22 de noviembre de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

La Corte nutre los disvalores. Por Alberto Asseff*

Las principales reservas de una nación son sus valores morales. Con ellos se sobrellevan y superan las peores crisis. Adolescentes de valores, no hay prestamista de última instancia – el Fondo Monetario por caso – que pueda auxiliar valederamente en los momentos cruciales. Ni en ninguno. Son las reservas morales las que aseguran las monetarias. El más cuantioso acervo crematístico se disfuma si no tienen ese reaseguro moral. Esto no se contrata en el mercado. Anida en la cultura cívica de la Nación.
No es casual, sino absolutamente causal: el mentor del liberalismo económico, Adam Smith, fue profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow. Antes que “La riqueza de las naciones” – que dio nacimiento a la economía moderna – publico “Teoría de los sentimientos morales”. Aún los econometristas –que hacen análisis de economía matemática – necesitan una previa y fuerte inspiración moral. El capitalismo, para que funcione virtuosamente, requiere de esa musa. Una nación cuyo 84% de su territorio es montañoso, con muchos volcanes, prácticamente inhabitable como Japón, es la tercera más poderosa de la tierra porque está sustentada en su fortísima construcción moral. Es decir, antes que nada plagada, plena, de valores intangibles., que sortean a la geografía hostil. Que más allá de la letra de las leyes configuran el plexo normativo supremo radicado en la conciencia de cada japonés.
Si hay un órgano llamado a custodiar lo que todavía nos queda de valores, ese es (¿era?) la Corte Suprema. Cierto es que, en rigor, es la que vela por el cumplimiento de la Constitución. Empero, su finalidad ultrapasa esa faena. Es la máxima encargada institucional de las reservas morales de la Argentina, así como el Banco Central debería fungir para proteger a las monetarias.
El martes 14 de mayo de 2019 la Corte se asestó un mazazo y en un oficio de tres renglones desplomó lo escaso que restaba de credibilidad en la Justicia. Con ese oficio del disvalor hizo colapsar la igualdad ante la ley – columna vertebral de una república – y afianzó la impunidad reinante, esa que prohija y multiplica la corrupción sistémica. Corrupción que viola el texto de la Constitución pues en su art. 36, último párrafo, fulmina como ‘infames traidores a la Patria’ a quienes “incurrieren en grave delito doloso contra el Estado que conlleve enriquecimiento”.
El preámbulo – ese texto programático aún incumplido – propone “afianzar la justicia”. Pues, la Corte afianzó todo lo contrario. Podría ser reprochada de obstruir la justicia, no de consolidarla.
El pueblo ya ni se azora, salvo el cacerolazo del día siguiente que, aunque limitado, exhibió alguna respuesta social. Eso es lo más peligroso que nos pasa. Cuando una ciudadanía es sólida preserva su capacidad de asombro y tiene una alta dosis de indignación, por ejemplo ante la injustica, la desigualdad ante la ley, la impunidad. La aptitud para la saludable protesta es signo de fortaleza. Contrastantemente, la pérdida de energía, el abatimiento cívico, el convencimiento de que ‘esto no tiene arreglo’ prenuncia que el país ingresó en la fase terminal de la declinación, preludio de su ocaso.
La causa “Vialidad” elevada a juicio oral y público – debía iniciarse el 21 de mayo – involucra mucho más que a una asociación ilícita para apropiarse de $46.000 millones – pensemos en su poder adquisitivo pre-magnas devaluaciones de 2014 y de 2018 – de fondos públicos. Estaba en el tapete – en verdad en el banquillo de los acusados – la posibilidad luminosa de que la Justicia escribiere una página memorable inhumando la secular impunidad, esa que impone bastardamente que ‘el que la hace no la paga’.
La Corte, absteniéndose de intervenir ante una queja no suspensiva – eso reza el Código Procesal para los recursos de queja – no interferiría en la realización del debate previo a la sentencia definitiva. Y nos daría la señal benéfica a todos de que esta vez se va en serio hacia la ansiada justicia.
Pero el cálculo electoral, el ‘tiempismo’ de la Corte, la permeabilidad ante el nefasto influencismo – método oscuro y antirrepublicano como pocos – pudieron más que la manda moral de ser el tutor de los valores.
La Corte le ha dado un sopapo a la república como sistema y a la República como país.
El martes 14 de mayo ha entrado en la lista de las fechas sombrías de la Argentina. Para no remontarnos hasta las épocas alborales, ese triste recuerdo tiene al 6 de septiembre de 1930 como el inicio de nuestra larga y penosa decadencia.
Por último, ¿cómo explicarle al país que en la era digital un expediente de papel – 50 cuerpos de 200 hojas cada uno – trasladado físicamente es el único modo que tiene la Corte para corroborar alguna nulidad? ¿Acaso no está escaneado? ¿Y el Tribunal Oral no puede iniciar el debate sin los papeles? ¿No le basta tener las actuaciones en el archivo virtual? Convengamos que a la decadencia moral se le aduna el arcaísmo de los procedimientos.
Los disvalores atrasan. La Corte también. La República sigue perdida. Ya es tiempo de vigorosa reacción cívica.

*Exdiputado nacional; presidente de la Junta Nacional del partdo UNIR.

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