Invasiones inglesas y la formación de la conciencia nacional
12 de agosto de 1806.
LA RECONQUISTA
Eran las 22,30 del martes 24 de junio de 1806; el Virrey del Río de la Plata, Rafael de Sobremonte se encontraba en un agasajo; en la Casa de Comedias. Hasta allí llegó un parte enviado por el comandante del puerto y del fuerte, Don Santiago de Liniers.
Las noticias eran graves puesto que recibida la notificación, el virrey abandonó de inmediato el teatro y se dirigió rápidamente a la Fortaleza. Una vez allí ordenó que por señales de faroles se alertara a las cañoneras y demás navíos que se encontraban fondeados en el estuario y comisionó una partida hacia Quilmes para que lo mantuviera informado de todo lo que acontecía.
La alarmante noticia no era otra que el avistaje de una flota inglesa bajo las órdenes del comodoro Popham, con una fuerza expedicionaria comandada por Beresford. Uno de los buques agresores quedó varado, producto de lo cambiante de las corrientes del río y tuvo que ser aligerado de peso para poder ponerlo nuevamente a flote. Los pertrechos y parte de la tripulación fueron trasladados hacia un buque llamado Encounter que navegó hacia Ensenada, pretendiendo desembarcar allí, lo que les fue imposible por la resistencia que encontraron desde la costa. Este episodio sirvió para alertar a los patriotas de lo inminente de un ataque extranjero, y precisamente esto es lo que Liniers comunicó a Sobremonte.
La peor de las sospechas se confirmó con las primeras luces del 25 de junio. Varias embarcaciones inglesas se situaban en línea frente a la ciudad emprendiendo viaje hacia el puerto de Quilmes.
La fuerza agresora estaba compuesta por 1641 hombres, de los cuales 1046 eran de infantería. A su vez 864 de estos pertenecían al Regimiento 71 de Highland Light Infantry y 182 al Regimiento Santa Elena; 7 eran de caballería, del Regimiento de Dragones N. 20; 36 de la Artillería Real y 102 de la Artillería de Santa Elena, con un total de 8 piezas; 340 infantes de marina; 100 marineros; 7 miembros del Estado Mayor y 3 ingenieros.
La presencia de semejante fuerza atacante sumía a toda la población en un estado que oscilaba entre la rabia y la desesperación. Más en la extraña personalidad de Sobremonte, recorría el interior de su ser, un sentimiento de reproche hacia sí mismo por no haber prestado atención alguna al aviso que oportunamente le hiciera llegar el gobernador de Montevideo, brigadier Pascual Ruiz Huidobro.
En un breve lapso de tiempo, la noticia de la presencia invasora, corrió por la ciudad toda, y tanto la Plaza como el Fuerte se poblaron de centenares de exaltados vecinos que reclamaban armas para repeler la agresión.
Sin embargo, y a pesar de sus cavilaciones, el virrey siguió sin estar a la altura que las circunstancias demandaban. Una vez que hubo regresado a la Fortaleza, se dedicó a reunir los caudales públicos mandándolos cargar en una tropa de carretas custodiadas con una fuerte escolta, ordenando a la misma poner rumbo al interior. La negligente autoridad se preocupaba más por el dinero que por la defensa de la ciudad.
Durante las primeras horas del día 26 las tropas inglesas iniciaron la marcha hacia el Fuerte de Buenos Aires. A las 11 de la mañana el ejército invasor, en orden de batalla, iniciaba el movimiento hacia lo alto de la barranca de Quilmes. Allí recibieron fuego de artillería de algunos defensores que no consiguieron frenar el avance británico. Este continuó hasta una de las riberas del Riachuelo, donde se encontraban fuerzas patriotas que allí se habían reagrupado. Ubicadas las dos tropas en ambas riberas, mantuvieron un intenso intercambio de disparos.
En la madrugada del 27, Beresford hizo reconocer la margen sur del Riachuelo, para identificar las posiciones de los defensores. Del informe recibido supo que la defensa se había preparado ocupando casas, los cercos de tunas y también las embarcaciones amarradas en la costa. A las siete de la mañana se inició el cañoneo británico a las posiciones criollas. Durante media hora se mantuvo un fuerte intercambio de fuego de artillería y de fusilería, siendo más eficaz el de los ingleses.
