«En el peligro el superior siempre adelante y el subalterno siempre atrás, en cambio en las actividades de bienestar, el subalterno adelante y el superior atrás»
Mohamed Alí Seineldin».
Como un faro en medio de una noche tormentosa y oscura a bordo de una embarcación donde reina la enfermedad y la desesperanza, la figura del Coronel Mohamed Alí Seineldín se alza luminosa como todo lo que es eterno y refulge sobre el soberbio atropello de la muerte en todas sus formas.
1940, Escuela Nro 12 Salta o “del Puerto” por estar ubicada en las cercanías del puerto de Concordia, Entre Ríos. El niño Mohamed Alí Seineldín cursaba su primer grado cuando la maestra Emma de Cava le preguntó por qué lloraba. El pequeño con rasgos y nombre de medio oriente por los que se hizo conocido como “el turco”, le respondió: “Señora, estoy emocionado por el canto”. Se refería así al trance en el que entró al enfocarse en lo que la maestra les había explicado sobre las Malvinas a través de los mapas, y sobre todo, por la exposición que fue cerrada con los acordes de la marcha de las Malvinas que ella les ofreció en el piano del aula.
Esa emoción inusual en un niño no pasó desapercibida por la señorita Emma que llevó al alumno con el director de la escuela. Cuando Cipriano Soraides escuchó los motivos del llanto, el hombre alentó al soldado en devenir: “¡Bue, cuando una persona llora en un acto patriótico es porque tiene muchos y buenos sentimientos en su corazón!¡te felicito!¡Sigue así!”.
Y así siguió ese niño que los adultos supieron ver y comprender alentando el fuego de su corazón que ya sabía lo que significaba la injusticia a través de la historia familiar. Su padre Masmud había estado en El Líbano durante la ocupación turca y su madre Emelí durante la francesa. Los procesos de violencia colonialista latían en la tristeza de sus ancestros. Quizás por eso su papá -que conocía poco y nada el país al que se unía-, intentó contarle a su hijo Mohamed la historia de la usurpación inglesa a los argentinos y su madre, como buena paridora de caballeros y valientes supo decirle: “los hombres deben tener un brazo fuerte para defender a su Patria”.
En sus propias palabras, “Milo” como lo mencionaban con cariño para abreviar su extenso nombre, relató en su autobiografía “Malvinas un sentimiento”: “El tema Malvinas se había instalado en mi mente y en mi corazón; la fantasía infantil me ubicaba como un protagonista de la recuperación de las islas. Creo que este episodio (el de la maestra en primer grado) fue el que marcó a fuego mi vocación patriótica y militar, y definió mi sentimiento por las islas Malvinas”.
Pero Mohamed Alí Seineldín no solo fue un gran líder en la Gesta del Atlántico Sur, hoy olvidado y proscripto por el propio Ejército argentino que, en el año 40 de la guerra donde él fue un protagonista esencial, fue negado y silenciado en todos los homenajes que se hicieron. También fue el líder del incomprendido movimiento Carapintadas, razón por la que es difamado tanto por ignorantes como por obsecuentes al enemigo colonial que baja órdenes a nuestros medios de comunicación y educación a través de un tergiversado relato para todos los niveles.
Su biografía se sintetiza en que nació en Entre Ríos en 1933 e ingresó al Colegio Militar de la Nación en 1953. La originalidad en su forma de ser lo convirtió en una leyenda castrense. Fue el creador de la especialidad de comandos y fuerzas especiales de las Fuerzas Armadas, de Seguridad y Policiales. Participó de la lucha contra la guerrilla internacional en territorio argentino y se opuso rotundamente al golpe de Estado de 1976, posición que le costó arresto y casi frustra su carrera militar. Lo que pocos saben es que a raíz de esto, su vida también corrió peligro como la de miles de personas que fueron perseguidas, torturadas física y/o psicológicamente y finalmente asesinadas de maneras crueles en nombre de una falsa libertad de la Nación. El entonces joven teniente, tras la postura indeclinable en su decisión de mantener la fidelidad al gobierno legítimo de María Estela Martínez de Perón, fue alejado de los lugares que le dieran entidad a su natural liderazgo. Pero algo falló en los planes, pues al enviarlo a principios de los 80 al regimiento a donde iban a parar los militares a quiénes «buscaban» cansar y desmoralizar considerándolos “innecesarios”, el joven argentino con nombre de campeón mundial de boxeo (deporte que adoraba practicar) convirtió un antro inmoral en un regimiento a la altura de sus padres fundadores. Pero además, allí se encendió el fueguito de una escuela de jóvenes valientes que se destacarían en la Gesta de recuperación de las islas Malvinas en 1982.
