Una norma no escrita impone que en la agenda del gobierno, incluyendo al Legislativo, sólo caben los asuntos de coyuntura, es decir los que inquietan o preocupan en lo cotidiano. De este modo, lo trascendente, el largo plazo, sistemáticamente se deja para más adelante. Para cuando llegue una oportunidad, quizás abrigando la expectativa optimista de que se agoten los reclamos momentáneos y entonces sí podamos avocarnos a las cuestiones estratégicas o de transformaciones sustantivas.
En verdad si aguardamos a que se despejen los problemas de ética, pobreza, seguridad, narcotráfico, empleo, jubilación, salud, educación, infraestructura, macroeconomía y demás para aplicar nuestras energías a los cambios de fondo o estructurales, bien cabría reflexionar para qué mutar si todo marcha redondamente. En esa conjetura, ciertamente de índole utópica, encarar transformaciones y grandes reformas sonaría a innecesario y hasta contraproducente. En una palabra, lo estratégico se posterga tanto si nos va mal como si nos fuere bien. Siempre se lo margina.
La realidad nos manda otra cosa, nos habla diferente. Si no afrontamos lo estructural jamás podremos solucionar la coyuntura. Si no le cortamos el pescuezo a la impunidad nunca tendremos ética pública, con su secuela de que también se degradará la de las esferas privadas, como la empresarial. Si no reformamos el régimen tributario, nunca disfrutaremos de una genuina justicia distributiva, asimismo llamada social. Si no le damos buena batalla a la declinación del sistema educativo, no habrá perspectiva de disponer de educación de calidad. Si no racionalizamos la inversión en salud no poseeremos buenas prestaciones a pesar de que asignamos recursos de nivel sueco, contrastando con servicios mediocres. Si no disociamos absolutamente policía y delito, manteniendo esta sociedad tan evidente entre vigilantes y ladrones, con las excepciones del caso, en ningún momento futuro gozaremos de seguridad por más escáneres móviles y otras tecnologías con que dotemos a las fuerzas. La complicidad de la policía con el delito no siempre se produce por venalidad. La mayoría de los casos es por desidia y sobre todo por ausencia de ejemplaridad. Si arriba saquean, abajo se propaga la tentación de optar por ese desvío. Es el antiparadigma funcionando. Si para luchar contra la pobreza y el desempleo se adoptan las modalidades de incorporar ‘ñoquis’ o empleos de bajísima calidad y sumamente precarios en los Estados –nacional, provinciales y municipales – o extender planes sociales sin la contrapartida de prestación laboral, el porvenir nos deparará inexorablemente más pobreza y, lo peor, estructural. Dejaremos esa gran Argentina de la movilidad social ascendente – la pobreza era un estadio transitorio – para tener un país con una enorme miseria definitiva, anclada. Es lógico, pues se habría perdido la cultura del trabajo, ese gran ordenador social, ese dignificador por antonomasia, ese promotor de progreso y prosperidad. Individual y colectivamente.
Si la coyuntura nos tapa la visión y nos enerva decidirnos por magnas reformas, seguiremos deformando demográfica y territorialmente al país, nutriendo una macrocefalía enfermiza. Buenos Aires hace tiempo que es un problema, en rigor una constelación que los reúne a todos, desde la deshumanización hasta la colosal adolescencia de infraestructura.
Para simplemente poner un ejemplo, hay necesidades de médicos en todo el ámbito semirrural del país, esas poblaciones y caseríos de menos de 5 mil habitantes. Sobre todo, ausencia de especialistas, principalmente pediatras. En contraste, Buenos Aires tiene la proporción por habitantes más alta del mundo. Nadie quiere resolver esto con una medida plausible por donde se la analice: para habilitar el ejercicio de la medicina se deberá practicar un año a partir de la graduación en un destino que determinará la autoridad sanitaria, obviamente con renta y casa habitación. Así, nunca faltará un médico en parte alguna de la vasta Argentina.
Trasladar la capital como lo hicieron EE.UU., Canadá, Brasil, Rusia, China, Australia y tantos otros grandes países no es un sueño o un proyecto faraónico. Es una estricta e imperiosa primera necesidad. No será la solución total para nuestros problemas, pero sí el inicio del camino hacia el arreglo. A partir de esa decisión tomaremos conciencia sobre la ineluctabilidad de adscribirnos a la cultura de las reformas profundas, desechando el escapismo del parche y de ‘ir tirando’.
El ‘Plan Belgrano’ para el Norte Grande va en la dirección de las transformaciones con hondura. Por eso, parece oportuno reflexionar sobre los cambios transformadores de largo aliento y alta mirada. En ese marco hoy llamamos la atención sobre lo mucho por hacer para revertir el malsano macrecefalismo que sufrimos.
*Dip.nac (MC) y dip.del Parlasur
UNIR-Frente Renovador