Mirando hacia abajo desde la cumbre del tiempo transcurrido, recuerdo haber vivido en mi infancia un hecho que marcó mi destino y define mi presente. En un hecho fortuito un perro atacó y lastimó a mi perro. Ante mi desesperado reclamo la dueña del otro perro se percató que era un niño sordo, simplemente me ignoró y dio media vuelta para entrar a su casa, tal vez pensó que no era importante, subestimando el incidente. No contento con su reacción fui hasta la comisaría, en donde tuve mi primera experiencia al realizar una denuncia. Acudí a ellos porque tenía una imagen preconcebida de que los policías eran «los buenos», porque su labor era «proteger a los ciudadanos». Por un lado estaba yo con las manos manchadas con sangre, y enfrente estaban ellos, ambos sin saber como comunicarnos, ni siquiera hicimos un intento, hasta que uno de ellos extendió su mano para darme 2 pesos con la clara intención de que me vaya de ahí.
Fue así como el mundo que imaginaba, con reyes magos y duendes, comenzó a desmoronarse ante mis ojos, para descubrir la cruel realidad, un mundo un tanto revuelto, tergiversado. El dolor y la insensatez como moneda corriente. Donde todos han perdido el rumbo y ninguno se empeñaba demasiado en encontrarlo. Fue entonces cuando me di cuenta que no quería eso y comencé un largo camino con la esperanza de cambiarlo para que otros como yo no sufrieran lo mismo.
Desde chiquito empecé a pelearla, creciendo y aprendiendo desde las entrañas de la comunidad sorda, siempre fiel a mis convicciones y endureciéndome a costa de pérdidas cotidianas. Tras varias etapas, hoy me encuentro conduciendo el destino de la institución más importante de la comunidad sorda de todo el país, la Confederación Argentina de Sordos.
Nuestra comunidad crece día a día y lo que más me preocupa es la nula participación democrática y ciudadana de las personas sordas ante la ausencia de un Estado omnipresente que aún no reconoce nuestra Lengua de Señas Argentina (LSA) como nuestro idioma natural. Existen miles de situaciones indignas que experimentan a diario las propias personas sordas. Somos sujetos de derecho pero vivimos constantemente una opresión que lastima y duele.
La famosa «inclusión» que muchos pregonan lejos está de ser efectiva. La verdadera inclusión empieza por casa, con amor y respeto, dialogando y consensuando. Queremos demostrar el potencial que tenemos, y para eso necesitamos que se respete la igualdad de oportunidades en igualdad de condiciones que reglamenta ni más ni menos nuestra Carta Magna. Pasar de ser sujetos de caridad a sujetos plenos de derecho, ya no más miradas de compasión sino palabras de aliento.
Confío en que vamos a revertir nuestra historia, cambiar nuestra realidad, la clave es construyendo juntos y con una mirada social, que nos permita acceder a una educación de calidad, a oportunidades de trabajo, a la salud, a la justicia, todo esto como sujetos de derecho. No arreglándolo con sólo 2 pesos.