en la cultura política argentina, formada y adherida a las formas e ideas que cimentaron nuestro estancamiento y el desequilibrio que actualmente padecemos.

La dolarización sería el atajo para evitar la aceleración de la inflación que acompañaría una eventual huida incontrolada del dinero local. Así sucedió en 1991 con la convertibilidad, que fue una dolarización vestida. El nivel actual de las reservas disponibles del Banco Central permitiría transformar a dólares la totalidad de la Base Monetaria. De esta forma se vencería la inflación, aunque no la posibilidad de un default, como ocurrió en 2001. La disminución del riesgo país estaría de todas formas sujeta a la reducción del gasto público y al saneamiento fiscal. En rigor esta es la madre del problema: si la Argentina hubiera logrado un sólido y permanente equilibrio fiscal, no estaríamos padeciendo los problemas que motivaron estas líneas.

Manuel Solanet.
*El autor es director de Políticas Públicas de Libertad y Progreso, y autor de «La Hiperinflación de 1989»

Deja una respuesta