A 124 años del natalicio de María Eva Duarte de Perón, una figura emblemática y polémica de Argentina con gran proyección al mundo, la mirada del sacerdote que se convirtió en su amigo y confesor.
«Yo la acompañaba, a veces, a barrios suburbanos, en noches frías de invierno, a llevar medicamentos a un enfermo y entraba con ella en una casita humilde.
En una cama, un señor jadeaba con dificultad y en su rostro se veían llagas profundas, purulentas.
Ella entraba, saludaba a todos, dejaba los medicamentos en una mesa y luego se acercaba al hombre para darle una palabra de aliento y le besaba la cara.
Y yo, pastor de Cristo, que había estudiado el Evangelio en el colegio Máximo de Devoto, yo, que había dado no sé cuántas misas y había predicado en la Catedral, daba un paso atrás, yo, sacerdote, imagínese…
Ella salía y me retaba.
Era terrible.
– Pero Padre, Usted se cree que vinimos nada más que a traer medicamentos como hacían las oligarcas de la Sociedad de Beneficencia?; Vinimos a traer solidaridad, a que este hombre se sienta uno como nosotros, un argentino por el cual otros argentinos se preocupan y sufren por su estado y quieren fervientemente que se sane.
No va a decir que no lo entiende, Padre…
¡Terrible!
Ella era más cristiana que yo, para ella el cristianismo no era un sermón, ni una hostia, era mucho más, era sentir el dolor de los desamparados ¿comprende?»
Padre Hernán Benítez
El cura maldito
Hernán Benitez nace el 12 de febrero de 1907 en Tulumba, una pequeña villa del norte de Córdoba. Poco después, la familia se muda a la ciudad de Córdoba. Al cumplir siete años, fallece el padre asumiendo la madre la jefatura familiar, pero como ella viaja por razones de trabajo, a los nueve años se incorpora a un colegio religioso de Córdoba. A los 12 años y a pesar de la negativa de su madre ingresa en la Compañía de Jesús.
En el Seminario cursa Teología, Filosofía y Ciencias Sociales. Se doctora en estas disciplinas a los veintidós años, en diciembre de 1929. “Apenas doctorado lo nombraron profesor en esas materias en la Universidad Pontificia de Buenos Aires”. Fue un profundo conocedor de Antropología, materia que dictó en la Universidad de Buenos Aires y en los colegios de la Orden.
Hacia 1940, predica cuaresma en la Catedral y da cursos dominicales en la Iglesia del Salvador, que se transmitían por radiofonía. Se convierte así en el más importante orador sagrado de la época. En este marco, las damas aristocráticas lo invitan con frecuencia a los repartos de víveres y ropas en sus instituciones de beneficencia. A veces, por Radio Belgrano, expone reflexiones sobre pasajes de la Biblia o sobre música sacra. A los treinta y tantos años es el ‘niño mimado’ de las familias de doble apellido y grandes fortunas. Pero el destino le tenía preparado otro escenario del que expresó: “… ¡un día le hice un corte de manga de proporciones! Y nunca más, nunca más. Para ellos, cuando yo me fui con el pueblo, es decir cuando yo me fui con Cristo, los traicioné. Y nunca me lo perdonaron. ¡Jamás!”
En ese sentido destacó: “Desde el ’43 nos unió –a mí y a Perón- una misma pasión social. A ambos nos dolía por igual, dentro del alma, el dolor de los pobres. Nos mordía adentro el misterio de la injusticia social”. Es que esa inquietud por el dolor de los más vulnerables se acerca a colaborar con el coronel y conoce a Eva Perón, de la cual se convierte en confesor.
En 1947, toma a su cargo diversas tareas vinculadas con el viaje de Evita a Europa. Luego, la acompaña, asesorándola e inclusive le escribe algunos de sus discursos. Esta participación provoca la reacción severa de la orden de los jesuitas. El sacerdote no deberá aparecer en público y tampoco regresar a la Argentina, debiendo permanecer en Europa. Es una época de duro sufrimiento para él, que cae enfermo, afectado de una polineuritis que lo condenará, años después, a la silla de ruedas.
Tiempo después, cuando puede regresar a la Argentina, Eva se halla ya en la preparación de la Fundación, empresa en la cual el sacerdote colabora activamente. Asimismo, asesora a Perón en algunas cuestiones y se desempeña en la oficina de Publicaciones de la Universidad de Buenos Aires.
