En el marco de las exposiciones destinadas a tratar en comisión el extemporáneo, arbitrario, caprichoso e injusto proyecto de legalización del aborto, Ginés González García, que funge como Ministro de Salud, declaró que la vida en el seno materno no es vida sino «un fenómeno».
A lo largo de los años hemos escuchado muchos argumentos pseudocientíficos para la legitimación del asesinato del nonato (el verso del «montón de células» ya es un lugar común) pero nunca imaginamos escuchar semejante vileza por parte de la máxima autoridad sanitaria de la Nación. Vileza que carece de carácter científico, del más elemental sentido común y de la esencial conciencia de protección a los más débiles.
Las palabras de este hombre no sólo demuestran una mediocridad rayana con lo cavernícola sino que además ofenden la inteligencia de los argentinos (incluso de los proaborto, que se están agarrando la cabeza).
El ministro en cuestión, cuyo desempeño burlonamente desastroso venimos padeciendo los argentinos desde hace un año, niega de un plumazo una verdad científica de tres milenios (¡hay vida en el vientre materno!). Y sin que el presidente le objete nada ni le exija explicaciones.
Como argentino y como legislador nacional, en representación de millones de compatriotas indignados por la acción y la palabra de González García, exijo su inmediata renuncia.
Exijo la renuncia del ministro porque cosifica la vida humana en el vientre materno. Y las «cosas» se venden, se compran y se desechan, como quiere este ministro.
Exijo la renuncia del ministro porque con sus palabras y acciones desmiente lo normado por la Constitución Nacional, los tratados internacionales con rango constitucional y, sobre todo, el orden natural del que deviene todo derecho justo.
Exijo la renuncia del ministro y su reemplazo por una persona atenta a la protección del prójimo, sobre todo de los enfermos, de los débiles y de los desvalidos. No solo queremos «funcionarios que funcionen» sino servidores públicos al servicio del bien común argentino. No queremos más corruptos, ni mediocres ni legitimadores del genocidio que, dicho sea de paso, es lo único correcto que dijo el susodicho Ginés en su espantosa intervención.