Revolucion de Mayo vs. Revolucion Francesa
En esta nueva conmemoración de la llamada “Revolución de Mayo”, dentro del marco de los festejos del Bicentenario; en la República Argentina irá en aumento la campaña para identificar nuestra Revolución de Mayo, con la Revolución Francesa.
Algunos dirán que la Revolución Francesa y el Iluminismo fueron causas externas de nuestra revolución. Otros dirán que ambas revoluciones fueron similares, o más aún, que la Revolución de Mayo es hija de la francesa.
Se hablará de Rousseau, del “Contrato Social”, del absolutismo monárquico, de la España oscurantista en oposición a las “luces” de Francia.
Pero, como buenos revisionistas que somos, insistiremos en contradecir y oponernos a la historia oficial burdamente falsificada cuyo fin es el de reemplazar nuestra verdadera conciencia nacional por una extraña a nuestra idiosincrasia y tradición.
Por lo tanto cometeremos la herejía de desmitificar el relato oficial, por una misión más trascendental y acorde con nuestros principios, como lo es la incesante búsqueda de la verdad.
Y a ella llegaremos partiendo de la premisa mayor de que nuestra Revolución de Mayo nada tiene que ver con la Revolución Francesa. Ni como causa, ni influencia, ni como modelo. Más bien, que si hubo una visión, fue la del rechazo. Y aquí lo probaremos.
¿Es que acaso alguien en su sano juicio puede comparar la Revolución Francesa, que comenzó en 1789, efectuada mayormente por burgueses, de carácter republicana y por ende antimonárquica, contra los privilegios de la nobleza, que llevó a la guillotina a su rey, persiguió a la Iglesia y expropió todos sus bienes, implantó el régimen del Terror del cual el genocidio de La Vendee fue sólo una muestra, y finalmente hizo perder a los franceses todos sus derechos a manos del Emperador Bonaparte en 1804; en total 15 años de convulsiones, con nuestra Semana de Mayo?
La Revolución Francesa se hizo contra el absolutismo de los reyes y los privilegios de los nobles y también en contra de la Iglesia. En el Río de la Plata, no había ni nobles ni reyes. Gobernaba el país un Virrey que no tenía nada de absoluto y un Cabildo que era una genuina y antiquísima autoridad de origen popular (que por supuesto también era herencia de España) que la parte principal elegía libremente.
La Semana de Mayo, o Revolución de Mayo fue esencialmente realizada por una parte del pueblo (la parte sana e ilustrada), los militares (allí estaban los Patricios con Don Cornelio Saavedra al mando, respaldando la revolución), y sobre todo católica. Es decir que fue una revolución hecha por verdaderos señores, angustiosos de gobernarse a sí mismos por los sucesos ocurridos en la Península, pero dispuestos a mantener su tradición y cultura, a punto tal, que nuestra revolución fue en sus inicios abiertamente monárquica.
Y como bien expresara Hugo Wast: “¿A esta revolución sin crímenes que fuera nuestra se pretende encontrar un retoño de la francesa que se prostituyo sólo en la diosa razón y fusiló, guillotino a millares de ciudadanos, hombres y mujeres y hasta niños?”.
La Revolución Francesa fue republicana, mientras que la nuestra fue en sus comienzos abiertamente monárquica.
La Revolución de Mayo fue católica al punto tal que el 30 de mayo de 1810, a 5 días de la revolución; concurrió la Junta Gubernativa en pleno a una misa de acción de gracias celebrando el cumpleaños del Rey y la instalación del nuevo gobierno.
Cuando estalló la Revolución de Mayo habían pasado veinte años de la Revolución Francesa y en 1810 estaba harto desacreditada en el mundo y especialmente en la América española, tanto por sus crímenes como por sus resultados. Por lo tanto esta revolución no tenía nada de admirada, más bien producía horror.
En ningún documento de la época, en ningún manifiesto de las autoridades, ni en ningún periódico de los días de la revolución argentina hay la más leve mención de la Revolución Francesa como inspiradora de la nuestra.
Más bien todo lo contrario.
En el periódico “La Abeja Argentina” se señalaba que “la Revolución Francesa defraudó a sus seguidores, por lo cual ellos debían evitar seguir los pasos de esa Revolución”.
En sesión del Cabildo de Buenos Aires, del 5 de febrero de 1811, se tomó la resolución de prohibir la circulación entre los escolares de 200 ejemplares del “Contrato Social” de Rousseau, que Moreno había recomendado. El acta del Cabildo decía: “Reflexionaron dichos Cabildantes que la parte reimpresa del Contrato Social de Rousseau no era de utilidad a la juventud y antes bien pudiera ser perjudicial…y en vista de todo creyeron inútil, superflua y perjudicial la compra que se ha hecho de los doscientos ejemplares de dicha obra. Determinaron, en consecuencia, que se llame al impresor y se le proponga si quiere recibirse de ellos para expenderlos de su cuenta…”
La Gazeta de Buenos Aires en su número 49 del 16 de mayo de 1811 reproducía en sus páginas: “Se ha dicho que la revolución dará la vuelta al mundo; y por desgracia podrá esto ser verdad; pero la Revolución Francesa es un saludable ejemplo para precaver las revoluciones ulteriores. Los crímenes y atrocidades de los revolucionarios de Francia, sus absurdos despropósitos, teorías, etc, son el mejor antídoto para los demás pueblos, que seducidos por intrigantes infames, o por ambiciosos viles, o por extraviados ilusos, tengan la desgracia de sufrir consecuencias políticas: las que Buenos Aires, Santa Fe, Quito, Caracas y Querétaro han experimentado, no son de aquella naturaleza”.
