8 de noviembre de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

La larga marcha hacia la libertad y la igualdad ; Por Jesús Rodríguez

El día antes de la marcha en el obelisco estuve conversando con Laura Di Marco en La Trama del Poder. Lo que el sábado finalmente terminó siendo una multitudinaria manifestación pacífica de cientos del miles de personas tiene un espejo en el ’83. Como recordó Laura al inicio del programa, «La marcha del millón» fue nombrada de esa manera «rememorando aquella marcha donde Alfonsín metió un millón de personas en el obelisco, recitó el preámbulo de la Constitución -una especie de rezo laico-, y en donde la opción era autoritarismo o democracia».Estuve en ambas marchas -la del ’83 y la del 2019- y, efectivamente, hay varias coincidencias, empezando porque los valores que defendíamos entonces son los mismos que defendemos hoy en día, y porque también ahora se presenta una dicotomía, no tan drástica, pero sí decisiva: la regresión al populismo o la continuidad del camino del republicanismo.

La primera alternativa mostró su cabeza en las PASO y es muy peligrosa si se impone el 27 de octubre. Es el populismo, justamente, el gran responsable de las frustraciones de los argentinos y de su retroceso relativo con respecto a casi todos los otros países de la región.

Pensemos que, durante casi todo el siglo 20, América Latina estuvo marcada por dos situaciones: dictaduras e inflación. Las dictaduras quedaron atrás, gracias al inicio del dominó democrático que significó Alfonsín en el ’83. Ahora bien, nuestros vecinos pudieron superar también la inflación y problemas severos, como el estancamiento económico y altos niveles de pobreza. ¿Por qué nosotros no? Por la existencia y la persistencia de esa práctica populista, movimentista, que además vino acompañada de una lógica económica facilista.

El capitalismo requiere certidumbres: para que alguien decida invertir, debe tener un horizonte previsible. En democracia, eso se logra mediante acuerdos políticos y engranajes institucionales aceitados.

Episodios como el del 2015, cuando la presidenta saliente se niega a entregar el mando al presidente electo, atentan contra la previsibilidad. Detrás de esa irreverencia institucional por parte de la doctora Kirchner hay una falta de aceptación de las reglas democráticas. Bajo su concepción, Macri no ganó una elección sino que «usurpó» el poder. Esa negación volvió a aparecer en 2017, cuando Cambiemos volvió a ganar en la elección de medio término y alcanzó un acuerdo con los gobernadores. ¿Qué pasó? Una batalla campal en el Congreso.

Si el gobierno de Alfonsín -ya dentro del paradigma democrático que él logró imponer- hubiera contado con una voluntad de acuerdo por parte de la oposición, el plan Austral hubiera funcionado tan bien como el plan -de similar diseño e ideado por funcionarios igualmente competentes- que implementó Israel. ¿Por qué allá prosperó? Porque hubo un acuerdo entre los dos partidos mayoritarios, formularon un programa de reducción del gasto público, lo respetaron a rajatabla e idearon una forma de implementarlo conjuntamente. En Argentina no funcionó porque, sin acuerdo, no pudimos reducir el gasto.

El pasado gobernado por el peronismo no es un lugar atractivo al que volver. En primer lugar, en términos históricos, el conflicto interno cuando el peronismo está en el gobierno, es riesgoso. Eso tenemos por delante si triunfa la fórmula Fernández-Fernández: ¿qué se impone, la Comisión de la Memoria o el «nuevo orden institucional»?

Del ’83 a esta parte hemos visto presidentes peronistas de dos tipos: los que gozaban de «rating social», como Menem y Cristina Fernández de Kirchner; y los que surgieron del aparato, como Duhalde o Néstor Kirchner. Fernández no es ninguna de las dos cosas y la centralidad de la decisión política está en la candidata a vicepresidente. Cómo procesará el peronismo esa asimetría en términos de legitimidad política es un interrogante.

Por otra parte: ¿el gobierno de Macri fue creador de los problemas o no pudo resolver los problemas que crearon los otros? Recordemos que el kirchnerismo dejó el poder luego del período más extenso de gobierno del año ’30 a la fecha, habiendo gozado de mayorías en todos los ámbitos políticos y de un contexto económico global excepcionalmente favorable; sin embargo, dejó a una de cada tres personas bajo la línea de pobreza, 8% de déficit fiscal, presión tributaria récord y cuatro años de estancamiento económico.

Por eso -y a pesar de la comprensible angustia y frustración que traen los problemas económicos- la marcha del sábado pasado, con alrededor de 500.000 personas en el centro de Buenos Aires y el acompañamiento en otras ciudades, demostró que hay muchas personas en la Argentina con voluntad de mirar hacia adelante y dejar atrás las soluciones populistas, que terminan no siendo soluciones.

El radicalismo ha recorrido ya tres siglos de historia, en contextos muy distintos y con diversidad de formatos, pero tiene un rasgo de identidad que lo caracteriza y lo moviliza: la búsqueda de una sociedad con libertad e igualdad. Desde ese mandato constitutivo es que estamos comprometidos con la elección del 27 de octubre y con ese objetivo agitamos nuestras banderas radicales y argentinas el sábado pasado.

El 26 de octubre de 1983 hablé en el acto de la Avenida 9 de Julio. Tenía 27 años y me temblaban las piernas. Había un océano de gente. Otros jóvenes de aquella época se reían de nosotros, nos tildaban de blandos, ellos eran «revolucionarios», pintaban paredes con «somos la rabia» y nosotros contestábamos con «somos la vida». El tiempo nos dio la razón. La nuestra era la forma de la democracia, de lo cosmopolita, de la diversidad y la tolerancia. Marchábamos hacia la construcción de una sociedad con libertad e igualdad, una larga marcha de la UCR y de los argentinos.

*Ex ministro de Economía de Raúl Alfonsín y auditor general de la Nación.

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