En las acciones narradas, los defensores sufrieron 10 bajas y los ingleses un marinero muerto, 10 soldados heridos y el capitán Le Blanc del Regimiento 71, que perdió una pierna a causa de una bala de cañón.
En la mañana del 27, Sobremonte ordenó formar a los 900 hombres de la caballería de Arce y con estas fuerzas se acercó hasta el Riachuelo, un poco más al noroeste del destruido puente de Gálvez, en dirección al paso de Burgos, con intención de franquear el curso de agua y caer sobre las espaldas de los invasores, mientras estos eran aferrados por la defensa del río. Sin embargo; al escuchar desde las barrancas el fuerte cañoneo y observar el cruce de los ingleses y la retirada de la propia tropa, cambió abruptamente de parecer. Sorprendiendo a propios y extraños, ordenó contramarchar en dirección a la ciudad, imaginando entonces sus tropas que desde allí encabezaría una resistencia heroica, pero al llegar a la Plaza Mayor indicó enfilar por la calle de las Torres (hoy avenida Rivadavia) en dirección a los corrales de Miserere (inmediaciones de la actual Plaza Once), y desde allí, alejándose siempre del casco urbano, tomar rumbo al oeste hacia el Monte de Castro (barrio de Floresta), punto en el que luego se le reunió su familia. Al tiempo que designaba al brigadier José Ignacio de la Quintana jefe de la plaza de Buenos Aires en sustitución de Pérez Brito, anunciaba que todos marcharían con destino a Córdoba.
Mientras el Virrey se replegaba, las fuerzas de Beresford habían completado el pasaje del Riachuelo y concentrados en Barracas enviaron sus exigencias relativas a la capitulación de la ciudad.
La noticia de la intimación de la rendición generó desasosiego e impotencia; ya que lo cierto es que, la ciudad capitulaba según ordenes expresas de la autoridad virreinal. Los ingleses demostraron su afición por la rapiña manifestando que aceptarían condiciones para la rendición pero que era excluyente y no negociable la entrega de los caudales reales del Virreinato. Finalmente la capitulación se formalizó en el mismo Fuerte de Buenos Aires alrededor de las cuatro de la tarde de ese día.
Bajo una intensa llovizna, pasadas las tres de la tarde del 27 de junio de 1806 la cabeza de columna de los invasores, marchando siempre por la calle de Santo Domingo, hizo su aparición en la Plaza Mayor, y ocupó la Fortaleza. Cerrados cafés y pulperías, entornadas las ventanas, todo aparecía vacío y silencioso, y solo transitaban por las mojadas veredas algunos grupos de curiosos.
Pero la mayor humillación estaba todavía pendiente, y los aún sorprendidos habitantes de la ciudad tomada vieron como a media mañana del sábado 28 era arriado del mástil el pabellón del Rey, izándose al tope la bandera inglesa.
En tanto; en la Villa de Luján era incautado el tesoro real, que sumaba 1.086.208 pesos de la época (es decir, unos 27 millones de dólares de la actualidad).
Pero no todo sería “color de rosa” para la Pérfida Albión. Su agresión, digna de piratería, no sería gratuita.
Desde el mismo momento de la entrada de los invasores a la ciudad, comenzó a forjarse la Resistencia. Desgraciadamente, esto no impidió el colaboracionismo de unos pocos traidores a la Patria que recibieron con pleitesía a los ingleses. Por fortuna, se trató de casos puntuales ya que la mayoría de la población los veía con desprecio por reunir la doble calidad de invasores y herejes.
El núcleo de los resistentes lo constituyeron Felipe Sentenach, José Fornaguera, Tomás Valencia, Juan Martín de Pueyrredón, Francisco Trelles, Ruiz Huidobro, Martín de Alzaga (quién financió gran parte de los gastos de la Reconquista), José Francia y Pedro Miguel Anzoátegui, quienes planearon constituir un punto fuerte, distante de la ciudad y reunir allí un ejército. A tales efectos se alquiló una chacra que luego sería conocida con el célebre nombre de “Perdriel”.
Juan Martín de Pueyrredón por iniciativa propia y acompañado de amigos y patriotas cruzó a la Banda Oriental para conferenciar con Ruiz Huidobro (gobernador de Montevideo) y obtuvo un exhorto para convocar a todos los que desearen revistar como milicianos. La actuación de Pueyrredón, junto a la de Alzaga y Liniers, fue de las más destacadas hasta la expulsión de los ingleses.
