Neutralidad y Pensamiento Nacional: una breve reflexión histórica en atención al conflicto en Ucrania. Por Damián Descalzo
Primera Guerra Mundial: neutralidad de Yrigoyen
Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la Argentina adoptó la política de neutralidad, tanto durante el gobierno conservador como en la etapa radical. Bajo el liderazgo de don Hipólito Yrigoyen –acusado de germanófilo por liberales y socialistas que adherían a la causa de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos, y atacado por la prensa oligárquica afín al mismo bando– el país sostuvo una posición firme (Ramos, 1961: 42; Spilimbergo, 1974: 110) que contó con gran respaldo popular (Puiggrós, 1974: 65). El líder radical no era aliadófilo, ni simpatizaba con la causa alemana. Era un patriota que defendía el interés del pueblo argentino.
Segunda Guerra Mundial: el Pueblo y el Pensamiento Nacional apoyan la neutralidad
La irrupción de una nueva conflagración mundial a finales de los años 30 reactivó los postulados de no beligerancia. El neutralismo –así como había sucedido dos décadas atrás– era entendido como sinónimo de defensa de la soberanía nacional. La posición de neutralidad era popular,[1] pero los partidos políticos –cada vez más alejados del sentimiento del pueblo– tomaban posturas de acuerdo a sus preferencias ideológicas, comprometiéndose en temas ajenos al interés nacional. Norberto Galasso (1985c: 450) retrató en una de sus obras el clima que se vivía en nuestra ciudad por aquellos tiempos: “Los imperialismos se enfrentan en el Viejo Mundo y los respectivos amigos de uno y otro bando reproducen colonialmente la lucha en la Buenos Aires colonial”.
Ugarte a favor de la neutralidad
Manuel Ugarte proclamaba (Barrios, 2007: 180; Galasso, 1985: 197) en 1939 la necesidad de afianzar una postura que beneficie a los intereses propios de nuestra región, sin comprometerse en asuntos ajenos: “En esta guerra no estoy con Francia, ni con Alemania. Estoy con la América Latina… En esta guerra, como en la de 1914, no he de enrolar bajo la bandera del cable A o el cable B. No soy vagón atado a una locomotora, ni tengo mentalidad de tropa colonial… Nos conviene una neutralidad estricta que no ha de ser interpretada en favor de ninguno de los bandos. No hay que opinar colonialmente, sino nacionalmente. Iberoamérica para los iberoamericanos” (Ercilla, 11-3-1939).
En 1940 reafirmó esta posición y observó que una crisis entre las grandes potencias se presentaba como una oportunidad para América Latina: “Todos los imperialismos representan un peligro para América. No me regocijo cuando hunden un barco inglés ni aplaudo cuando intentan matar al jefe de Estado alemán. Creo que debemos ser neutrales con el único ideal de preservar lo nuestro. Tenemos que crear una conciencia propia” (Barrios, 2007: 180). En 1941 realizó nuevas reflexiones y reiteró que el neutralismo coincidía con el interés nacional: “A los que nos mantuvimos durante la otra guerra neutrales, es decir, como hoy, básicamente nacionalistas, no podía sorprender la nerviosidad que se difundió de nuevo. Ya habíamos conocido el terror. Se repetían los fenómenos. En 1940 como en 1941 no fue posible ser persona decente si no se gritaba en favor de Inglaterra y de Estados Unidos. Dentro del conflicto, un bando representaba la libertad, la cultura, la civilización, y el otro sintetizaba la tiranía, la crueldad, la barbarie… Yo no tengo razones para defender a Alemania. Pero tampoco tengo razones para defender a Alemania. Pero tampoco tengo razones para defender a Inglaterra y Estados Unidos. Lo que ha determinado mi opinión es el interés por Hispanoamérica”.
FORJA apoya la neutralidad
La Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA) mantenía posiciones sincrónicas –en general– con la línea asentada por Ugarte en lo que respecta a las posibilidades que ofrecía una contienda internacional: crear una conciencia propia y aumentar los márgenes de autonomía en nuestros países. Sobre el primero de los asuntos, un documento de la organización, fechado en septiembre de 1939, sentenciaba que “Ante la crisis de Europa, conflicto de imperialismos organizados… la Argentina… debe activar la formación de su conciencia emancipadora y la organización de las fuerzas que la libertarán de toda dominación o penetración extranjera” (Galasso, 1985: 450). Del mismo modo, en otro documento de la organización, en febrero de 1941, se promovía “la formación de una conciencia auténticamente argentina que pueda resistir a la presión de las diplomacias y de las empresas extranjeras que, con la connivencia de un periodismo encadenado, nos empujen inexorablemente a la catástrofe de la guerra” (Godoy, 2015: 193).
En lo que respecta a las posibilidades de mayor autonomía que se suelen dar en momentos de conflicto internacional, Raúl Scalabrini Ortiz escribió en Reconquista, el 15 de noviembre de 1939, que “La historia nos demuestra que son precisamente estos los momentos en que los pueblos débiles aprovechan para zafarse de los poderosos” (Galasso, 1985: 454). Sin perjuicio de lo señalado, el mismo Scalabrini y Ugarte, entre tantos otros, conocían muy bien que, si se tomaban caminos equivocados, se podía salir de una dominación para caer en otra.
