La Argentina y Brasil; Por Alberto Asseff
Desde los tiempos coloniales, la Argentina –entonces los Virreinatos del Perú y luego del Río de la Plata – y Brasil –a la sazón las gobernaciones organizadas por Portugal – fuimos rivales. No es materia de estas líneas abordar antecedentes, hechos y consecuencias de esa puja histórica. Pugna que prosiguió en la era independiente prácticamente hasta los acuerdos de los presidentes Alfonsín y Sarney en los ochenta. Sin remontarnos más atrás, en los setenta tuvimos un fuerte conflicto por Itaipú, magna represa que nuestro vecino erigió a 17 km de nuestra frontera sin consulta previa sobre el uso de un cauce fluvial compartido, el río Paraná.
Quizás, lo más trascendente de los logros de los presidentes democráticos mencionados fue la confianza mutua en materia de desarrollo nuclear, conviniendo visitas – inspecciones – recíprocas en sus establecimientos atómicos. Por supuesto que ambos mandatarios sentaron las bases para el nacimiento, ya a principios de los noventa, del Mercosur.
Con esta cooperación creció el intercambio y la relación devino en estratégica. En 2013 el comercio mutuo ascendió a us$35 mil millones. Es el destino principal de nuestras exportaciones con una participación del 20%. Cierto es que producto de nuestras recesiones – la argentina más pronunciada y más larga, pues data de 2011- en 2018 el comercio entre los dos países cayó más de 25%. Empero sigue siendo relevante.
Nuestras empresas exportadoras – agroindustriales, automotrices, autopartes – y las brasileñas – especialmente industriales – están seria e inequívocamente interesadas en recomponer y robustecer ese intercambio. Sin llegar a ser crucial, es importante para las dos economías.
Por otro lado, es sumamente relevante el entendimiento – jugar en equipo – geopolítico, no sólo en el ámbito regional sudamericano sino en el global. Acá, por ejemplo para solucionar la dramática situación venezolana, restaurando su libertad conculcada por una ominosa dictadura. En el mundo, porque nuestras dos voces unificadas gravitan para contribuir a la paz en un planeta plagado de convulsiones, algunas añejas y otras flamantes y hasta inopinadas como el Brexit y la crisis de la Unión Europea tensionada por los soberanismos extremos y hasta los secesionismos como el catalán. Sin dejar de mencionar al neorracismo que irrumpe en la vieja Europa bajo la forma de rechazo a los migrantes.
La Argentina y Brasil son dos países emergentes, potencialmente próximos a arribar a la primacía. Obviamente, sus corrupciones corrosivas y sus malas gestiones políticas vulneraron sus capacidades y abrieron las compuertas para las respectivas grietas internas que debilitan el poder nacional de ambos países.
Existía un proceso de recuperación. Por caso, informalmente se acordó eliminar aranceles para 150 productos. El acuerdo Mercosur-Unión Europea prometía un horizonte amplio para desplegar nuestra relación con el vecino.
Pero el cuadro se ha agravado en estos días, sobre todo desde el 11 de agosto pasado, ocasión de nuestras inútiles y costosas primarias. A un comentario crudo del presidente Jair Bolsonaro, el entonces precandidato Alberro Fernández le respondió llamándolo ‘misógino’ entre otras ‘lindezas verbales’. La riña inconcebible siguió escalando con Fernández felicitando a Lula por su cumpleaños y con Bolsonaro anunciando que no asistirá a su asunción como presidente el 10 de diciembre. En rigor, mientras estos penosos intercambios suben de volumen, sectores más racionales de ambos países examinan cómo recomponer las relaciones, sobre todo cómo darle empuje al comercio.
Lo que acaece con nuestros vínculos con Brasil ratifica una vieja y sabia enseñanza de la política internacional: las relaciones exteriores no pueden manejarse a partir de las simpatías personales sino que deben construirse sobre los intereses comunes. Si hay empatía mejor, pero no es lo decisivo.
La cofradía ideológica, tipo el Grupo de Puebla – convocado para estos días en Buenos Aires – o el Foro de San Pablo, es propia de los jóvenes universitarios u otros sectores, pero es incompatible con los dirigentes de Estados – estadistas. Da la impresión que de un lado y del otro hay más ideología que pragmatismo.
Los pueblos requieren soluciones y no verbalizaciones, más o menos vehementes, sobre las injusticias y la pobreza. Está probado que a más teorización ideológica, más pobreza y – lo peor – más estratificada o cristalizada. Estructural y por ende complejísimo de superar.
Brasil y la Argentina exigen al unísono racionalidad y concertación. Sería el acabóse que a la grieta intestina le agreguemos una más que peligrosa en la vecindad.
*Diputado nacional electo (Juntos por el Cambio)