Durante mi gestión como Gobernador de Mendoza pusimos en marcha un programa educativo y de inclusión social denominado Servicio Cívico Voluntario. Veníamos de la crisis del 2001 y las consecuencias sociales eran evidentes y profundas. El programa aunó esfuerzos de la provincia, el Ministerio de Defensa a cargo de José Pampuro y las universidades. Fue una herramienta muy útil para reincorporar al sistema a adolescentes de entre 16 y 25 años que no habían completado su trayectoria escolar. En ese entonces, la implementación del sistema de EGB 3 y Polimodal provocó que algunos que terminaban séptimo grado en un establecimiento y debían cambiar de escuela para completar el tercer ciclo, desertaran abandonando sus estudios. Para que tuvieran una oportunidad justa, les ofrecimos hacer ambos años en uno, así lograban finalizar y además recibir capacitación en oficios, comida, deporte y educación en valores. Asimismo, pusimos en marcha un sistema de becas monetarias para todos aquellos que se incorporaran al Servicio Cívico Voluntario.
Estos cursos de estudios y oficios -no de formación militar-, se llevaron a cabo con docentes provinciales en instalaciones del Ejército y de organismos públicos. Los más de cuatro mil participantes asistieron a jornadas completas en las instalaciones de las Fuerzas Armadas y cerca del 80% de los inscriptos lograron recibirse. Eran jornadas extendidas, allí almorzaban y además concurrían a talleres sobre valores. Este tipo de formación fue uno de los pilares fundamentales del programa; se buscaba que los jóvenes asumieran como propio el desafío de la superación personal y la autoestima. Valores como la honestidad, la solidaridad, el respeto, el compromiso y el esfuerzo en el trabajo son modeladores de buenos hábitos y repercuten directamente en la persona y en su vida en sociedad. Por eso, la experiencia ofreció un marco integral de educación y contención y permitió que muchos jóvenes continuaran el secundario, accedieran a un trabajo digno y se formaran como personas.
Por otra parte, las universidades públicas y privadas promovieron la concurrencia de sus alumnos, que fueron invitados a participar como voluntarios para dar clases de apoyo y organizar talleres relacionados con sus estudios. De este modo y por medio de tutorías, los universitarios pudieron retribuir a la sociedad parte de lo que habían recibido y todos contribuyeron con la construcción de un futuro mejor.
A los hombres y mujeres que formaron parte del Servicio Cívico Voluntario en Mendoza, se les ofreció una respuesta concreta y herramientas para superar dificultades. También aprendieron que es tan importante dar como recibir, por lo que se los instó a practicar la solidaridad y el voluntariado. Al finalizar el ciclo, los participantes donaron los productos realizados en los talleres y aplicaron lo aprendido para ayudar a otros. Fue así que muchas escuelas, hospitales, hogares de ancianos e instituciones de todo tipo, se vieron favorecidos con tareas de soldadura, carpintería, electricidad, costura industrial, etc., que los estudiantes del Servicio Cívico ofrecieron, orgullosos de contribuir activamente con su comunidad.
Finalmente, creo que el Servicio Cívico Voluntario fue una gran experiencia educativa y una solución para esa franja etaria de jóvenes que ni trabajaban ni estudiaban. Por eso a lo largo de los años he insistido con su aplicación en todo el país. Este programa posees una fuerte impronta educativa y de formación en oficios y valores y de ser aplicado en su totalidad, puede transformarse en una gran oportunidad para quienes hoy no la tienen.