La acción social desplegada por Evita significa para el sacerdote la puesta en práctica de los principios fundamentales del cristianismo y en esa tarea vuelva toda sus energías. En los años cincuenta, señala, aún no estaba claro que el “verdadero cristianismo” está saliendo de los templos para estar con el pobre y el miserable. “Le dije mil veces a Eva Perón la frase de Cristo: ‘Lo que diste a los pobres, a mí me lo diste’, para fabricarle ese estado de ánimo. Yo distinguía muy bien lo que era la religión del cuerpo eucarístico de Jesucristo y la religión del cuerpo bioquímico de Jesucristo, el pobre. El que esté allí va a estar en el Evangelio, el otro estará en una religión puramente eclesial, aniquilada por la misma Iglesia que se ha hecho poder”.
Cuando Evita cae enferma, el sacerdote se convierte en uno de sus principales puntos de apoyo. Cuando Perón comprende que su esposa no mejorará, le pide que la prepare para la muerte. Y él la acompaña en ese trance duro en que la enfermedad la va aniquilando día a día. Hasta el último respiro de Eva, ese fatídico 26 de julio de 1952, Hernán Benítez se encuentra a su lado.
En 1953, Benítez publica “La aristocracia contra la revolución”, un ensayo político donde ataca duramente a los opositores del peronismo. Publica, asimismo, algunos ensayos en la revista de la Universidad, que está a su cargo, que se convierten luego en libro, como aquel donde reflexiona acerca de la angustia existencial de Miguel de Unamuno.
El sacerdote mantiene –hacia 1953-1955- el apoyo al gobierno de Perón, pero considera necesario alertar al líder sobre el peligro de la creciente burocratización que se observa en las altas esferas del poder. Por eso, ante la publicidad excesivamente personalizada, le dice al General: “Cuando todo suena a Perón, es porque va a sonar Perón”. Pero su advertencia no produce efecto. Las columnas de sostén del peronismo se agrietan en esos años y en 1955, se crean las condiciones para la caída.
Producido el golpe del 16 de setiembre, el sacerdote sabe que su lugar está en “la resistencia” y colabora con ella, enfrentando a los usurpadores del poder. Con la colaboración de un marxista –Rodolfo Puiggrós- lanza el periódico “Rebeldía” enfilando su artillería contra el gobierno de Aramburu.
Ante la convocatoria electoral para el 23 de febrero de 1958, el sacerdote disiente con la política de Perón de acordar un pacto con Arturo Frondizi, manteniéndose en posición voto-blanquista. A pesar de definirse por el voto en blanco, ‘Rebeldía’ exaltó el triunfo del Frente Nacional y Popular en esas elecciones y exigió la entrega del gobierno. El 28 de febrero de 1958 sostuvo: “El pueblo aplastó a la tiranía…” e inmediatamente el 5 de marzo denunció lo que luego habría de ocurrir: “Los gorilas ponen condiciones leoninas a Frondizi para entregarle el gobierno”. ‘Rebeldía’ llegó hasta el Nº 47, aparecido el 18 de junio de 1958.
En 1960, Benítez tiene oportunidad para manifestar su pensamiento extensamente en un reportaje de la revista “Che”. Allí sostiene: “La adhesión al FMI es, en esencia, la entrega a un consorcio internacional, de la conducción de nuestra economía nacional… Debe nacionalizarse toda industria cuando ello beneficie al bien común y sea indispensable para la defensa de la soberanía y economía de la nación. Debe el Estado intervenir en toda empresa que sea instrumento de explotación del obrero… Casi todas las naciones que no se resignan a ser colonias, han estatizado las flotas, los puertos, los bancos, los teléfonos y las industrias de primera necesidad, así como la explotación del petróleo y el carbón, y también los transportes, etc.”. Allí también se define a favor de la Revolución y reitera su admiración por el Che y por el sacerdote guerrillero Camilo Torres. Poco tiempo después, el padre Benítez habla del Papa Juan XXIII con profunda admiración: “… revoluciona la Iglesia Católica, en 1961, con la encíclica Mater et Magistra… se movía en el plano de las doctrinas sociales, políticas y económicas. Con la pacem in terris ascendió al plano superior de la moral que regula las relaciones entre los pueblos. Es la carta magna del derecho internacional y del pacifismo mundial. Juan XXIII ha arrancado a la Iglesia de las garras del capitalismo y la ha puesto a resguardo de las represalias del comunismo. ¡Empresa colosal!… Lo que más me emociona es la altura en que se coloca el Pontífice. Él está por encima de los conflictos entre Oriente y Occidente. No como árbitro odioso, juzgando y condenando, sino como profeta iluminado, señalando el único camino que le queda a la humanidad para escapar al fuego atómico, el de vivir en verdad, en justicia, en auténtica confraternidad y auténtica libertad”.
