Para que se produzca un sólido proceso de integración regional debe existir un fuerte estímulo de los sectores dirigenciales y, de su mano orientadora, de los pueblos. En el viejo continente la Unión Europea fue aupada por miles y miles de europeístas, así como hoy se la palpa relativamente alicaída a horcajadas de muchos detractores. En nuestro Mercosur, los vectores que lo fundaron eran fortísimos. La idea de la integración cobró alto vuelo desde los tiempos de Manuel Ugarte y tantos otros que hurgaron en la matriz histórica para exhumar el añejo anhelo – una ensoñación – de la Patria Grande sudamericana y hasta Latinoamericana.
Por eso, con los antecedentes del ABC de los años cincuenta – la Argentina, Brasil y Chile – y de la reunión de Panamá en 1956 – un contemporáneo intento de reinstalar el viejo Congreso Anfictiónico, ese que convocó Bolívar en 1826- y los acuerdos entre Alfonsín y Sarney – en los ochenta pasados -, hace más de un cuarto de siglo, en 1991, fundamos el Mercado Común del Sur, Mercosur. El entusiasmo a la sazón le ganaba al escepticismo.
Transcurridos 26 años, los críticos y sobre todo los pesimistas son amplia mayoría. Aunque para los censores no les resulta políticamente correcto decirlo con todas las letras, al Mercosur prácticamente se lo figura como un moribundo que aún da algunos tambaleantes y postreros pasos. En este contexto crucial, hay dos caminos: o le extendemos el innombrable certificado que lo mande al archivo histórico – cual pieza de lo que nunca terminó de ser – o intentamos reinventarlo. Para que por fin sea.
Este es el momento preciso. La primera potencia mundial cuestiona los acuerdos de integración, Europa está en tensión interna y virtualmente estancada y China y Japón han perdido el empuje arrollador de hace unos años. Es justo el tiempo para reinventar al Mercosur. Para darle nueva frescura, oxígeno pulmonar y neuronal. Y un nuevo motor político.
Lo primero es volver a la convicción. Si no estamos convencidos, no despertaremos la confianza de nadie, empezando por la de nuestros pueblos. Para retornar al convencimiento es menester un gran debate de los dirigentes plurisectoriales y de la academia. Claro está que para que ese análisis pueda plasmarse es necesario que hagamos un gran esfuerzo para superarnos, para relegar las discusiones estériles – esas que no llevan a ninguna parte – en las que estamos hastiantemente entreverados todos los días. Discutimos de todo, menos de lo que hay que discutir. Es kafkiano, desopilante. Pero lastimosamente real.
Un examen destinado a sentar las bases para reinventar – recrear – al Mercosur exige un plexo de condiciones preliminares y una nueva hoja de ruta. Esos presupuestos deben elaborarse contrastándolos con los que han fracasado. La primera gran frustración del Mercosur es su tendencia a la retórica y su creciente lejanía de las realizaciones palpables. A más discursos, menos hechos. Lo prioritario, pues, es invertir esa nefanda ecuación: hechos, no palabras.
El segundo aspecto es la ascendente distancia entre el Mercosur y la gente. Fueron muy escasos los impactos directos del Mercosur en la mejor calidad de vida de los pueblos. Ni siquiera hemos logrado – no ya la libre circulación de personas – un puesto único migratorio y aduanero. Dos penosas aduanas, dos identificaciones migratorias nos conmueven en cada viaje para recordarnos que seguimos siendo extranjeros respecto de nuestro común espacio integrador. Esto posee un efecto psicológico nocivo que pareciera que nadie calcula o sopesa.
En esa línea de cercanía con los intereses de la gente de a pie, urge que el Mercosur se empeñe en el combate concertado contra la pobreza, la desigualdad y la inseguridad escandalosa que suscita el delito transnacionalizado- ese que ya circula libremente sin aduanas ni migraciones. Ni hablar de los tráficos más sombríos de trata de personas, de narcóticos y de armas, incluidas las químicas. Y, obviamente, del terrorismo, ese enemigo agazapado y al acecho que no se lo ve, pero que por estos lares anda. Para todo esto hay que profundizar la coordinación, desde la migratoria-aduanera hasta la Inteligencia criminal y las bases de datos registrales de la personas ¿Acaso es una utopía un documento de identidad común? ¿No sería la base y punto de partida para combatir el delito, garantir mejor la seguridad regional y abrir la posibilidad de la libre circulación de las personas por todo el Mercosur? ¿Alguien puede racionalmente disociar libertad de intercambiar bienes con la de transitar para las personas?
Esos presupuestos deben también contemplar criterios uniformes en materia medioambiental, financiera, tributaria. No puede ser que el IVA sea del 21% de un lado del río Paraná y del 10% cruzándolo.
Finalmente, además de refirmar la libre circulación de la mayor cantidad de bienes posible , de apostar fuerte a la articulación de cadenas de valor – en un lado se produce una pieza, en otro alguna complementaria y en un tercer y cuarto sitio se integra el producto final – y de salir juntos a conquistar mercados portando la marca ‘Mercosur’, debemos darnos objetivos políticos y geopolíticos trascendentes como hacernos íntimos amigos – en todos los planos – de África, realizar las obras de conectividad física, reformar a las Naciones Unidas – ¿por qué no zanjar la cuestión de la silla permanente en el Consejo de Seguridad con una rotación de tres, uno por año?-, erigirnos en factor de equilibrio y garantes de la paz global y preservar el conocimiento y los recursos humanos y materiales para que seamos nosotros quienes prioritariamente los aprovechemos. Es decir, integrarnos en los intereses. No me olvido de la moneda común que es palabra – y asunto – mayor. Debe estar en la estrategia.
Los ‘orgullos nacionales’ bien se pueden entrelazar con el orgullo sudamericano a poco que hagamos conciencia y remodelemos – con los retoques del caso – inveterados comportamientos culturales, propìos de ‘patria chica’. Es sencillo que una idea fuerza penetre en la mente de nuestros conciudadanos: unidos seremos más poderosos y podremos afrontar los retos del futuro mucho mejor dotados.
Este asunto de reinventar al Mercosur pide una predefinición ¿Nosotros los argentinos y por extensión también los pueblos vecinos creemos que nos va a ir mejor en la vida futura disociados? ¿Penamos en que es posible mudarnos de vecindad? ¿Suponemos que si arreglamos Formosa y Misiones, pero sin un correlato más allá de las fronteras, lo que acaezca allende las demarcaciones limítrofes nos resultará neutro o indiferente? Si hasta una epidemia o un vendaval no reconocen deslindes políticos. Es tan elemental que la gente lo interiorizará fácilmente.
La reinvención del Mercosur requiere mucha racionalidad y pensamiento. También una buena dosis de emoción, esa que puede inflamar el sano orgullo de pertenencia a una Región sudamericana que vuelva a fascinar a medio globo terráqueo. Para no agrandarnos y hablar del mundo entero.
*Diputado del Parlasur. Presidente nacional del partido UNIR