22 de noviembre de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

Nos invade la confusión. Por Alberto Asseff*

Para perder el rumbo, vivir errando, desorientarnos nada como la confusión. La Argentina sufre de confusión.
La primera de todas las confusiones es que no acertamos a encontrar casi ninguna de las avenidas del futuro. En contraste, nos empecinamos en atascarnos en todos los atajos y callejones, incluyendo hasta los que advierten ‘calle sin salida’. Para ser justos, algo de porvenir estamos trabajando en energías renovables – sobre todo eólica -, en litio, en reactivar la energía hidrocarburífera, en modernizar, precisamente en Vaca Muerta, las relaciones capital-trabajo, en extender la red cloacal, en buscar el equilibrio de las cuentas fiscales. Empero, existen múltiples cuestiones que nos maniatan. Que comprometen nuestro futuro. Pareciera que al futuro le tememos cual amenaza, en lugar de asumirlo como estimulante desafío.
Lo primero es lo institucional. Sin un sistema sólido que organice eficientemente nuestra vida colectiva no hay progreso posible. Nuestra democracia está deteriorada por la corrupción – fogoneada por la notoria impunidad – y el evidente vaciamiento de la representación política, comenzando por la debilidad y prácticamente desplome de los partidos políticos. Existe una paradoja que contribuye a esa declinación. Por un lado se proclama la necesidad de restaurar el sistema de partidos, pero paralelamente no cesan los lanzamisiles para desacreditarlos. Para embolsarlos a todos, indiscriminadamente, en el mismo saco de lodo o, peor, de estiércol. Jamás disfrutaremos de buena política si no cesa el metódico y persistente desprestigio al que se somete a partidos y dirigentes.
Un ejemplo lo brinda la suspicacia que generan las alianzas, Detrás de ellas se sospecha o saltimbanquis o intereses espurios. En países principales, como los recientes casos de Alemania e Italia, se realizaron coaliciones entre partidos inicialmente antitéticos. Antepusieron la gobernabilidad a las diferencias ideológicas. Nadie tachó esas convergencias. Entre nosotros, al peronismo republicano se lo estigmatiza porque acudió a la apertura de la coalición oficial. Las contradicciones en que incurren los actores políticos también nutren a la confusión. Por una parte se alienta la unión para superar la grieta, pero cuando se da una concordancia en esa dirección ipso facto se la ensombrece con una variopinta de objeciones y reproches, mayormente hipócritas.
El presidente propuso hace más de un mes diez puntos. Tan básicos y elementales que debieron ser respaldados al unísono y sin dilaciones. Uno era ‘cumplir las leyes’ ¿Puede discutirse? Sin embargo, ese Acuerdo aún no se celebró lo cual patentiza el altísimo grado de confusión que anida en la cumbre dirigencial. Y la hondura del sectarismo.
En materia de ideas – sería osado llamarlo pensamiento – la confusión radica en el atraso. Hay en gran parte de la dirigencia una anquilosis alarmante. Decir que se anclaron en el setentismo es demasiado suave. A esta altura, ¿cómo puede sostenerse que primero está la deuda con los argentinos antes de cumplir con nuestros compromisos externos? ¿Acaso no está probado que con ese criterio demagógico se profundiza la pobreza, es decir la peor deuda interna que padecemos? Hay sobradas experiencias como la del gobierno anterior que priorizaba ‘la carne en la mesa de los argentinos’. Así, Paraguay y Uruguay nos superaron en exportaciones cárneas y en la mesa vernácula se desplomó el consumo. Y tuvimos innúmeros frigoríficos que cerraron sus persianas
Es inconcebible que en este tiempo se insista en cuestionar al emprendedor, incluidos los medianos y pequeños. Nos llenamos la boca con que “hay que promover a las Pymes”, pero las cargamos de impuestos y si toman un empleado las estamos condenando a priori por un latente juicio laboral que las puede llevar a la quiebra. Por causa justificada o inventada, siempre pende esa amenaza que desalienta la creación de trabajo, en nombre de derechos y conquistas que están destruyendo el empleo privado.
Todos sabemos que la Argentina exige reformas para poder progresar. Pero los sectores autodenominados ‘progresistas’ se oponen en notoria actitud conservadora. Peor aún para sembrar más confusión, a quienes postulan destrabar el camino hacia el progreso les enrostran que son conservadores, Los mismos que quieren que no se modifique nada.
La confusión asimismo se detecta en otro contrasentido: tenemos una peligrosamente baja autoestima como nación, pero a quienes intentan levantarla se los fulmina por ‘nacionalistas anacrónicos’. La confusión impide distinguir ente el sano e indispensable nacionalismo y el otro, el racista, estatista, exacerbado, aislacionista. Este punto es angular pues ningún país puede recuperarse de una profunda decadencia – de valores y de recursos materiales disponibles – sin una dosis de patriotismo. Confundir patriotismo con odio, intervencionismo estatal, atraso mental, antiprogreso o especies de esa índole es innegable y perniciosa confusión.
Ni hablar de la confusión que deliberadamente se introduce acerca de la Justicia. Es irrefutable que el Poder Judicial reclama transformaciones enormes para que esté al nivel de lo que necesita la República. Empero, el confeso intento de manipularlo hasta el grado de hacerlo una dependencia del Ejecutivo bajo el título de “servicio de Justicia”, además de ser una alteración del sistema constitucional, exhibe que la confusión ha llegado hasta el punto del desparpajo.
La situación es dilemática. Apartando a la confusión que podría subvertir la decisión nacional en estas elecciones, la cuestión es clara: Seguir el difícil, complejísimo derrotero de los cambios – la mayoría pendientes – o volver. Ante esta disyuntiva, hay temática para todos los gustos. Lo que hay es neutralidad posible.
*Exdiputado nacional; presidente de UNIR

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