Por Ricardo Rapallo (*)
América Latina y el Caribe (ALC) ha puesto durante años gran esfuerzo en erradicar el hambre de la región, con innegables progresos. La prevalencia de la subalimentación se redujo prácticamente a la mitad entre 2000 y 2018, al pasar de 11,9% a 6,5%. Es decir, ALC logró rescatar a veinte millones de personas del hambre en las últimas décadas, en parte gracias a un rápido crecimiento económico y a la implementación de ambiciosas políticas públicas, convirtiéndose en la zona del mundo en desarrollo que más ha hecho en la materia.
Sin embargo, paralelamente al «éxito» de esta política regional se fueron incubando otros problemas.
Los rápidos cambios demográficos, sociales y económicos han llevado a un aumento de la urbanización y a modificaciones en los estilos de vida y hábitos de consumo, con consecuencias claras sobre los patrones de alimentación. Las dietas actuales se caracterizan por la presencia creciente de alimentos con alto contenido energético, grasas saturadas, azúcares agregados, sal/sodio, y bajos en fibra.
De esta manera, mientras el hambre bajaba en la región, los cambios en las dietas y los hábitos sedentarios provocaban un aumento del sobrepeso y la obesidad en todos los grupos etarios. En niñas y niños menores de cinco años la prevalencia de sobrepeso y obesidad subió del 6,6% al 7,5% entre el 2000 y 2018, en niñas y niños en edad escolar y adolescentes aumentó de 22% a 31%, y en adultos se incrementó de 50% a 60%.
Pero la salud humana no es la única afectada por nuestras actuales dietas. La producción de alimentos genera emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), que a su vez son responsables del cambio climático.
Es decir, nuestros nuevos (malos) hábitos alimenticios y los sistemas alimentarios asociados son en parte causa del mayor problema que enfrenta el planeta en la actualidad. Por lo mismo, está en nosotros cambiar, generar un círculo virtuoso que ayude a mejorar nuestra salud, ser socialmente más responsables y, finalmente, aportar al esfuerzo mundial por evitar una emergencia climática.
Es por eso que los sistemas alimentarios de la región tienen que ser transformados de forma drástica. La situación constituye una oportunidad para la agricultura, la ganadería y la pesca, ya que los cambios requieren la introducción de nuevas formas de producción sostenibles e innovaciones tecnológicas, que ayudarán a atender el incremento de la demanda de alimentos y a modelar los nuevos patrones de consumo.
Adoptar nuevas dietas y avanzar en el proceso de cambio requerirá de más políticas, inversiones, investigación y alianzas con el sector privado, las organizaciones de productores y consumidores y la comunidad científica.
Como consecuencia, dicha transformación requerirá una nueva gobernanza, que logre equilibrar los intereses de los actores involucrados en los sistemas alimentarios, donde lo público tendrá que tomar mayor protagonismo. Esto, en línea con varios de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en particular el de poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible.
Ese es hoy el gran desafío para ALC. Hasta ahora la región ha demostrado importantes avances, pero es momento de hablar no sólo de cantidad de alimento sino también de la calidad. Es momento de no solo considerar la salud humana sino también la del planeta.
Los países de ALC tienen una gran oportunidad de renovar su compromiso sostenible en la COP25 en Madrid, donde los datos e información más reciente sobre el aumento de las temperaturas probablemente obligarán a todos a elevar los esfuerzos por conservar el planeta.
Adoptar una dieta saludable será también una acción de apoyo a contener este problema global.
(*) Oficial principal de políticas para América Latina y el Caribe de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).