Asimismo, también se verificaba afinidad en lo concerniente a una postura claramente contraria a la intervención en el conflicto bélico. Fiel al ideario yrigoyenista, FORJA defendió una postura contundente a favor de la neutralidad argentina. La organización comprendía que se estaba desarrollando una nueva contienda “por el dominio material del mundo” y era totalmente ajena al interés nacional: “La neutralidad es la única política auténticamente argentina y por eso sólo FORJA puede sostenerla”, señaló un volante redactado por Scalabrini Ortiz en 1939 (Galasso, 1985b: 51).
La política internacional siempre debe ser seguida y observada con ojos argentinos. Lo fundamental es la defensa del interés nacional. La disputa entre potencias que sucede en otras latitudes puede tener consecuencias que influyan en estas tierras, pero es ajena a nuestro interés nacional. Lo esencial, en esos casos, es determinar qué es lo conveniente para el país y actuar en consecuencia. Siempre sin subordinarse ni tomar partido por ninguna de las facciones en pugna. En 1939, Raúl Scalabrini Ortiz planteaba (Galasso, 1985b: 56) la posición con suma claridad: “La cuestión interna es del todo ajena a la contienda lejana. Ni somos germanófilos mirando hacia Europa, ni podemos dejar de ser antiingleses mirando hacia nuestra patria… La guerra europea ha despertado en muchas personas los sentimientos de hace veinte años… Están con alguno de los combatientes, mucho más que consigo mismo. Olvidan su propia patria para simpatizar casi exclusivamente con algunas de las patrias extranjeras… No hemos tomado partido en el asunto europeo, porque queremos tenerlo únicamente en cosas del país. Lo que ocurre fuera y es ajeno a los intereses nacionales, es secundario para nosotros… se puede tener un sentimiento exclusivamente argentino, ajeno a los que crea la contienda entre extraños”.
En la misma sintonía, Jauretche (Galasso, 1985: 461) recordaba con pesadumbre –años después– que algunos dirigentes se habían olvidado de las cuestiones nacionales durante el conflicto bélico y se perdieron en cuestiones ajenas: “Es difícil comprender de qué modo los problemas exteriores lo dominaban todo. No se podía hablar en la Argentina de los problemas argentinos. La cuestión era entre nazis y democráticos… la prédica política de los partidos de orientación ideológica y la totalidad del periodismo habían ido dejando en segundo lugar las preocupaciones por los problemas nacionales para otorgarle mayor importancia a los hechos internacionales”.
No colocar el interés nacional en el centro de las preocupaciones llevaba a diferentes sectores políticos a tomar patéticas posiciones. Por ejemplo, el diputado socialista Alfredo Palacios se desentendió del interés nacional para inmiscuirse en conflictos ajenos y renunció a la Comisión pro defensa de las Malvinas “porque ahora no es momento de crearle problemas a Inglaterra” (Galasso, 1985: 462).
La política de no beligerancia fue atacada por elementos colonizados que vivían ajenos a la realidad nacional y compenetrados en lo que estaba sucediendo en Europa. Por ejemplo, el órgano oficial del Partido Socialista de Argentina, La Vanguardia, acusó a FORJA de “fascista” en 1939. “Neutralidad es fascismo”, declamaba la publicación socialista. “Llamar fascistas a los que defendemos la neutralidad es ruindad que tiende a hacer creer a los lectores que los neutralistas somos agentes del extranjero o somos reaccionarios enemigos del pueblo”, le contestó Scalabrini Ortiz (Galasso, 1985b: 52). Por su parte, John William Cooke (1973: 76) escribió que en 1939 “los socialistas se transformaron en vírgenes locas, ardientes de furor guerrerista”.
Pero ninguna postura fue más bochornosa que la del Partido Comunista local, que modificó su apreciación de los hechos bélicos de acuerdo a los virajes de la política exterior de la Unión Soviética (URSS). Orientación, órgano de prensa del Partido Comunista argentino, también acusó en 1939 a FORJA de favorecer al fascismo con la defensa de la neutralidad. Pero bastó que se firmase el pacto de no agresión entre la URSS y el Tercer Reich para que adoptara el neutralismo, repentinamente. El Partido Comunista de nuestro país –de filiación estalinista– había mantenido durante años una acendrada política contraria al fascismo y de cierta simpatía hacia las llamadas potencias “democráticas”: Estados Unidos, Francia y el Reino Unido. Pero su dependencia y sumisión absoluta a los dictados de Moscú lo hizo modificar abruptamente sus posiciones cuando la Unión Soviética celebró un pacto de no agresión con la Alemania nazi, en agosto de 1939. “El pacto con Hitler obligó a Stalin a señalar a los partidos comunistas que era preciso redescubrir el lenguaje perdido: la guerra mundial fue definida como un conflicto imperialista”. Cuando en 1941 las tropas nazis invadieron territorio ruso, el estalinismo vernáculo volvió a reemplazar impúdicamente su postura y las caracterizaciones acerca de las clases, los imperios y los intereses a ellos ligados (Ramos, 1990: 61).