La organización del plan de reconquista no careció de dificultades, ya que Beresford tenía espías en la ciudad que lo informaban de los movimientos patriotas; en particular de lo que acontecía en Perdriel. Sin dudarlo, el inglés pasó a la ofensiva, y al mando de 50 hombres del Regimiento de Santa Elena, más 500 efectivos del 71 de Escoceses cargó contra los criollos. No dejándose amedrentar; Pueyrredón, seguido de 12 jinetes se lanzó furioso sobre el ala izquierda inglesa capturando un carro cargado de municiones. En dicha acción una bala de cañón mató al caballo de Pueyrredón quién pudo levantarse de la rodada pero quedó de pie e indefenso frente a un grupo de ingleses que corrieron hacia él para ultimarlo. Afortunadamente, uno de sus hombres lo rescató de tan delicada situación alzándolo sobre la grupa de su caballo, escapando a todo galope. El incidente de Perdriel había durado una hora y cuarto, y el saldo del combate fueron 3 muertos y 4 heridos entre las propias fuerzas, y más de 20 bajas inglesas, entre heridos y fallecidos. Luego de la escaramuza, los hombres de Pueyrredón se reagruparon para integrarse a las fuerzas de Liniers que llegarían a la brevedad.
Frente a lo difícil y anárquico de la situación, Liniers fue el hombre que puso orden y organización entre los patriotas. Habiendo juramentado en el convento de Santo Domingo frente al prior Fray Gregorio Torres quien se encontraba preso allí mismo: “Estoy resuelto a hacerlo, reverendo padre….he hecho ante la imagen sagrada de la Virgen un voto solemne…le ofreceré las banderas que tome a los británicos si la victoria nos acompaña…”; se disponía a cumplir con su promesa.
Pueden sintetizarse los planes para la reconquista en tres proyectos. Uno liderado por el hasta entonces Virrey Sobremonte, pero se lo dejó de lado por el enorme disgusto que el pueblo criollo tenía para con él, por su accionar durante el ataque inglés. Otro de los planes era el liderado por Pascual Ruiz Huidobro, que se combinaba a su vez con el tercer proyecto; el de la insurrección en la ciudad, con el pueblo como protagonista.
Durante los días subsiguientes, Liniers se puso al tanto de los trabajos de resistencia e insurrección que en la ciudad llevaba a cabo Martín de Alzaga y su gente. Este contaba con la ayuda del obispo Lué y la cooperación del clero quienes fomentaban las deserciones entre los ingleses.
En Buenos Aires, el usurpador gobernador inglés, General Beresford, intentaba ganarse el apoyo y la simpatía del pueblo. De todos modos, el amor a la tierra no era susceptible de compra y las actividades conspirativas continuaban su camino. La más importante y sobresaliente era la que lideraba la gente de Martín de Alzaga, el “plan de minas”, cuyo objetivo era hacer volar los dos emplazamientos principales ingleses: el Fuerte y el cuartel de Ranchería.
Para finales de julio, Liniers contaba con alrededor de 1000 hombres con sus caballadas respectivas.
El día 4 de agosto, en el fondeadero del puerto Las Conchas, desembarcaron Liniers y sus hombres. También bajaron allí 300 marineros de la flotilla, bajo el mando del Brigadier Juan Gutiérrez de la Concha. Estos hombres pasaron a engrosar las filas de Liniers. ¡Comenzaba, al fin, la marcha hacia la ciudad! Los soldados emprendieron el avance entre medio de una copiosa lluvia, que dejaba anegados los caminos. Pero las inclemencias meteorológicas no detuvieron el paso de los patriotas. Recorrieron distancias con firmeza y abnegación hasta que el día 8, Liniers resolvió parar en San Isidro. Dos días después, alcanzaron los Corrales de Miserere (hoy conocida como Plaza Once). Beresford no pudo salir a su encuentro en ningún momento debido al barrial en que se transformaba la tierra. Tan difícil era el tránsito que sólo podía hacerse a pie. Consideraba que en esas condiciones mejor era esperar en la ciudad. Allí la hostilidad hacia los ocupantes, lejos de disminuir, crecía. Negocios y pulperías cerraban sus puertas. Los alimentos empezaban a escasear. Beresford sabía que tal como estaban las cosas no podía resistir mucho tiempo, y más temprano que tarde, no le quedaría ninguna escapatoria. Esto lo llevaba a pensar en retirarse a través del Riachuelo en dirección al puerto de la Ensenada, y una vez allí embarcarse en los buques de Pophman.
