Por Mariano Yakimavicius, Licenciado y Profesor en Ciencias Políticas
Las consecuencias de la política implementada por el gobierno para combatir el Covid-19 provocaron manifestaciones en el gigante asiático, rompiendo la habitual apariencia de calma.
Aunque el chino sea un sistema político autoritario, con partido único y con un líder tendiente a perpetuarse en el poder, dista de ser completamente ajeno a las protestas. Las expresiones públicas contra las decisiones adoptadas por las administraciones locales o regionales son más frecuentes que lo que en Occidente se supone. Sin embargo, las manifestaciones ocurridas en las últimas semanas en por menos 10 ciudades, han planteado un desafío para el gobierno de Xi Jinping, tanto por su extensión y su virulencia, como por el hecho de que todas compartían el mismo blanco, la política de “Covid cero”, cuya responsabilidad recae directamente sobre el poder ejecutivo.
Virus, confinamiento y furia contenida
El descontento se profundizó y se propagó en las últimas semanas, pero es anterior. En la gran mayoría de los países se han levantado gran parte de las restricciones impuestas durante la pandemia, pero China parece estancada en 2020. Eso se hizo más notorio con la transmisión del Mundial de fútbol, en la que puede verse a grandes multitudes dentro y fuera de los estadios de Qatar sin barbijos u otras medidas de protección contra el Covid-19.
Pese a estas medidas no logró evitarse que se registrara la mayor ola de casos desde que empezó la pandemia. Y eso no es lo peor. El enojo de la población lleva meses acumulándose debido al aumento de muertes consecuencia del confinamiento que, pese a la estricta censura ejercida por las autoridades chinas, ha circulado ampliamente por las redes sociales del país.
Desde personas que perecieron debido a las deficiencias en el acceso al sistema de salud producto de las restricciones impuestas por la política Covid cero, hasta la prohibición de abandonar sus casas que recayó sobre los habitantes de la región de Chengdu, sacudida por un terremoto de magnitud 6,6 y que ocasionó la muerte de 65 personas, la furia se fue concentrando.
Con el ánimo social al límite, el 24 de noviembre se produjo el incendio de un edificio en Urumqi, capital de la región autónoma de Xinjiang, en el cual murieron 10 personas. La región se encuentra desde agosto bajo estrictas medidas de confinamiento y, aunque las autoridades aseguran que los residentes del edificio incendiado tenían libertad para abandonar sus viviendas, cundió la idea de que las medidas impuestas contra el virus contribuyeron a la tragedia. Esa fue la gota que colmó la paciencia china.
El factor inédito
Desde entonces, las protestas se propagaron por grandes ciudades en todo el país, entre ellas, Pekín, Shanghái y Wuhan. El factor inédito es que la población se atrevió a criticar abiertamente el liderazgo del presidente Xi Jinping, reelegido para cumplir un tercer mandato hace pocas semanas, durante el último Congreso del Partido Comunista Chino.
Este desafío popular sin precedentes en un sistema político de las características del chino, abre un enorme signo de
Las manifestaciones alcanzaron la capital el domingo pasado, donde centenares de personas se concentraron en la ribera de un río, cantaron el himno nacional y escucharon discursos. Antes, en la prestigiosa universidad de Tsinghua, decenas de personas realizaron una marcha pacífica y también entonaron el himno nacional. También se registraron protestas en la ciudad de Chengdu y en las más centrales urbes de Xian y Wuhan, donde se originó la pandemia hace casi tres años.
Muchas personas decidieron protestar en silencio mostrando simplemente una hoja en blanco, como símbolo de todo aquello que quisieran decir pero que las autoridades les prohíben. Si bien durante la última semana las grandes concentraciones parecen haberse calmado, el descontento continúa en efervescencia en las redes sociales.
Posibles respuestas
Para un gobierno autoritario, monolítico y acostumbrado a mandar pero no a escuchar, la situación no resulta fácil de manejar. Hasta el momento, no hubo reconocimiento oficial del notorio descontento social y la respuesta a las manifestaciones ha sido represiva aunque comedida. Recuérdese que no existe libertad de información e internet es estrictamente controlada por el Estado. La censura se extendió incluso a las imágenes del Mundial de fútbol: se eliminan las imágenes en las que se ve al público y se las reemplaza por otras del banquillo o de los jugadores para evitar mostrar cómo en otras partes del mundo han desaparecido casi por completo las restricciones contra el Covid.
A lo anterior se agrega que el Estado vigila cada movimiento a través de las aplicaciones de los teléfonos celulares y cámaras en las calles, con lo cual se sabe mucho de las personas, lo que dicen, con quién se comunican o donde estaban en un momento concreto. No obstante y, a pesar de la censura, noticias e imágenes de las manifestaciones han sido compartidas masivamente en las redes sociales del país, alimentando la protesta.
La política de Covid cero está íntimamente ligada al presidente Xi, es por eso que resulta difícil pensar que el gobierno pudiera retroceder con ella y, por el momento, no hay un horizonte claro respecto de cuándo y cómo podrían relajarse las restricciones.
Mientras que el resto del mundo utilizó los confinamientos y el distanciamiento social para ganar tiempo mientras se llevaban a cabo campañas masivas de vacunación, China depende aún de los controles para mantener al virus a raya.
Y aquí surge la paradoja, porque China cuenta con una de las tasas más bajas del mundo de muertes por el virus (aproximadamente 5200). Pero las estimaciones indican que acabar con la política de Covid cero podría conducir a una rápida saturación de los hospitales y provocaría más de un millón y medio de muertes en muy poco tiempo.
La política de Covid cero también tiene un impacto económico tanto en China como en el mundo, dado que los mercados, ya golpeados por los aumentos de los precios en los sectores energético y alimenticio, se resienten cada vez que la denominada “fábrica del mundo” se lentifica producto de los confinamientos. El crecimiento económico del país también se resiente e impacta retroalimentando el malestar de la población.
Ante semejante escenario, cabe preguntarse cómo responderá un gobierno autoritario que interpreta que ceder es síntoma de debilidad, sabe que reprimir lo conducirá a la condena global y concluye que, de no ejercer una violencia lo suficientemente ejemplificadora, podría profundizar aún más las protestas chinas.