8 de noviembre de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

Opinión: Los jugadores de fútbol no son acciones al portador

Entrar al mundo del fútbol no es fácil. Se trata de un entorno sumamente competitivo en el que muchas veces vale más un buen contacto que dos pies de oro. Esta realidad se hace presente especialmente para las jóvenes promesas que, por lo general, carecen de la experiencia necesaria y conocimiento suficiente como para desenvolverse en dicho medio. 

No son pocos lo nóveles jugadores que provenientes de sectores con bajos recursos económicos, ven en las ligas inferiores una puerta de acceso a la fama, el reconocimiento público y un mejor nivel de vida, tanto para sí mismos como para su familia.

Así, un día llega a un pueblo del interior del país un hombre vestido con camisa y jeans, que se para al costado de la cancha y empieza a preguntar los nombres de los jóvenes que se hallan disputando el partido. Anota sus posiciones, cuanto miden, si son zurdos o diestros, y cómo se lucen en la contienda. Finalizado el segundo tiempo, se acerca a sus padres, les comenta que su hijo tiene potencial, y que él lo puede hacer llegar muy lejos en el mundo profesional del fútbol. Pero para lograrlo, va a ser menester llevárselo a otra provincia y que ellos le paguen su manutención. Frente a esta situación, y creyendo que va a ser la mejor oportunidad de éxito para su hijo, aceptan la propuesta.

De esta forma, estos jóvenes emprenden un éxodo hacia las cunas de los grandes clubes, cobijados de esperanza y promesas. Cuando arriban a las canchas, se encuentran con otros 100 chicos en la misma situación que ellos. Todos comparten el mismo objetivo: lucirse para conseguir un contrato con un club importante. Por lo tanto, comienzan a entender que la competencia será terrible, y que sólo unos pocos lo lograrán. Y en la mayoría de los casos, no será en virtud de su talento, sino del hábil manejo entre sus representantes y los dirigentes.

Cabe preguntarse entonces qué es lo que ocurre con quienes fueron desarraigados de sus hogares y que, tras años de entrenamiento, un día les es fríamente comunicado que no alcanzaron la notoriedad que de ellos se esperaba, y que por lo tanto ya no pertenecen a la institución para la cual jugaban. Pues bien, quedan a la deriva sin ningún título que los habilite a reclamar una indemnización, y mucho menos un órgano oficial que los provea de contención. Es común que varios de ellos ni siquiera hayan terminado el colegio secundario.

A partir de este panorama se revela la cruda realidad del sub-mundo del fútbol. No olvidemos que es un negocio millonario, que promete una cuantiosa recompensa a quien descubra al nuevo jugador estrella, y como ocurre con todo proyecto de índole económica, si algo no rinde sus frutos se lo abandona sin más para invertir en otra cosa.

El problema radica en que muchos actores del negocio, consideran que los jugadores de fútbol son simples mercancías. Un ser descartable, una inversión económica desprovista de emociones y dignidad, que sólo sirve para dar el rédito de quienes lo descubren y cuyos intereses son relegados en pos de las ganancias de otros. Bajo estas condiciones, comienza a entrenar en las ligas inferiores de algún club, en ocasiones por encima de su capacidad física e incluso en detrimento de su salud. Se los mide de manera inhumana, teniendo en mira nada más que los resultados colectivos del equipo para poder escalar posiciones como técnicos, o lograr un buen pase del jugador en el mercado.

Más complicada será la situación si aquél aspirante además tiene un trabajo que atender para mantenerse a él mismo y su familia. Todo ello rogando a Dios no lesionarse en el proceso, lo que seguramente significaría el fin de su carrera antes de haberla comenzado.

Ahora bien, dado el origen humilde de muchos de estos jóvenes, y su deseo de formar parte de algo que los proyecte hacia su pasión, es muy difícil que alcancen a comprender el contenido del contrato que firmaron por primera vez con sus representantes, por el cual, en muchos casos, pasan a ser sus dueños.

Comienza entonces la fase de encontrar en el mercado deportivo el nicho en el que puedan venderlo al precio más alto posible. Sobran ejemplos de dichas transacción en las que se produce una “venta” del jugador, en sentido estricto. ¿Qué importa si el chico no quiere jugar en un determinado club, o si le queda lejos de su hogar? Lo que dicta su destino es la mejor oferta económica. Y así es como su salud, su educación y su familia pasan a un segundo plano.

No es justo generalizar y vale aclarar que en este entorno los hay buenos y malos. Hay managers que se preocupan por los jugadores y otros que solo quieren exprimirlos y quitarles lo que más puedan antes de descartarlos y pasar a otra víctima. Por eso, hay que cambiar la manera en la cual se ve a estos muchachos, para valorarlos por lo que son: personas jóvenes, que con las vulnerabilidades propias de su corta edad, de su origen humilde, y la ceguera de una sana pasión, quieren vivir de aquello que más les gusta.

Por dicho motivo debemos trabajar para evitar que terminen convirtiéndose en piezas descartables en un tablero de la egoísta ambición de aquellos inescrupulosos que solamente quieren enriquecerse a expensas de un sueño ajeno. Los jugadores no son acciones al portador. Son personas. Nunca lo olvidemos.
Por Walter Aguilar – Diputado Nacional (Presidente Bloque Compromiso Federal)