En diciembre de 1980 Seineldín llega al Regimiento de Infantería 25 ubicado en la localidad patagónica de Sarmiento, Chubut como jefe de guarnición. En su discurso de llegada expresó: “-¡Soldados! Con mi corazón pleno de alegría asumo la Jefatura del Regimiento; Unidad que, a lo largo de muchos años, contribuyó con esfuerzos y sacrificios a sostener la defensa de la Patagonia Argentina y consolidar así la grandeza de la Patria. Al hacerme cargo, humildemente, ruego a la Virgen del Rosario, Generala de los ejércitos, que me conceda la oportunidad de contribuir para darle una página de gloria a este Regimiento”.
Hombre de palabra, pero sobre todo de acción, puso manos a la obra. Apenas comenzó a recorrer el regimiento, tuvo contacto con una triste realidad. La Unidad estaba hecha un desastre; las maniobras por el conflicto del Beagle habían desgastado el material con el que contaban. De los 70 vehículos con los que contaban solo 2 estaban operables; había escasos uniformes y el calzado se encontraba en muy mal estado. Como si eso fuera poco, las instalaciones edilicias sufrían de un gran abandono; no funcionaban las cloacas y las viviendas que ocupaban oficiales y suboficiales daban pena. Al respecto, el Cnel. J Toccalino que fue en comisión junto a él contó en una entrevista con el historiador Sebastián Miranda: “Nos dimos cuenta de la destrucción física y espiritual de los cuadros y del material y de los edificios de la guarnición Sarmiento, era horrible, horrible, horrible, A tal punto, en lo personal, a los dos meses de estar en Sarmiento me di cuenta de que si en ese momento llegaba un comandante de brigada, un comandante de cuerpo, o el comandante del Ejército a visitarnos me daban de baja porque era un horror el estado espiritual y material de todo el cuartel”.
Ni lento ni perezoso, el nuevo jefe empezó a trabajar con lo que disponía. “Había dotación de munición, funcionaban todavía las fábricas nacionales por lo que DAMI (dotación anual de munición) estaba completa. Con ingenio se consiguió el combustible y las baterías para los vehículos por lo que empezaron las salidas al terreno. Rápidamente empezaron a circular las órdenes para volver a poner en pié la Unidad. El Tte Cnel Seineldín conovocó al Padre Petitti, capellán del regimiento, que junto al Padre Grasset organizaron una jornada de tres días dedicadas a la oración y el silencio destinada a los oficiales y suboficiales. Se bendijeron las instalaciones y se pueso a la guarnición bajo la protección de la Virgen María. El jefe comenzó por dar el ejemplo asumiendo la tarea más desagradable: la reparación del sistema de cloacas. Ingresó él mismo a las cloacas y literalmente con la mi…hasta la cintura con unas cañas destapó las tuberías. Esto lo generó una grave infección –orinaba sangre- que lo obligó a estar internado durante varios días. Durante la limpieza se encontró el cuer´pito de una criatura nonata, no se podía establecer el tiempo que tenía, seguramente fruto de un aborto. El Tte Cnel. Sacó el cuerpo, lo hizo limpiar y bautizar y después vino la bendición del barrio. La presencia del maligno debía ser eliminada… También se descubrieron restos de uniformes, correajes viejos y otros elementos que fueron cuidadosamente recogidos. Se colocaron en un sector del regimiento al que se lo llamó ‘Plaza de la vergüenza’ para recordar lo que la Unidad había sifo, nadie debía olvidar sus deberes y que esto no debía volver a ocurrir. Hoy en ese mismo lugar, se encuentra el monumento dedicado a los héroes de Malvinas” (*).
