La campaña hacia las PASO no tuvo nada de programático: se caracterizó por las gestualidades, las descalificaciones personales, las declaraciones altisonantes y los gritos calculados. Nos mostró candidaturas que optaron por maximizar su renta electoral a costa de la discusión de ideas y que buscaron conquistar a votantes independientes apelando al «miedo al pasado» o a la «bronca con el presente».
Desde el punto de vista electoral, la estrategia de polarización aceleró los tiempos. Lxs electorxs, incluso lxs de baja intensidad, no habilitaron una «tercera alternativa». Así, la concentración de votos de las dos primeras fuerzas fue más alta que nunca antes y arrojó una distancia de la primera sobre la segunda de improbable reversión.
Hacia octubre, en la otra campaña electoral, la que vale, quienes contienden le hablarán, nuevamente, a segmentos sociales que ya votaron y que, en porcentajes significativos, votaron «en contra de…». En este sentido, volver a tirar del miedo buscando una quimérica «remontada» sería un error de estado. A la vez, considerar que las opciones mayoritarias de agosto son preferencias incondicionales sería un error de diagnóstico.
En este escenario, transitar una disputa que parece ya definida, quizás, sea una oportunidad para mostrar una campaña diferente, en la que las soluciones a nuestros problemas no aparezcan como pases de magia, sino acompañadas de caminos posibles por los que transitar. Una campaña en la que las promesas que nos remiten a un país en el que «tendremos más», o en el que las cosas «funcionarán (más o menos) mejor» nos aclaren cómo, para qué y para quién.
Los debates electorales, pautados para el 13 y el 20 de octubre, serán la piedra angular de esta oportunidad de generar un debate público de calidad, en el que la simplificación de los mensajes, típica de las democracias de masas, no signifique «reducir» u «ocultar» sino un intento de conectar con un campo de ideas que podamos creer, con futuros que podamos construir.
Estas elecciones se tratan de la economía, y resulta entendible porque tenemos problemas urgentes. Sin embargo, el futuro trae más desafíos que bajar la inflación, entre otros, ¿cómo hacemos para que una mujer, que pide paridad, la tenga y la sienta en su vida diaria? ¿Cuánto del camino de adaptación al cambio climático tiene que ver con nuestros hábitos? ¿Cómo vamos a hacer para garantizar la vida en tiempos del pos-trabajo? ¿Qué vamos a hacer con la crisis habitacional? ¿Cómo hacemos para que la transparencia, más que un cuento, cambie los comportamientos oligárquicos de algunos funcionarios?
El 10 de diciembre habrá un nuevo presidente y no será ni el fin de la Argentina, ni el comienzo de una nueva: la vida seguirá desde donde la retomemos. La clase dirigente debe ser consciente de que apalancarse sobre un «voto en contra de…» la dejará sobre hielo fino en términos de legitimidad y que, para fortalecerse, debería aprovechar los debates para hablar del «día después» del 10 de diciembre, con seriedad y verosimilitud.
Hoy, adoptar el punto de vista de la sociedad significa debatir sobre la preocupación que todos tenemos por el «día después». Porque, en el «día después», no valdrán las gestualidades, las descalificaciones, las tácticas electorales, las simpatías de por unos sobre otros.
Por Agustín Frizzera – Licenciado en Sociología (UBA). Magister en Gestión Urbanística (Universitat Politécnica de Catalunya, UPC). Director Ejecutivo de Democracia en Red, ong que presentó el espacio Causas Comunes para estimular el debate y pedirle a los candidatos compromisos con respecto a las políticas sobre drogas, transparencia, derechos laborales, con perspectivas amplias, inclusivas y diversas.