El tiempo litúrgico comienza este domingo 27 de noviembre. El mismo nos invita a esperar la Natividad del Señor, su Parusía y también su venida al corazón de cada uno de nosotros.
La palabra “Adviento” viene del latín “adventus”, que significa “venida”. En el año litúrgico cristiano, es el tiempo durante el que se lleva a cabo los preparativos para celebrar la Navidad.
Es el tiempo de la esperanza, de la mirada hacia el futuro con buenos augurios. El Adviento lleva a recordar el pasado, viviendo intensamente el presente para lograr un futuro lleno de fe y felicidad. En él la Iglesia y cada bautizado están llamados a convertirse en esperanza para toda la Creación.
Es el comienzo del Año Litúrgico; comienza el domingo más cercano al treinta de noviembre y finaliza el veinticuatro de diciembre, siendo los cuatro domingos anteriores, formando unidad con la Navidad y Epifanía.
El Adviento marca un nuevo año litúrgico en la Iglesia. Puede ser dividido en dos partes:
- Desde el primer domingo hasta mediados de diciembre, con una fuerte tendencia escatológica.
- Hasta el veinticuatro de diciembre, que se prepara a la venida de Jesús, acercándote a la Navidad
En la Biblia se sugiere leer las lecturas del profeta Isaías y en el Antiguo Testamento la llegada del Mesías.
Textos de San Josemaría para meditar
Comienza el año litúrgico, y el introito de la Misa nos propone una consideración íntimamente relacionada con el principio de nuestra vida cristiana: la vocación que hemos recibido. Vias tuas, Domine, demonstra mihi, et semitas tuas edoce me; Señor, indícame tus caminos, enséñame tus sendas. Pedimos al Señor que nos guíe, que nos muestre sus pisadas, para que podamos dirigirnos a la plenitud de sus mandamientos, que es la caridad (Es Cristo que pasa, 1).
Llegamos. —Es la casa donde va a nacer Juan, el Bautista. —Isabel aclama, agradecida, a la Madre de su Redentor: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! —¿De dónde a mí tanto bien, que venga la Madre de mi Señor a visitarme? (Luc., I, 42 y 43.)
El Bautista nonnato se estremece… (Luc., I, 41.) —La humildad de María se vierte en el Magníficat… —Y tú y yo, que somos —que éramos— unos soberbios, prometemos que seremos humildes (Santo Rosario, n. 2).
Las tres dimensiones del Adviento
Es en este aspecto de la esperanza en relación con el Adviento está compuesta de tres dimensiones o aspectos.
En primer lugar, se realiza una invitación a reflexionar sobre la primera venida de Jesús, la histórica, en la humildad de nuestra carne, cuando el Hijo de Dios, luego de haberse encarnado en las entrañas purísimas de su Inmaculada Madre, nació en Belén. La mayoría de las lecturas de las últimas dos semanas de este tiempo aluden a este hecho. Asimismo, se conmemora este acontecimiento, imitando la esperanza en Dios y en la venida del Salvador que tenían los hebreos y muchos otros pueblos de la antigüedad.
En segundo lugar, se propone meditar especialmente en la Parusía, la segunda venida de Cristo al final de los tiempos, que es el tema predominante en las dos primeras semanas del Adviento. De esta manera, se experimenta la esperanza en el regreso glorioso de Jesús como Rey del Universo (cuya fiesta se celebra siempre, precisamente, el domingo anterior al comienzo del Adviento) y en compartir con Él la vida eterna.
Finalmente, también se espera que Jesús venga al corazón de cada ser humano, ya que Dios está presente siempre y en todo lugar, golpeando las puertas para advertir que jamás estamos solos.
El Adviento invita, además, a esperar con especial amor a Jesús, que viene una y otra vez a nuestras vidas, y a recibirlo con alegría y con la esperanza de que permanezca en nuestro corazón.
De esta manera, el Adviento es una ocasión para despertar de nuevo en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de la fe, que es el misterio de Cristo.
En definitiva, en este tiempo se celebra a Dios viviendo con gozo la esperanza, que como virtud (tanto humana como teologal) es –podría decirse– una suerte de anticipo de la alegría plena. Y es un rasgo característico de los cristianos, ya que “en la esperanza hemos sido salvados” y sabemos que Dios es fiel y que en Jesús ha cumplido sus promesas.
La corona de Adviento
Es esta otra de las particularidades de este tiempo litúrgico. Se trata de una tradición que simboliza el transcurso de las cuatro semanas que lo componen. Consiste en una corona de ramas (originalmente de pino o abeto), con cuatro o -en ocasiones- cinco velas.
Cada una de las 4 primeras velas se enciende en uno de los domingos del Adviento. El encendido en los hogares puede acompañarse con alguna lectura bíblica y con oraciones alusivas. Las velas del primero, el segundo y el cuarto domingos son moradas (que es el color litúrgico correspondiente a este tiempo) y la del tercero es rosada (en coincidencia también con los colores de este domingo, llamado “Gaudete”, es decir, “Alégrense”, en alusión a la cercanía de la Navidad) por lo que se llega a la Nochebuena con las cuatro velas encendidas.
En el caso de las coronas con una quinta vela, ésta es blanca y de mayor tamaño. Se la denomina «vela de Cristo», y se la enciende el día de Navidad.
“El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo. Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a los vivos y a los muertos»” (Papa Francisco, Ángelus 3-XII-2017).
Fuente: AICA/Opusdei.org