Para Seineldín toda inclusión debía darse en el marco de la integración de las diferencias donde, sobre todo, debía primar el trato señorial y respetuoso con todas las personas. Si bien consideraba que las jerarquías eran importantes, no se aferraba a eso como un indicio de supremacía o poder o de sumisión obtusa. Al respecto contó el entonces subteniente Calderón: “Un hombre excepcional, por ejemplo, cuando alguien venía a verlo a su oficina, él se ponía de pie. Por ahí venía un soldado a verlo, o venía un Cabo, un Sargento, y él se ponía de pié y al estilo prusiano hacía sonar los tacos; se le paraba firme al Cabo. La puerta siempre estaba abierta, solamente la puerta se cerraba cuando había que tratar temas muy confidenciales que eran exclusivos de algunos oficiales o de la plana mayor… Estaba la cola de gente esperando y él los hacía entrar, se ponía de pie siempre, hablaba con todos, acompañaba a la gente hasta la puerta, cosa que en la vida militar con un cabo no se hace, con un soldado no se hace, con un subteniente no se hacía, se los atendía con una distancia muy grande. Él nunca tuteaba a nadie, siempre trataba con mucho respeto a todo el mundo, subalternos y superiores. Nunca ví esa obsecuencia que muchos jefes tienen con los Generales, él no. Pero les manifestaba un respeto y una subordinación que ninguno de los otros les manifiesta. Por ejemplo, cuando venía un General a pasar revista, él salía al trote a presentarse, y lo mismo nos exigía a nosotros” (*).
En ese sentido también era famoso por ser, a diferencia de la regla, el último en servirse la comida. Daba órdenes de que empezaran a servir primero a los soldados rasos y así escalando en jerarquía hasta ser los últimos los de mayor rango.
Todo esa grandeza fue expresada en su forma de vivir humilde, austera, despojada de toda ambición personal y mañas superfluas. Su meta no era netamente política; buscaba integrar espiritualmente a la gente con el mundo material. Para él, formar en valores no era una actividad de abstracción y moral pedagógica obediente a formas protocolares, sino la búsqueda de encuentro entre la comprensión de las realidades individuales y la realidad colectiva. Instaba a la comprensión del sentido de las cosas para que todo individuo se sintiera protagonista digno de su propia vida encontrando su razón de ser en la comunidad a la que pertenecía.
Como militar superior tuvo muchos grandes gestos por los cuales es cariñosamente recordado. Fue como un padre, un admirado hermano mayor o un tío bueno para muchos porque – esencialmente- ni siquiera en la más denigrante cárcel que aceptó padecer, permitió ser presa del desaliento, el pesimismo, el derrotismo y el victimismo sino todo lo opuesto. Su espíritu fue inalienable hasta en su último suspiro un 2 de septiembre del 2009.
La sonrisa más bella de la Patria contemporánea, el mejor porte de soldado; el hombre que representa lo mejor de nuestros mejores hombres; el más grande hacia quién hoy debemos mirar murió de pié como hacía al viajar en colectivo (no tenía auto) mientras iba charlando con el colectivero como un amigo querido.
La gloria silenciosa y sin laureles que le dio nuestra ingrata sociedad, gobiernos, instituciones e historia, cada día lo hace más grande entre los humildes, los olvidados y los que se atreven a enfrentar la hipocresía cotidiana.
Porque otra cosa esencial para Seineldín antes de ser un gran colaborador con los primeros cartoneros a la hora de aprender a organizarse cuando el ferrocarril habilitó vagones a los cientos de desamparados que encontraron en el reciclado de papel una forma de alimentarse; él les ayudaba a preparar las ollas populares, a organizar los paquetes para subir a los trenes y a limpiar los andenes, durante su vida militar, su atención estaba puesta la forma de vida de los oficiales y suboficiales con sus familias. Calderón relata que el TTe.Cnel. “recorría junto al Subf. Mayor Peñalver una por una la casa de los suboficiales donde hablaba con el efectivo y la esposa. Les preguntaba sobre el estado de la vivienda y las necesidades”(*). En este marco organizaba concursos donde competían para ver quien lograba tener el jardín y el frente más lindo. Es que para Milo no solo era una cuestión de estética sino que tenía que ver con la moral de las personas. Veía muy importante que se sintieran dignos de vivir en un lugar adecuado.
Siendo él un hombre católico muy fiel a la doctrina de la Iglesia, tenía una mente amplia como su corazón. No se sentía digno de juzgar a nadie por sus elecciones de vida o credo, solo ponía los límites en su entorno y predicaba con su ejemplo de vida. Fue así que en otros destinos, cuando tenía soldados o suboficiales con pocos recursos o ninguno a la hora de salir de franco por lo que decidían quedarse en los cuarteles, él les facilitaba algo de dinero para que se divirtieran un poco pero con la promesa de que volverían sin generar ninguna consecuencia de la que luego tuvieran que arrepentirse; no los reprimía en sus actos, los invitaba a reflexionar sobre el por qué y para qué de sus conductas. En ese sentido, a pesar de su postura firme sobre la sexualidad que incluía la fidelidad y el compromiso, llegó a proveer preservativos a los hombres que estaban en la más álgida etapa de la juventud con las demandas biológicas que esto les generaba.