El padre Benítez fue uno de los primeros en la Argentina (y quizás en el mundo) en intentar salvar ese abismo entre católicos y marxistas. Así lo manifestaba el sacerdote: “Sin jactancias, puedo asegurar que desde 1957 vengo luchando por la concreción del diálogo entre creyentes y ateos, entre cristianos y no cristianos, entre orientales y occidentales. He luchado y he sufrido en procura de un orden social de mayor justicia y de más igualdad entre los hombres. En un mundo como el nuestro, donde cerca de cien millones de personas mueren de hambre cada año, donde los dos tercios de la humanidad padece desnutrición, donde un quince por ciento posee más bienes que el ochenta y cinco por ciento restante, es realmente absurdo que combatan entre sí católicos y marxistas. Digo que es absurdo. Y la razón es patente. Porque unos y otros abrazan como objetivo primordial de su doctrina, la defensa de los desposeídos, la construcción de un mundo mejor, la procura del clima y el aire que ha de respirar el hombre nuevo, cuando cese en el mundo la explotación del hombre por el hombre”.
El 15 de febrero de 1966 es muerto en la sierra colombiana el sacerdote Camilo Torres, a los treinta y siete años. En un artículo aparecido en el desaparecido diario “El Mundo, el padre Benítez vertió su opinión: “No había tenido nada más que no hacer nada y llegaba a arzobispo de Bogotá y a cardenal. Pero, eligió hacer algo. Algo que no lleva a mitras, ni honores, ni riquezas. Eligió el camino que le parecía, en su conciencia, el único evangélico. Y siguiendo una tradición que fue gloriosa para la Iglesia en los días de la independencia de los pueblos de Latinoamérica, dejó de lado al sacerdote, al sociólogo, al orador, al escritor y se convirtió en guerrillero”.
Al año siguiente, en los primeros días de octubre asesinan al Che Guevara en Bolivia. En la revista ‘Cristianismo y revolución’ el padre Benítez expuso su opinión: “… No me corresponde decir a mí, sacerdote, si la gesta del Che tuvo justificativos sociales o políticos. Esto lo dirán otros. Y el tiempo dará su última palabra. Pero ¿los tuvo teológicos? Es decir: ¿fue justa la causa por la que el Che inmoló su vida? En los tiempos del Syllabus de Pío IX y de la encíclica Quod apostolici muneris, de León XIII, se lo habría condenado sin reservas… Pero los tiempos han cambiado. La encíclica Populorum Progressio, en términos precisos, justifica la rebelión armada, ‘cuando la tiranía es evidente y prolongada y atenta contra los derechos fundamentales de la persona, dañando el bien común del país’. La misma encíclica condena los negocios leoninos -¡los de siempre!- del imperialismo con los pueblos subdesarrollados, regulados por la economía individualista liberal… Los dos tercios de la humanidad oprimida se han estremecido con su muerte. El otro tercio, en lo secreto de su alma, no ignora que la historia del futuro, si caminamos hacia un mundo mejor le pertenece al Che, por entero”.
En una carta que le envía a Eduardo Astesano donde lo felicita por su libro “El sentido social del Martín Fierro”, el padre Benítez expresa: “El ‘Martín Fierro’ es el breviario del pueblo. Es el arma de lucha contra el antipueblo. Es libro nuestro, de desponchados y descamisados. No de nuestros enemigos… los Martínez Estrada, los Borges y los otros odiadores del pueblo, por muchas milongas que escriban, pues se hallan insanablemente viciados por su medular oligarquismo para entender y gustar el ‘Martín Fierro’ en su carozo, en su tuétano vivo, en su esencia política-social.”