Esa misma tarde Liniers arribaba a Miserere y enviaba al fuerte un emisario. Era el Capitán Hilario de la Quintana. Este presentó ante Beresford una intimación de rendición. La misma fue rechazada. Simultáneamente, Liniers y sus hombres avanzaban hacia el Retiro por el flanco, y a su paso ocurría un emotivo hecho: multitudes de personas se unían a sus columnas exigiendo armas. El pueblo quería expulsar a los ingleses de su ciudad.
El 11 de agosto, Liniers alcanzaba el Retiro. En los días anteriores, Martín Rodríguez ya había entrado a la ciudad por diversos puntos. Las tropas inglesas que intentaban defender esa posición fueron barridas por completo (quince soldados defendían el arsenal: ocho murieron, cinco fueron heridos y dos cayeron prisioneros). A esta altura parecía que Beresford y la ocupación inglesa tenían su final escrito. Todos sus puestos de avanzada habían caído de a uno, la población le era hostil, y había perdido el destacamento del Retiro. Esa noche se reunió con Popham, y decidieron evacuar a los soldados y retirarse. Pero Liniers, junto a sus tropas y a los ciudadanos que habían tomado las armas lo impidieron. Al día siguiente, 12 de agosto, las fuerzas patriotas avanzaron hacia la Plaza Mayor. El odio al invasor era tan grande, y las ganas de recuperar lo propio tan impostergables que ya no podía controlar a sus soldados, que mezclados con la muchedumbre que peleaba a su lado, no escuchaban las órdenes que emanaban sus superiores.
Al frente de la Plaza Mayor, debajo de la recova, estaba Beresford. El hombre que pensaba retirarse y huir, ahora estaba obligado a dar batalla. Las descargas de la fuerza reconquistadora abrían brechas entre los soldados ingleses. A los pies del mismísimo Beresford, cayó su ayudante, el capitán Kennet. Es en ese instante que comprendió que ya no quedaba nada por hacer, que todo estaba perdido. Se replegó hacia el interior del fuerte y ordenó que enarbolaran la bandera de parlamento. Hasta allí llegaron las tropas y el pueblo con sus armas. No querían detenerse. Pensaban entrar al fuerte si era necesario.
Una criolla, Manuela Pedraza (“la tucumana”), peleaba al lado de su marido y mataba a un soldado inglés con sus propias manos, estrangulando al cuello de éste. Liniers la nombraría alférez al entregarle el fusil del invasor ultimado.
Entre vivas y mueras del pueblo, arribó al fuerte Hilarión de la Quintana. Era el enviado a negociar la rendición inglesa. Esta debía ser sin ninguna condición. Ante el temor que invadía a Beresford el ver a las tropas y a la muchedumbre enardecida; aceptó izar la bandera española antes de rendirse formalmente. Luego de esto Beresford salió del fuerte acompañado por Quintana y se encontró con el triunfador Liniers. El encuentro fue breve. Abrazo y pocas palabras. Se acordó que las tropas inglesas debían abandonar el fuerte y depositar sus armas a pie de la galería del Cabildo.
Las armas enemigas, como así también sus banderas y estandartes, yacían en el piso de la heroica Buenos Aires. Comenzaba a latir una conciencia nacional que se vería confirmada unos años más tarde cuando este mismo pueblo coronaba su independencia.
Eran las 3 de la tarde del día 12 de agosto. Desfilaban por última vez en dirección a sus buques las tropas inglesas. Dejaban detrás suyo un río de sangre e ignominia que costó la vida de 84 patriotas, y más de 119 heridos. Embarcaban y se marchaban hacia Montevideo. Era la victoria del pueblo y su caudillo. Liniers era el héroe de la reconquista. Los ingleses se habían ido. Sin embargo, su sed de conquista haría que al año siguiente volvieran a intentar la toma de la ciudad, con resultado idénticamente negativo.
*FEDERICO GASTON ADDISI es dirigente justicialista (historiador y escritor), director de Cultura de la Fundación Rucci en CGT, miembro del Instituto de Revisionismo Historico J. M. de Rosas, miembro del Instituto de Filosofía INFIP, diplomado en Antropología Cristiana (FASTA) y diplomado en Relaciones Internaciones (UAI).