El conflicto en Ucrania: la posición del gobierno argentino
El 24 de febrero de 2022 se inició la invasión de Rusia a Ucrania. El conflicto no comenzó hace pocas semanas, y tampoco puede circunscribirse al de los dos Estados mencionados. Es evidente que es parte de una disputa geopolítica entre Rusia y los Estados Unidos. En consecuencia, estamos en presencia de una nueva lucha entre potencias que pugnan por acrecentar sus zonas de influencia. Pero también sería un simplismo suponer que solo eso está en juego. Hay muchos más actores y con intereses propios. Estados Unidos, a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), busca seguir avanzado sobre los antiguos dominios rusos: remarcamos lo de rusos, porque son territorios que fueron ocupados por la política expansionista del imperio ruso, incluso con anterioridad al régimen soviético, y para señalar que son asuntos que exceden a una mera repetición de la Guerra Fría del siglo pasado. Pero también es un litigio en el que se entrecruzan intereses geopolíticos, económicos, culturales e incluso religiosos, que se vienen disputando desde hace varios siglos en esa zona de Europa.
El territorio de la actual Ucrania ha sido ocupado por diversas organizaciones políticas a lo largo de más de mil años. No es cierto que siempre haya sido parte de la Nación rusa, a pesar de que Kiev haya sido su centro de nacimiento y de su fe cristiana. Durante casi cinco siglos –a partir del siglo XIV– esa zona perteneció a diferentes Estados polacos y lituanos. Moscú recién logró llegar a la actual Ucrania a finales del siglo XVIII. De esa época data el proceso de radicación de población rusa en ese espacio geográfico.
A su vez, no es erróneo entender el presente conflicto como una cierta continuidad del enfrentamiento varias veces secular entre rusos y polacos. En la guerra polaco-soviética de 1919-1921 se disputaron muchos de los territorios que actualmente pertenecen al Estado ucraniano. Mientras en el sur y en el este el predominio ruso es muy fuerte, algo similar sucede en el oeste con respecto a Polonia.
A inicios de la década del 90 del siglo pasado empezó a desmoronarse la URSS. Al poco tiempo la OTAN empezó a avanzar sobre el territorio de antiguos Estados miembros del Pacto de Varsovia –la alianza militar contraria a la OTAN durante la Guerra Fría– y sobre antiguas repúblicas soviéticas. Rusia ha decidido ponerle un freno al avance de la OTAN y recuperar zonas que fueron de su dominio, no sólo durante el siglo XX, sino también en centurias anteriores. Repetimos el concepto: esta es una disputa que enfrenta a dos bloques de poder con aspiraciones de expansión y control geopolítico. El conflicto es ajeno a los intereses nacionales y se debe actuar en consonancia con eso, manteniendo una sana neutralidad.
Desde que se agudizó el conflicto en Ucrania ha existido una fuerte presión para que el gobierno argentino se declarara enfáticamente contra Rusia. Los principales líderes de la oposición –entre ellos, Horacio Rodríguez Larreta, quien se perfila como el principal candidato opositor para ser candidato a presidente en 2023– participaron de la marcha que se desarrolló por las calles de Buenos Aires “en repudio a la invasión de la Federación Rusa”. Incluso han llegado a pedir que se abandone la neutralidad argentina. “Frente a la guerra no se puede ser neutral”, aseveró el jefe de gobierno porteño en su cuenta de Twitter. No debe sorprendernos. La neutralidad siempre estuvo cuestionada por los partidos políticos ligados a los intereses de las grandes potencias. Incluso hay voces –en este caso, sin una representación política atrás– que piden que se cese la neutralidad, pero en la decisión contraria. Es entendible que haya tentaciones de plantear eso toda vez que el Reino Unido –enemigo principal de la Argentina y ocupante ilegítimo de nuestras islas Malvinas, demás islas del Atlántico Sur y espacios marítimos circundantes– es uno de los principales elementos de la OTAN… pero la política internacional requiere de una sabiduría y una prudencia que escapan al simplismo del proverbio que señala que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Así las cosas, consideramos correcto preservar al país del lejano y ajeno conflicto que está produciéndose en Europa Oriental. El día 2 de marzo el gobierno argentino ha votado en la Asamblea General de la ONU a favor de una resolución de rechazo a la invasión rusa del territorio ucraniano. Entendemos que más prudente habría sido abstenerse, pero igualmente tal postura no implica un abandono de la neutralidad ante el conflicto. Argentina no le ha declarado la guerra a Rusia, y ni siquiera se ha sumado a las sanciones comerciales y financieras.
Lejos de las circunstancias de 1939, la fascinación por las grandes potencias sigue encandilando a quienes no albergan un patriotismo sólido en su alma. Con similar espíritu colonial y olvidando que la prioridad es la defensa del interés nacional argentino, se comprometen en asuntos extraños. Las voces que piden tomar decisivo partido por uno de los bandos en pugna son, tristemente, nuevas manifestaciones de un pensamiento colonizado.