8 de noviembre de 2024

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Para que el ciudadano tenga el control.

¿Qué se viene en el segundo semestre? Por José Castillo*

Desde el gobierno se viene insistiendo en que, tras la andanada de medidas de ajuste de estos meses, con sus consecuencias de incremento de la inflación y caídas de la actividad, en el segundo semestre llegaría la ansiada reactivación. Teóricamente, a partir de julio se reducirían los índices de inflación (hasta un valor anualizado del 25%), comenzaría a crecer el empleo y se reactivaría el consumo por la culminación de las negociaciones paritarias y, por sobre todo, comenzarían a fluir los famosos “capitales” para nuevas inversiones productivas que sembrarían el camino para más empleo y crecimiento económico.
¿Sucederá esto realmente? Más de un economista cercano al oficialismo ya comienza a “abrir” el paraguas y a retardar “hacia el último trimestre”, “hacia diciembre” o incluso “hacia 2017”, el escenario favorable. Es que el macrismo se ha enredado en sus propias políticas de ajuste. Su diagnóstico de la inflación oscila entre culpar al déficit fiscal, pero a la vez tomar medidas que lo aumentan como la baja o eliminación de retenciones al agro y la minería. O plantearse reducirlo vía baja de subsidios, pero con la contrapartida de la suba de tarifas. O ver la inflación directamente como un fenómeno puramente monetario, y querer eliminarla a puro “golpe de tasa de interés”. La realidad es que hasta hoy no han logrado domarla. Y todavía falta digerir la suba de la nafta, el pleno impacto que todavía no llegó de los últimos tarifazos y el efecto de esos aumentos de precios sobre los costos de los demás bienes.
¿Bajará finalmente la inflación en el segundo semestre? Puede ser que así sea. Por enfriamiento extremo de la economía. Será como el médico que logra finalmente bajar la fiebre del paciente al matarlo. Difícilmente esto apuntale una reactivación. El enfriamiento del consumo, las caídas de la producción y los despidos van creando un combo letal sobre la demanda agregada, que amenaza con espiralizarse. A esto se le suma que el macrismo está a punto de “tentarse” con la herramienta anti-inflacionaria que han usado todos los gobiernos y que han hundido a más de uno: la apreciación del tipo de cambio. Siendo claros, con una inflación anual del 40-42% (y descontándoles 2 puntos de la inflación estimada en Estados Unidos) cualquier precio para el dólar por debajo de los 18,50 a diciembre significaría un valor real inferior al de diciembre de 2015, con sus consecuencias en términos de fuga de capitales y balanza deficitaria.
Resumamos: un consumo en baja (el cierre de los acuerdos colectivos no cambiará definitivamente esta tendencia). Una inversión privada local que tiene como atracción principal (y casi única) las tasas astronómicas de los Lebacs. Un gasto público con una tendencia contradictoria: por un lado la intención de ajustar cada partida, por el otro las obras públicas que, frente a la recesión dan la sensación de un balín para enfrentar un elefante. Un comercio exterior que como mucho da para un empate (por la suma de factores exógenos –Brasil, China- y por un tipo de cambio que se desliza a la apreciación). Queda como única bala, la inversión extranjera directa, que, más allá de los anuncios, aún nadie ha visto.
¿Quiere decir esto que la política económica del macrismo ha sido inoperante? Nada de eso. La sensación de “cierto bienestar y crecimiento” que necesita el gobierno en algún momento de fines de 2016 y la primera mitad de 2017 –y tal vez no logre- responde a las necesidades estrictamente políticas de ganar las elecciones de medio término. Pero el proyecto oficialista va mucho más allá. Y en los “grandes trazos” han logrado lo que se proponían: una feroz traslación de ingresos desde el salario hacia las ganancias, y la construcción de un escenario amigable para el ingreso de capitales: fin del cepo, arreglo con los buitres y libertad para repatriación de utilidades. Más aún, negocios tentadores de corto plazo (como las altísimas tasas de las Lebacs e incluso de los nuevos bonos del Tesoro), que permiten una bicicleta financiera remozada (en el que participan en la sombra incluso capitales del exterior). Y, en una línea más estratégica, caída de los salarios reales y libertad para despedir, en aras de responder a la demanda explícita de las grandes transnacionales: bajar el “costo salarial”.
Este es el esquema exitoso “implícito” al que aspira el gobierno actual. En síntesis: transformar a la Argentina en un enclave exportador, competitivo en base a la renta diferencial de la Pampa Húmeda, por un lado, y a salarios industriales bajos por el otro. Difícilmente haya lugar para 40 millones de argentinos en este modelo.

*(Economista. Profesor e Investigador de la Universidad de Buenos Aires. Miembro del EDI –Economistas de Izquierda-.)

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