La Argentina perdió su capacidad de asombro, lamentablemente. Los “cuadernos” – como los “bolsos” y “valijas” – están como naturalizados. Para peor, la confianza pública de que la Justicia le dé un garrotazo memorable a la impunidad – matriz indiscutida del saqueo sistemático y persistente en el tiempo que sufrimos– está a nivel del zócalo, para no decir en el quinto subsuelo. Empero, repentinamente irrumpió en la escena una prueba que impulsa una investigación que da la apariencia de ser seria. El país entero – sin reparar en banderías o estamentos – estará más que gratificado si así fuere. Quizás sea la inflexión del camino decadente que venimos transitando desde añares.
El descubrimiento de los “cuadernos” del chofer y sargento retirado coincide con algunos antecedentes como los apuntes que llevaba la cónyuge del expresidente peruano Ollanta Humada – hoy encarcelado-, con la información recabada por el juez federal de Curitiba, Sergio Moro, y otros casos resonantes en toda nuestra América, no sólo la del Sur.
No parece casual que Moro haya hecho un curso intensivo de treinta días en la Harvard Law School – en 1998, dos años después de acceder a la magistratura. Tampoco es irrelevante que su investigación haya empezado con la gigante Petrobras y avanzado – con la Lava Jato – con las grandes constructoras brasileñas – verdaderas corporaciones multinacionales – , con Odebrecht a la cabeza.
Tanto Petrobras como Odebrecht eran rivales de envergadura para fuertes corporaciones planetarias. Golpear a las brasileñas era, para las tradicionales, crucial.
Odebrecht por caso es la constructora del puerto cubano de Mariel, el más importante de la isla. En enero de 2013 el expresidente Lula asistió en La Habana a la Conferencia Internacional “Por el equilibrio del Mundo”- rótulo más que expresivo de la intencionalidad -, organizada por el presidente Raúl Castro.
Petrobras y Odebrecht está claro que eran la vanguardia de una estrategia geopolítica de Brasil que se vincula con una frase trascendental que escribió el Barón de Rio Branco – 1845-1912 – en su testamento político: “Yo hice las fronteras del Brasil; los brasileños harán las de América del Sur”.
Brasil había promovido el grupo de naciones emergentes – BRIC – con Rusia, India y China, al que luego se adunó Sudáfrica. No era ni es una movida geopolítica menor.
Simultáneamente, China llegó con fuerza comercial y financiera a África. Llevan siete cumbres estratégicas sino-africanas. El diálogo es entre Pekin y la Unión Africana. Además, se han realizado innúmeras reuniones bilaterales con Senegal, la hispanohablante Guinea Ecuatorial, Sudáfrica y muchos otros países del continente vecino. China, se sabe, se presenta como “imperio amable”. Sin soldados, su “arma” es el comercio y sobre todo la financiación pues le sobran reservas producto de su portentoso intercambio internacional con balanza favorable.
Los chinos también incursionan desde hace quince años – o más – en la América Latina ofreciendo solventar magnos proyectos de infraestructura que son tan perentorios e indispensables si es que aspiramos al desarrollo. En la Argentina, el más importante es el de las represas La Barrancosa y Cóndor Cliff en el río Santa Cruz. Obras de más de cinco mil millones de dólares, sin omitir que en carpeta hay dos usinas nucleares nuevas y – aunque lejano – el túnel de baja altura para conectar Mendoza con el Pacífico.
Washington algunas veces da la apariencia de aletargarse o interiorizarse para cuidar sólo a lo doméstico. Sin embargo, desde que nació nunca dejó de prestar especial atención a las fronteras – su expansión, obviamente – y a los asuntos hemisféricos y mundiales. No sólo a su seguridad nacional, sino también a sus intereses. Entre éstos se halla que sus empresas grandes hagan negocios en todo el planeta. Porque ellos, lo que ganan afuera lo llevan adentro, al revés de nosotros. De pronto les surgió un gran e inopinado competidor: la corrupción. Empresas de otros países ganaban ‘licitaciones’ o eran adjudicatarias directas de enormes obras, relegando a las propias. La legislación norteamericana es muy estricta, incluyendo los rígidos controles de la SEC, su Bolsa de Valores. No admite cohechos ni sobornos. Ni recibirlos ni darlos, ni adentro ni afuera de EE.UU. Las facturas apócrifas o los fondos ‘negros’ son duramente combatidos. Se sabe, no hay posibilidad de dádivas – darlas o recibirlas, pasivas o activas – sin que medie dinero no contabilizado o, mejor dicho, que se contabiliza paralelamente a los Libros oficiales. En este contexto, una mano invisible decidió allá que había que inhumar la corrupción latinoamericana. Parece que la africana por ahora no está en la mira.
Quizás esto explique la sorpresiva aparición de los apuntes de la corrupción y el desplome de encumbrados dirigentes regionales. Podríamos estar ante la geopolítica oculta detrás del combate a la corrupción.
Bienvenida, ciertamente, esta lucha que tiene como blanco las negruras de las cloacas mafiosas de la putrefacción político-dirigencial. Que se desnuden la hipocresía y la ruindad moral de muchos pontificadores desde tribunas falsificadas, ya que son para sus beneficios, no para orientar a los pueblos. Que se vincule definitivamente la pobreza con el saqueo de los recursos públicos. Y que se depure la política para que de verdad promueva estrategias que nos conduzcan a un mejor estadio del nivel de vida, que nos lleven al muchas veces prometido y siempre postergado desarrollo socio-económico.
Empero, pareciera útil que reflexionemos que una geopolítica está invisiblemente en medio de todo esto y que la corrupción nos castiga por partida doble: nos empobrece y también nos impide ejecutar una gran política para que tengamos más volumen – en todo aspecto – en el mundo.
*Diputado del Mercosur; diputado nacional m.c.; presidente nacional del partido UNIR
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