Otro aspecto a destacar era el tratamiento con los soldados de distintas confesiones, que en general, no la pasaban nada bien cuando les llegaba el turno de hacer “la colimba”: el Servicio Militar Obligatorio. Nuestro Mohamed criollo, lejos de encontrar un impedimento, encontraba una oportunidad de integración. Un ejemplo de esto es lo que sucedía con los testigos de Jehová que se negaban a recibir instrucción militar. Esta situación los mantenía la mayor parte del tiempo detenidos y expuestos a tribunales militares y malos tratos. Sin embargo “el Coronel” los enviaba a trabajar, por ejemplo, a la panadería y se encargaba él mismo de su formación espiritual. Tan bondadoso era con estos soldados, que varios de ellos, con el tiempo se convertirían al catolicismo. Con él nadie iba detenido, solo aquellos que incurrían en faltas muy graves. Cada persona era tratada con dignidad, de tal manera que más adelante, cuando estuvo preso en la cárcel del Devoto, varios presos comunes y peligrosos encontraron en Seineldín un padre que les enseñara lo que nadie les había dicho antes y de esta manera pudieron enderezar sus vidas.
Su historia y las anécdotas que la enriquecen son tantas y tan grandes que escribirlas merece varias páginas y volúmenes. En el día del aniversario de su paso a la inmortalidad y a 40 años de la gesta de la que él fue el único oficial que participó de las cuatro etapas de la guerra: la planificación de la Operación Rosario (desembarco del 2 de abril), la recuperación, la defensa de las islas y el repliegue al continente, es indispensable recordar al hombre que supo hacer de cada adversidad un desafío de superación.
Hoy más que nunca, en medio de un tiempo hostil donde prevalece la inmoralidad, la falta de compromiso y todo lo que el tango Cambalache describe a la perfección, Mohamed Alí es nuestro peleador argentino enterrado por la barbarie que despliegan los cobardes y corruptos. Pero los tesoros siempre pueden desenterrarse de los pantanos, porque lo que brilla puede ser tapado pero nunca apagado.
Sin dudas, ha dejado Huellas, marcas profundas en todos aquellos que sabemos que, al final, todo lo que dijo, predijo y por lo que se rebeló y luchó era cierto porque hoy está sucediendo y hasta tiene un par de nombres para describir lo que muchos no quisieron escuchar: NOM (Nuevo Orden Mundial) y Agenda 2030. Quizás por eso, no solo eligieron que pasara más de una década en la cárcel (hasta acompañar la muerte de su querido hijo Mariano le negaron). Ensañados con él, la traición de Carlos Menem lo puso a unos días de ser fusilado por pedido de George Bush y salvado por la intervención del Papa Juan Pablo II. Como si eso fuera poco, ha sido difamado hasta el hartazgo -tanto- que al día de hoy existe gente (demasiada) que aún cree que el ataque al RI3 de La Tablada de 1989 fue su obra o que era un «milico genocida» que se alzó contra la democracia. Nada más alejado de ello quien fuera uno de los primeros presos de la dictadura cívico militar de 1976 por oponerse a ella y sus «métodos».
En fin, mucho resta por hablar de él y en su nombre como el verdadero patriota que supimos tener y aún no sabemos valorar; ése que nos falta rescatar del polvo del olvido, las mentiras y los desagravios fieles a nuestros enemigos parásitos de riquezas, voluntad y espíritu.
Su biografía está llena de perlas de principios y valores que se unen en la coherencia entre el sentir, pensar, decir y hacer. Para concluir y redondear sobre el hombre más maliciosamente tergiversado de la historia reciente después del Grl. Perón, va aquí uno de los informes de evaluación castrense pre ascenso que describe la “imperfecta perfección” de un hombre íntegro que todo lo hacía con la humildad de los grandes: la lucha con uno mismo para superarse.
MOHAMED ALÍ SEINELDIN
«Audaz, le gusta enfrentar el peligro y vencer sus debilidades. Sin que llegue a afectar debe cuidar la armonización de su sacrificio con su hogar y el equilibrio entre lo intelectual y lo físico. Su anisolada moral, su profunda vocación y la firmeza de sus convicciones hacen que sea un educador muy querido. Debe tratar de ser un poco más flexible y amplio en algunos razonamientos. A pesar de ello es un oficial de criterio y buen juicio. Merece el aprecio y respecto por su integridad.»
(*) Fragmentos del libro Mohamed Alí Seineldín, la biografía. De Sebastián Miranda, editorial Argentinidad.
Por Silvina Batallanez