Siempre tuvimos pobreza. Toda la historia. Al igual que el mundo entero, aún hoy, incluyendo los estados más poderosos. Estados Unidos tiene 45 millones de pobres, China 500 millones, la India 900…¡Para qué seguir! Pero a nosotros nos duele la pobreza nuestra, sobre todo porque la de antaño se sobrellevaba con una esperanza de ascenso social en una Argentina dinámica, prometedora, que amagaba con navegar en alta mar, buscando destinos ambiciosos. La de hogaño es férrea, dura, estructural, en el marco de una nación que se estancó, que en los últimos 60 años se caracterizó por ser el país que menos creció en todo el globo. Todavía vivimos de los esplendores de hace un siglo. Un ejemplo lo brinda el transporte público subterráneo de Buenos Aires – sólo porque nos hemos quedado no lo tienen Córdoba y Rosario. Cien años atrás, Buenos Aires era la única y solitaria ciudad de todo el hemisferio sur del planeta que disponía de ese medio. Hoy la red ha quedado rezagada por falta de ampliaciones, superada por Santiago de Chile, para citar a una de las tantas urbes meridionales que se nos adelantaron.
La pobreza actual es mucho más que una angustiosa preocupación. Es un virtual botín político-electoral. No es una opinión, sino un dato objetivo. Se conocen muy pocos dirigentes político-sociales que se esmeren en extraer de la pobreza a los compatriotas sumergidos mediante las dos herramientas – vigas maestras – de la educación y el trabajo ¿Acaso no hay docentes para educar a los pobres? ¿Es imposible organizar tareas dignas para los beneficiarios de la asistencia social? La información que tenemos es indiciaria y es inconcusa: manipulan la pobreza, la usan para las elecciones y también para engrosar la soldadesca del narcomenudeo. Y, desgraciadamente, del crimen común.
Son cuantiosísimas las erogaciones destinadas a la asistencia social, pero los resultados son magros. Es tiempo de racionalizar esa inversión social, no para disminuirla, sino para que rinda los ansiados frutos, esto es arrimar dignidad y horizonte al pueblo pobre del país. Una Agencia Nacional de Asistencia y Empleo que aúne al Estado nacional, provincias y municipios –¡basta de gestión caótica!- con Cáritas, Obispados, Evangélicos, movimientos sociales para que con una tarea de excelencia se obtengan en cinco/diez años resultados de ascenso e integración social. En esa Agencia habrá cero política partidista o sectaria, apostando todo a la gran Política de erradicar la pobreza y la indignidad. Con profesionalidad y vocación solidaria.
La clase media ha sido y continúa siendo nuestra mejor carta hacia el futuro. Ella es el espejo en el que se miran los pobres y es el modelo para el país de progreso que supimos ser, al que debemos retornar. Empero, necesitamos que sea más constante, menos volátil, diría que deje de ser veleidosa. Que apuntale con más firmeza a las transformaciones que exige la Argentina. Hay que decirlo, so riesgo de incurrir en ingenuidades: debe desdolarizarse mentalmente, paso previo para comenzar la recuperación económica. Debemos fogonear una corriente contracultural. Sin ella será inasequible la rehabilitación del peso, las inversiones y toda la cadena virtuosa de una economía sana. Ser un poco más como todas las clases medias. Parecerse acá menos a sí misma. Que mire al largo y ancho país, olvidando Miami. Se explica que la ciudad de Florida sea La Meca para los absurdamente fragmentados y saqueados países centroamericanos, pero…¿para la grandiosa Argentina…?
Por supuesto que el gobierno nacional – el actual y todos los que vendrán – debe darle un plan orientativo al país. En una economía fragilizada, donde el Estado tiene un 47% de participación, no puede siquiera pensarse que la política pública pueda ausentarse de una planeación indicativa. Decir, por caso, dónde se van a ir generando ejes de desarrollo dotados de energías limpias en los que se empiecen a producir y potenciar recursos hoy inutilizados. Identificar cuáles son los puntos fuertes de la prosperidad que la Argentina reencontrará. Es esa política la que nos debe señalar la estrategia para aprovechar la anchurosa plataforma marítima. Sus aguas ya nos dan más ingresos que los vacunos y su sublecho atesora bienes que nos impulsarían en todo sentido. Obviamente, la reforma del Estado es imperiosa. Se requieren eximios arquitectos que lo reestructuren y lo hagan un instrumento fructífero. Hoy es una carga. Cuando a un pueblo se le dan mensajes claros y motivadores se lo activa ¿Alguien le está diciendo por caso que la Pampa Húmeda del porvenir es la llanura marítima o ‘Pampa Mojada’? ¿Cuántos jóvenes errabundos podrían hallar su camino y así ir trazando el de todos?
Irrita, subleva, da rabia que teniendo el país que poseemos estemos zigzagueando cual errantes, convencidos que no hay futuro. Estamos sin carta de navegación y por eso somos nautas costeros. Temerosos de lo que vendrá. Inseguros, llenos de incertezas. Como nunca fuimos ni jamás seremos de esa runfla que trae fósforos al incendio, lo que digo es que hay una colosal faena para realizar empezando por derogar – con un decreto irrevocable, quemando los barcos – el código venal que nos ha destruido moral y materialmente. En su lugar, establecer definitivamente el código ético. Recordemos que si queremos una economía robusta sí o sí los negocios exigen reglas morales. Hasta Adam Smith lo ejemplifica. El padre del liberalismo era ante todo profesor de Ética.
También estamos necesitando servidores del Bien Común. Los intereses sectoriales tienen sus defensores permanentes. Pero, los intereses generales carecen de representantes. Por lo menos, no sobran. Por esta línea discurre un principio de solución de fondo. Con buena Política y mucha ética, las soluciones fluirán.
*Diputado del Mercosur; diputado nacional m.c.; presidente nacional del partido UNIR
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