Hoy los ojos del mundo siguen puestos en la Amazonía por los incendios que, solo en agosto, destruyeron 2,5 millones de hectáreas, la superficie equivalente a la de la provincia de Tucumán o 125 veces la Ciudad de Buenos Aires. Frente a esta situación, el pasado viernes presidentes y delegados de Brasil, Colombia, Bolivia, Ecuador, Perú, Guyana y Surinam se reunieron en Leticia, al sur de Colombia, para definir acciones conjuntas para proteger al bosque tropical más grande del mundo, mediante el Pacto de Leticia.
El mensaje y la urgencia en este contexto son simples y claros: o los gobiernos amazónicos actúan rápido, o tendremos una Amazonía convertida en cenizas. Las cifras no hacen más que confirmarlo: durante el pasado agosto en Brasil se quemó cuatro veces más de superficie amazónica que en agosto de 2018. Nos enfrentamos a uno los peores incendios forestales del último tiempo, una tragedia que no podemos permitirnos en medio de la crisis climática que vivimos a nivel mundial.
Sin embargo -y pese a ser la causa principal de los incendios- el negacionismo respecto a la destrucción de bosques en el pacto es alarmante. Decir que el cambio climático podría ser la causa de la deforestación es pasar por alto las prácticas de explotación y destrucción forestales promovidas por los mismos Estados firmantes. No se trata de un fenómeno natural, fue la mano del ser humano -y las políticas que lo permitieron- lo que generó los incendios que hoy alimentan al cambio climático a escala global. A medida que crece el número de incendios, también lo hacen las emisiones de gases de efecto invernadero, aumentando la temperatura promedio del planeta y la ocurrencia de eventos climáticos extremos, como huracanes, tornados, grandes sequías, inundaciones, el aumento del nivel del mar y el derretimiento de los glaciares.
A su vez, es preocupante la mención que se realiza a los pueblos originarios. Su rol queda reducido a la participación en los escenarios de “desarrollo” de la Amazonía, punto que desconoce la
Creemos necesario hacer una revisión crítica del texto en relación a la urgencia con la que se requiere actuar. El cambio climático y la pérdida de biodiversidad deberían ser razones más que suficientes para que los Estados actúen rápidamente en la transición hacia modelos de desarrollo que promuevan el respeto entre los seres humanos y su medioambiente. Sin embargo, en el texto faltan medidas sustantivas y vinculantes, ya que deja sus implementaciones a merced de la voluntad política de turno. Voluntad que, como hemos visto recientemente en América Latina, puede estar dirigida directamente a la regresividad ambiental.
(*) Coordinador de la campaña de bosques de Greenpeace Andino (Colombia, Argentina y Chile).