El padre Benítez no trató a Borges, pero si refutó, en una recopilación que efectuó Aida Iurisci, declaraciones reaccionarias del mismo en 1971: “… Pise usted, Borges, en la tierra. No convierta la historia en uno de sus cuentos de laberintos, funambulescos y psicodélicos… Borges: es usted un artífice del idioma. Gran nombre. Gran pluma. Millonario de imaginación y vuelo poético. Trabajador incansable. Es auténtica gloria nacional. Pero, dolorosamente, su obra literaria no respira trascendencia. Su corazón pasa insensible frente a los grandes problemas humanos. Aún cuando vuelve usted sus ojos a Dios, a la muerte, a la angustia vital, a las grandes categorías existenciales es para bordar camafeos literarios. Es para dar pábulo narcisista a su yoísmo. El artista devora al hombre…”.
Con el retorno del peronismo en 1973, el padre Benítez vuelve a la cátedra en el Instituto del Tercer Mundo creado por Rodolfo Puiggrós. Sin embargo mantenía independencia de criterio al manifestar “… El Perón que andaba con Evita era una cosa. El Perón que andaba con López Rega era otra”. Por ese entonces la Universidad Nacional y Popular le otorgó el título de Profesor Emérito.
Durante la dictadura militar iniciada en marzo de 1976, el Padre Benítez se autoexilió en su casa, con sus libros, sus gatos y los amigos que lo visitaban. Hasta que en el otoño de 1982 se decidió a ver la luz al ser invitado a bendecir las instalaciones y pronunciar unas pocas palabras, en la planta que estaba cerca de la esquina renombrada de Pompeya ubicada en Centenera y Tabaré, ante el lanzamiento del periódico “La Voz”, de la Intransigencia y Movilización de la izquierda peronista. El sacerdote político no pudo con su genio: tornó a levantar la voz y a condenar a los opresores de adentro y de afuera, a denunciar la entrega del país y la necesidad de nuclear a las fuerzas populares para la gran transformación.
El 26 de julio del mismo año pronunció un nuevo discurso, esta vez en la CGT en el 30 aniversario de la muerte de Evita. Después de la recordación de Evita, advirtió a los dirigentes peronistas acerca de la grave crisis en que se hallaba sumido el peronismo: “… Yo no comprendo cómo los artífices del descalabro, no digamos del justicialismo, sino del lopezrreguismo, entronizado en el gobierno del 73, pueden tener la osadía de presentarse nuevamente y de postularse a altos cargos directivos…”
En los años noventa, el padre Benítez siempre puso énfasis en resaltar el antagonismo entre aquel peronismo del ’45 donde fulguraba Eva Perón y el menemismo: “el justicialismo de hoy, que bajo el santo y seña de Perón y Eva Perón, proclama la fidelidad a nuestras banderas, pero ha entronizado al antipueblo como el dogma fundamental de la recuperación nacional. Padecen desazón y angustia no pocos de los peronistas de la primera hora, aquellos del ’45, aquellos que gestamos la gloria de diez años de gobierno auténticamente democráticos… También padecen angustia y decepción aquellos que se incorporaron luego, durante el largo período de proscripción y jugaron su vida en acciones revolucionarias, gestas de mártires antes que emboscadas de subversivos. Los de una y otra generación, a pesar de sus deferencias, tenían un mismo sentimiento que los unía: les dolía el dolor de los pobres, como a Eva Perón. Como asimismo les dolía y les duele el dolor de la Argentina, el dolor de verla rendida a los préstamos y disposiciones de la Banca Internacional, el dolor de verla doblegándose a las imposiciones del imperialismo. Dolor de verla marionetizada por la fuerza foránea destructora de nuestros valores morales. Debe condenarse sin atenuantes al gobierno que blasonando de ser justicialista, institucionaliza la injusticia social”.
El padre Hernán Benítez fallece el 22 de abril de 1996, olvidado por la cúpula eclesiástica, a la cual enrostró complicidad con la dictadura militar, ignorado también por gran parte de la dirigencia del justicialismo, a la cual imputó traición a las banderas del ’45. De aquí su condición de “maldito”.
Fuente: Ricardo A. Lopa- Los Malditos