Asimismo, La Gazeta del 28 de octubre de 1810 publicó la “Canción Patriótica” que en sus estrofas rezaba:
“No es la libertad
que en Francia tuvieron
crueles Regicidas
Vasallos perversos.
Allí la anarquía
Extendió su imperio
Lo que es nosotros
Natural derecho
El mismo derecho
Que tiene la España
De elegir gobierno:
Si aquella se pierde
Por algún evento,
No hemos de seguir la suerte de aquellos.
Nuestro Rey Fernando
Tendrá en nuestros pechos
Su solio sagrado
Con amor eterno:
Por Rey lo juramos
Lo que cumpliremos
Con demostraciones
De vasallos tiernos
Amor, paz y unión
Sea nuestro objeto,
Y la religión
Del Dios verdadero”.
Pero como si todo lo dicho y documentado fuera poco, recurriremos a la doctrina que el eminente historiador, Enrique Díaz Araujo, hizo en su documentado “Mayo revisado”. Allí Araujo efectuó una recopilación de distintos historiadores y sus respectivos juicios en lo que hace a la supuesta relación causal entre la Revolución Francesa y la Revolución de Mayo. Así, sostenía André Marius: “Toda la América Española sentía horror por las ideas revolucionarias francesas, permaneciendo fiel a su rey”; el peruano Francisco Javier de Luna Pizarro mencionaba: “el ejemplo horrible de Francia, en el cual el tribunal de sangre establecido por la Convención había resultado superior a ella”; Ricardo Caillet-Bois admitía que: “la muerte de Luis XVI y la persecución sufrida por el clero francés provocaron un vuelco de la opinión pública; a partir de ese instante el movimiento francés fue mirado con cierto horror”; los historiadores argentinos –nada revisionistas ni hispanistas, por cierto- Carlos Alberto Floria y César García Belsunce reconocían: “…en la retina de las generaciones posteriores al 89 o situadas en parajes distantes y con distintas costumbres y mentalidad, como las rioplatenses, la imagen revolucionaria era difusa e indeseable. No sería extraño, pues, que Francia –al menos la Francia de la revolución- fuera anatema para los representantes del antiguo régimen o para los creyentes en los valores tradicionales…”; Sergio Villalobos en tanto, acepta que la Revolución Francesa: “provocó reacciones en contra. La prisión y muerte de la familia real, perteneciente a la misma casa reinante en España, la violencia y los desbordes populares, el aplastamiento de la nobleza y los rasgos de impiedad del movimiento, causaron horror en todos los círculos. La orgía de sangre y el trastorno del orden, en contraste con la estabilidad del régimen monárquico, suscitaba comparaciones muy desfavorables”; el profesor y catedrático de la Universidad de Londres decía: “A medida que la Revolución Francesa se volvía más radical y se conocía mejor, atraía menos a la aristocracia criolla. La vieron como un monstruo de democracia extrema y anarquía”; el autor francés Raymond Ronze reconocía: “Los franceses son execrados en España y sus amigos españoles, los afrancesados, caen bajo la misma maldición. A Buenos Aires no le agradan ni los unos ni los otros”; y finalmente, Eduardo Aunós expresaba: “…Porque si la América española se sublevó, no lo hizo en manera alguna a favor de la Revolución (Francesa), sino resueltamente en contra de ella. Fue, al principio, un estallido de patriotismo y de fidelidad. Siguiendo el ejemplo metropolitano, la América española se alzó para rechazar la dinastía extranjera e impuesta…el repudio del invasor era tan enérgico en América como en la Península”.
Ya sin seguir la justísima recopilación de Díaz Araujo nosotros mencionamos también al Dr. Ricardo Levene quien sostenía: “La Revolución de 1810 está enraizada en su propio pasado y se nutre en fuentes ideológicas hispanas e indianas. Se ha formado durante la dominación española y bajo su influencia, aunque va contra ella, y sólo periféricamente tienen resonancia los hechos y las ideas del mundo exterior a España e Hispano-América, que constituía un orbe propio. Sería absurdo filosóficamente concebir la Revolución de Mayo como un acto de imitación simiesca, como un epifenómeno de la Revolución francesa o de la Revolución norteamericana. El solo hecho de su extensión y perduración en veinte Estados libres es prueba de las causas lejanas y vernáculas que movieron a los pueblos de América a abrazar con fe la emancipación…”
Y rematamos con un insospechado de hispanófilo, el liberal Juan Bautista Alberdi quien admitía: “Antes de la proclamación de la República, la soberanía del pueblo existía en Sud-América como hecho y como principio en el sistema municipal, que nos había dado España (…) Los cabildos o municipalidades, representación elegida por el pueblo, eran la autoridad que administraba en su nombre, sin ingerencia del poder. Este sistema, que es hoy la base de la libertad y del progreso de los Estados Unidos de Norte América, existía en gran parte en América del Sur antes de la revolución republicana, la cual, extraviada por el ejemplo del despotismo moderno de la Francia que le servía de modelo, cometió el error de suprimirlo”.
Creemos que es suficiente como para aclarar lo que aquellos interesados en falsear la historia pretenden instalar como verdad revelada. Y damos como suficientemente probado la nula influencia y/o relación entre nuestra revolución con la regicida Revolución Francesa.
POR FEDERICO GASTON ADDISI es dirigente justicialista (historiador y escritor), director de Cultura de la Fundación Rucci en CGT, miembro del Instituto de Revisionismo Historico J. M. de Rosas, miembro del Instituto de Filosofía INFIP, diplomado en Antropología Cristiana (FASTA) y diplomado en Relaciones Internaciones (UAI).
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