Por Antonio Las Heras
Es la, llamémosle, “pandemia” para continuar con un término ya vulgarizado, de la que prácticamente no se habla. Los trastornos psicológicos y psiquiátricos están cada vez más a la vista en las conductas humanas. Alcanza con ver las noticias. Dos hermanas mellizas, de 12 años de edad, se arrojan de un balcón en Oviedo. Ya había sucedido algo similar unas semanas antes también en España. Tres turistas argentinos – en Oaxaca – son atacados a machetazos por alguien que actúa en evidente estado alterado de consciencia. Uno de los agredidos – de 23 años de edad – muere tras días de agonía. Las autoridades mexicanas detienen al asesino – un hombre de 21 años de edad – y admiten que se trata de un individuo que no está en sus cabales. No está en sus cabales, pero caminaba sin problemas en las calles aunque los testigos – consultados después de concretado el ataque – reconocen que su comportamiento no parecía normal. Como tercer ejemplo, de los actuales y de difusión internacional, tenemos el hombre que causó tensión en el Vaticano, al ingresar con su auto hasta el Patio de San Dámaso, gritando que había visto al maligno y que, por eso, quería ver al Papa Francisco. Una vez detenido, se comprobó que se trata de un hombre con graves alteraciones psicológicas.
Los trastornos mentales graves son un tema tan vigente que suelen ser el eje de todas las series policiales de televisión por cable: tanto las norteamericanas como europeas. La francesa “Balthazar” tiene como protagonista a un médico genial en la realización de autopsias… ¡pero que tiene graves y recurrentes alucinaciones que le hacen ver personas inexistentes con las cuales mantiene largos diálogos y, hasta, romances!
E, inclusive, en el cine. La reciente “Misántropo”, realizada en Hollywood por el argentino Damián Szifron, consigue una vuelta de tuerca original: el asesino serial – eje del filme – es un enfermo mental al que, para darle alcance y conseguir su detención, tiene que intervenir una mujer policía que también tiene problemas mentales de similar índole, por lo cual está en condiciones de pensar como el criminal y ser capaz de adelantarse a sus pasos.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada cuatro personas en el mundo padece algún tipo de trastorno mental. De éstos, dos tercios no reciben ningún tipo de atención.
Interesante señalar que durante la reciente inauguración del XXII Congreso Español de Salud Mental, en su discurso la reina Letizia no haya vacilado en afirmar que «No hay salud sin salud mental», poniendo así en claro la relevancia del tema. También hizo una propuesta indicando como posible solución para eso a que «la prevención y la educación temprana en salud nos permitirían tener herramientas para gestionar emociones, afrontar la adversidad o las experiencias traumáticas.» Doña Letizia, basándose en datos proporcionados por la Organización Mundial de la Salud hizo un pedido especial para que se estudie en los colegios estos temas y que también se aporten herramientas sobre buenos hábitos y salud mental.
Obviamente, trastorno mental no es sinónimo de conducta violenta. Pero el hecho de que haya casos en que sí lo sea, es lo que hace especialmente delicada la cuestión. Ya no se trata sólo de la persona en sí misma, sino del peligro que implica para la integridad de los demás.
No hay que ser un profesional de la mente humana – alcanza con tener sentido común – para advertir el grado de violencia que hay en las calles. Lo que es válido en todo el mundo. Pero si lo limitamos al ámbito de dónde uno transita sus días – en mi caso, la ciudad de Buenos Aires – es cotidiano presenciar situaciones de violencia tanto en transeúntes como en conductores de vehículos, arriba de ómnibus, subtes o trenes. Cuestiones mínimas que, hasta hace poco, se habrían resuelto con un “disculpe usted” ahora modificaron por el grito “¿querés venir a pelear?”
Sí. Podemos plantear que hay una pandemia psicológica y psiquiátrica desatada. ¡Y no puede resolverse ni con vacunas ni con comprimidos! Un asunto de este tipo requiere soluciones psicosociales.
Lo primero que hay que tener en cuenta es la forma en que los gobiernos encararon la manera de enfrentar la pandemia de Covid 19 – requiriendo de la noche a la mañana un abrupto cambio en las formas habituales de vida – como la forma en que fue desarrollándose, significó que la mente de cada uno de nosotros asumiera modificaciones de una magnitud mayúscula, cosa que sólo puede llevar adelante y de la manera adecuada quien estuviera preparado para ello. ¡Son los menos!
El tiempo que duraron todas esas medidas generó impensadas – para la gran mayoría – situaciones de cambio tanto en lo laboral como en los vínculos humanos y cualquier otro que se quiera señalar.
Frente a tanta confusión es entendible que el psiquismo reaccione de una manera no conveniente. Aquí es dónde hay que tener en cuenta lo que el célebre psiquiatra Carl G. Jung denominó “Arquetipo de la Sombra.” Una fuerza del psiquismo profundo, inconsciente, que o bien se dirige hacia el exterior provocando conflictos sociales o es reprimida causando padecimientos psicosomáticos.
Si la persona no encuentra la manera de reorganizar su vida de manera que haya un mínimo de previsibilidad, el malestar por la zozobra permanente tiene que evidenciarse. La pandemia de Covid 19 concluyó. Pero los problemas, dificultades e imprevistos, en la vida diaria, continúan sin tregua. ¿Cómo hace alguien para adaptarse a una forma de vivir que implica atravesar cambios continuos e incertidumbres permanentes?
La mente occidental, durante todo el siglo XX, fue internalizando como normal la previsibilidad. Un empleo al que se accedía para continuar hasta jubilarse. Una familia establecida. Un sitio para vivir. Unos cuántos objetos – que habrían de durar para siempre – que daban cierto bienestar. Una carrera universitaria – si era posible hacerla – con conocimientos que muy de vez en cuando requerían alguna actualización. Por poner los ejemplos más evidentes. Lo concreto es que prevalecía la idea de que la vida era l o suficientemente previsible, desde el nacimiento hasta la muerte.
Ya en las últimas décadas del siglo pasado todo esto comenzó a tener movilidades y transformaciones. De a poco; es cierto. Pero comenzaron a evidenciarse.
Hoy en día, podríamos afirmar que lo único seguro es que, cada mañana, al despertar, hay que informarse de los nuevos cambios que acaban de suceder. Y todo hace deducir que así seguirá ocurriendo.
En tanto, ¿qué hacemos con la pandemia psicológica y psiquiátrica?
Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, magister en Psicoanálisis, filósofo y escritor. Su más reciente libro es “Atrévete a vivir en plenitud.” www.antoniolasheras.com