El presidente, seguramente tensionado, planteó que prefiere “un 10% más de pobres que 100.000 muertos”. Nuestro país ha sufrido del mal configurado por falsos dilemas, encrucijadas falaces. Literalmente, trampas caza bobos en las que caímos recurrentemente. Esas sofisterías nos restaron energías y no desviaron, generando gravosas consecuencias.
Para un país que a principios del s XX se ubicó en la vanguardia educativa del hemisferio sur – estábamos más alfabetizados que la Europa meridional -, la disyuntiva “libros no, alpargatas sí” fue una suerte de una ametralladora que disparamos a nuestros pies. Para una economía que supo colocarse entre las siete mayores del planeta – coetáneamente con esos logros educativos -, la absurda opción “campo o industria” fue un manantial de errores y fundamentalmente de derroches y de desaprovechamiento de nuestras innegables ventajas en el plano productivo. Tan fue así, que terminamos comiendo pan negro, cierto que con la seca como coautora de la crisis.
En una sociedad donde la inseguridad estaba en el podio de las primeras preocupaciones – en pretérito, porque la pandemia alteró todo el escenario-, la Argentina sufrió el desatino de entretenernos con garantistas vs rigoristas mientras el delito se disparaba cual azote colectivo.
Es interminable la ristra de sinsentidos propuestos para desmovilizar nuestra actitud como comunidad, para neutralizar nuestra resolución de marchar hacia objetivos compartidos plausibles.
Detengámonos en el último de la larga cosecha: pobres o muertos. La sensatez, el más elemental sentido común nos induce a replantear el asunto: ni pobres ni muertos, así como antaño era – o debió ser – libros y alpargatas, campo más industria, la fuerza de la ley con todas las garantías. O, para remontarnos al primer pasado, unidad nacional en un régimen federal de gobierno, en lugar de ese doloroso ‘salvajes unitarios vs sanguinarios federales’.
Esta falacia de contraponer pobreza y mortandad se vincula con la pandemia y cómo la encaramos, qué respuestas le dimos. El gobierno obró bien, con buena repentización al decretar la cuarentena preventiva obligatoria y al convocar al equipo de epidemiólogos. Empero ralentizó el testeo, la fabricación y/o compra de respiradores artificiales y el uso de mascarillas. Agrego que no convocó suficiente y claramente a las Reservas – quizás porque vienen siendo descuidadas desde hace décadas – y se ocupó de remarcar que las Fuerzas Armadas dan apoyatura logística, para la emergencia sanitaria, ‘desarmadas’ ¡Salta a la vista el disparate, caso único en toda la tierra, de fuerzas armadas de la Constitución que operan desarmadas!
El falso dilema se combina con uno flamante: salud vs economía. Es racional inferir que si la pandemia es letal, la salud económica no nos servirá. Contrariamente, si sorteamos al virus, pero nuestra economía se desploma, surgirá otra gravísima enfermedad que sería la extensión de la pobreza, la pauperización generalizada. Ambas sanidades son interdependientes y deben ser coordinadamente atendidas. En un momento crucial, claramente primero la salud, pero paralelamente adoptando todas las medidas, con sentido fino de la oportunidad, para amortiguar el impacto destructivo en la economía. Es aquí donde resalta la ausencia de la convocatoria a los economistas cual comité asesor del presidente.
Si el turismo emplea a más de un millón de personas y hoy está totalmente paralizado no hay que vacilar en auxiliarlo para que se mantenga en pie al aguardo del momento para retornar a la actividad. Si el tejido de las 800.00 pymes es el corazón del mundo de la producción y trabajo argentinos, hay que expeditivamente ayudarlas, inclusive con créditos extraordinarios a tasa cero. Es verdad que la muerte es irreversible. Pero, ¿acaso es sencillo volver a montar una pyme que cayó en la crisis?
El presidente mencionó que ingresábamos a una “cuarentena administrada” precisando que a él le caía mal el verbo flexibilizar. No corresponde entrar en la trampa de discutir por un vocablo. Lo que es pertinente sí, es que ‘administren’ la cuarentena con una precisa hoja de ruta para la salida paulatina. Ya mismo. Es urgente testear masivamente, redoblar esfuerzos sanitarios preventivos o precautorios y complementariamente ir rehabilitando actividades económicas, franja por franja, sector por sector. Inclusive, hay que hacer el mapa de la inmunidad para posibilitar la reapertura del trabajo en diversas geografías de nuestro vasto país.
Hoy el SAME abocado a atender la crisis sanitaria está a pleno. Falta el SAME económico. Pues hay que articularlo cual hospital de campaña, es decir a alta velocidad.
La tecnología – por caso, los celulares inteligentes – ayuda para el plan de reactivación de la economía, pues permite el seguimiento de la patología y así detectar dónde existe la alternativa de volver al trabajo y quiénes pueden realizarlo.
Otros temas impostergables: el regreso de los argentinos varados en el exterior – que son compatriotas, no ‘chetos’ poco menos que despreciables -, la eximición de impuestos y aranceles a la importación de reactivos, dejar por un largo tiempo de mencionar la suba de impuestos y darle una caricia a los emprendedores que crean trabajo. Decirles que sabemos todos que no son los lobos a abatir, sino los caballos – junto con los trabajadores – que tiran del carro. Por eso, tampoco el sofisma de ‘más estado y menos mercado’. Estado y mercado, combinados, cada uno en su sitio pues juntos son capaces de forjar un país próspero. Pospandemia y poscapitalismo no son sinónimos.
Ni más pobres ni más muertos. Un país entero que supera uno de los peores trances de su vida histórica y sale para adelante.
*Diputado nacional