Comenzó tímidamente hace 38 años. No cesa de crecer. Es prácticamente lo único que avanza en la Argentina, quizás junto con la producción agro-industrial, a pesar de todos los obstáculos que se le interponen. Configura algo patético: el progreso de la pobreza. Se trata de la Argentina planera. El asistencialismo en grado de paroxismo. Aquello que inicialmente fue una ayuda alimentaria para los pocos con hambre, con el tiempo devino en un sistema de vida con connotaciones político-electorales y efectos socio-económicos.
Sabido es que un país descapitalizado por la campante corrupción – que saquea las arcas y que trunca las inversiones genuinas generadoras de trabajo y riqueza -, la deplorable inidónea gestión, la desconfianza abrumadora, la ideología estatista arcaica y boba, la emisión de moneda sin el respaldo de bienes producidos y el reparto de migajas a título de asignaciones y bonos sólo agrava el cuadro de angustiante pobreza. En este contexto nadie prosperará. Nadie podrá ahorrar. Nadie alcanzará la dignidad de ser humano y de ciudadano. Y menos si ponen en la picota al derecho de propiedad, la locomotora de la laboriosidad y del desarrollo.
Lo que han cumplido es eso de “combatir al capital”, pero con una precisión: los luchadores anticapitalistas han acumulado ingentes capitales tejiendo una vasta red de testaferros con inversiones inmobiliarias y en empresas de servicios en España, Estados Unidos, Paraguay y otros lares. El fomento de este capitalismo espurio es la impunidad reinante. A nadie se le decomisan bienes. Nadie la paga y rige, imperturbable, el ‘dale que va’.
Los ‘movimientos sociales’ son el poder popular emergente. Cada día opacan más a la otrora dominante CGT. La dinámica planera es tan avasallante que el elenco sindical pareciera paralizado. No se sabe si por estupefacción o por achanchamiento, pero lo cierto es que no reaccionan. Esa CGT si algo tenía de virtuoso era que dependía – no se puede decir ‘representaba’ atento la doble faz de su actuación – de la existencia de trabajadores. Hoy son cada vez menos los registrados y por ello aportantes de la cuota sindical compulsiva. El incremento de los trabajos no registrados es descomunal. 6 millones legales, 7 millones “negreados” y 9 millones asistidos. Esta ecuación es insostenible y es la clave del fracaso argentino, el único país de la tierra que en el promedio del último medio siglo ha retrogradado en el PBI per cápita.
El poderío de los movimientos sociales es notable. Si bien surgen voces de algunos de sus dirigentes que reconocen que “la ayuda social ha fracasado para combatir la pobreza” – en rigor, la ha propulsado -, lo cierto es que han establecido una modalidad de intermediación que les brinda recursos para las movilizaciones organizadas caracterizadas por su recurrencia. El ‘trabajo’ es estar todos los días en las calles peticionando más fondos para profundizar la pobreza general.
Hoy el presupuesto asigna el 14% para esta ayuda a ser cada vez más pobres y sólo el 2% para emprendedores productivos. Una economía sin empresas productivas o de servicios que añadan conocimiento no tiene porvenir. Somos el país de la región con menos empresas por cada 1000 habitantes, entre otros tantos rangos descorazonantes que le debemos al populismo. Otro ejemplo es que en lugar de una “coalición exportadora” – es decir, ponernos de acuerdo en una estrategia de exportar cada vez más trabajo y producción argentinos-, incurrimos en lo más contraindicado que podría existir, esto es prohibirlas, como el caso de la carne.
Esto que sufrimos es el populismo como expresión viva e irritante de una mentira colosal: en nombre del pueblo se lo hunde. Para colmo, no sólo se lo empobrece – incluyendo a la empequeñecida y alicaída clase media –, sino que se lo torna más ignorante. Es la combinación explosiva de la Argentina frustrada. Nunca deberemos olvidar que el populismo miliitó en la pandemia las escuelas cerradas como una bandera. Algo monstruoso.
La Argentina planera es el primer ‘elefante blanco’ a desarticular. Como los intereses creados son poderosos y el pesimismo de que seamos capaces de consumar este decisivo desmonte es enorme, habrá que recurrir al artículo 39 de la Constitución y llamar a consulta popular para que sea la nación la que resuelva si vamos o no a la modernidad, dejando atrás un tan largo como penoso ciclo decadente.
La Argentina planera estructuraliza la pobreza. Está a un paso de ponderarla como la vía hacia la igualdad. Y, obviamente, la utiliza electoralmente ya que la tendencia hacia “todos pobres” va adunada con que la oposición son “los ricos”. La narrativa populista es eficaz para la falacia. En eso ganan el campeonato. Además, acuñan sistemas económicos que desafían las leyes del mercado, universalmente aceptadas, sin perjuicio de las necesarias y delicadas regulaciones que reclaman y que en todas partes existen. Por eso hablan de la ‘economía popular’ y nos retrotraen al trueque. La inflación, corrosiva del bienestar general, es parte de la familia populista. Se le “gana” con las paritarias. Así venimos desde añares, sin aprender de los sucesivos ‘rodrigazos’ como el de 1975.
El dilema es tan vital e histórico como crucial: o salimos del asistencialismo o la gran Argentina que soñaron los fundadores y especialmente los organizadores a partir de los pactos preexistentes, como honorablemente reconoce la Constitución, no será posible. Nos hallamos en esa bisagra. Este es un bienio decisivo.