Antes de «abrir», hay que tener en cuenta la contradicción en términos discursivos y el eventual impacto que puede tener un incremento en el número de víctimas.
Muchos funcionarios del gobierno nacional han venido sugiriendo los últimos días que a partir del próximo 17 de julio habría una paulatina flexibilización de la estricta cuarentena dispuesta a finales del mes pasado para el AMBA, Chaco y otras localidades del interior del país. Lo mismo han sugerido desde el gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y hasta el propio ministro de salud de Provincia, Daniel Gollán, acaba de hacer declaraciones en las que, aunque con prudencia, apunta también a un eventual relajamiento de las medidas de confinamiento.
Es ciertamente entendible que esto ocurra, habida cuenta del durísimo impacto sobre todo en términos económicos y emocionales que, luego de casi cuatro meses de cuarentenas de distinta rigidez, experimenta casi toda la sociedad argentina. Esto aparece claramente reflejado en el último monitor de humor social que todos los meses elaboramos junto a D’Alessio IROL. Como puede observarse en los siguientes cuadros, predomina en la opinión pública una nítida preocupación por las consecuencias económicas de la pandemia, que impacta en las perspectivas respecto del futuro: el clima de pesimismo se ha instalado y es por eso que el gobierno está considerando un conjunto de medidas económicas con el objetivo de modificar este contexto tan adverso.
Entre los temas que más preocupan a los argentinos, el impacto por las consecuencias económicas del coronavirus vuelve a ocupar el primer lugar, desplazando a la inflación, la cual queda relegada a la tercera posición, por detrás de la incertidumbre económica. A su vez, el temor al contagio se ubica en quinto lugar y se ve superado por la alarma ante la inseguridad.
Al mismo tiempo, existe una percepción mayoritariamente negativa sobre la actual situación económica en comparación al año pasado (el 77% de los encuestados cree que la situación es peor respecto a 2019). Este es un dato sin duda esperable debido a la crisis por Covid-19 que azota a nivel global y particularmente a la Argentina, generando una profunda caída del nivel de actividad y, por lo tanto, del empleo. Sin embargo, sorprende que las perspectivas sean también mayoritariamente negativas hacia el futuro, cuando en teoría ya se encontrará superada la pandemia y la cuarentena (el 55% de los encuestados cree que la situación será peor dentro de un año).
Ahora bien, puede argumentarse que, si se confirman esas versiones y a partir del próximo 18 entramos en efecto en una transición hacia una “nueva normalidad” caracterizada por un retorno paulatino a la lógica que imperaba antes de la pandemia, habría una suerte de paradoja: los estaríamos haciendo en el peor momento de la pandemia en términos de víctimas y número de contagios. A su vez, seguimos haciendo un número muy bajo de testeos.
Es probable que las autoridades se hayan resignado a que la sociedad ya no estaba en condiciones de tolerar mayores sacrificios tanto en términos económicos como en su vida cotidiana. Y, en efecto, hay evidencia en el sentido de que el acatamiento a las medidas de confinamiento se ha ido relajando independientemente de las medidas restrictivas. Los informes de Movilidad Local elaborados por Google así lo sugieren. Este informe resalta el porcentaje del cambio que se registró en las visitas a distintos lugares, como tiendas de alimentos, parques o residencias, dentro de un área geográfica determinada. El valor de referencia está dado por un valor “normal” previo a la cuarentena.
Los aquí presentados son los datos de movilidad recopilados por Google para provincia y ciudad de Buenos Aires entre el 26 de mayo y el 7 de julio. Sin duda alguna, gracias a la cuarentena, se ha evidenciado un profundo descenso de la movilidad en comparación a los valores de referencia (excepto en zonas residenciales, debido a que, por obvias razones, las familias pasan más tiempo en sus casas). Sin embargo, los vaivenes y picos de cada categoría que muestran los gráficos no necesariamente coinciden con los momentos de mayor restricción, esto demostraría que la dinámica de la movilidad es relativamente independiente a las decisiones políticas.
Ante la eventualidad de que esta tendencia se profundice y se generalicen las conductas sociales cuasi anómicas que en la práctica ignoraban las medidas restrictivas impuestas por las autoridades (a menudo en connivencia o incluso alentadas por muchos intendentes), es probable que sea prudente y hasta lógico avanzar hacia una gradual “nueva normalidad”.
En definitiva, estamos resignados a convivir con el virus hasta que finalmente los científicos logren encontrar una vacuna y/o una terapia efectiva. Pero hay dos cuestiones políticas a tener en cuenta: por un lado, la contradicción en términos discursivos; por otro, el eventual impacto que puede tener un incremento en el número de víctimas. En efecto, hasta ahora el gobierno ha logrado convertir a la cuestión sanitaria en un bastión de legitimidad de ejercicio, que compensa, al menos parcialmente, la debacle económica que vive Argentina y desplaza del centro de la escena otros aspectos potencialmente aún más conflictivos y polémicos como el crimen de Fabián Gutiérrez y otras decisiones controversiales de la justicia que involucran a exfuncionarios o miembros del entorno de Cristina Kirchner. ¿Cuál sería, sin embargo, el impacto de un empeoramiento significativo de las víctimas, en un contexto de agotamiento de la paciencia de la sociedad y con una situación económica en muchos casos terminal?
Entramos en una zona de mucho riesgo: las próximas semanas serán determinantes. Ojalá seamos capaces de evitar los peores escenarios.