Una mesa redonda que nunca fue|Por Luis Gotte
Imaginemos, en algún lugar de la Isla Británica, al reino de Camelot. Sabemos que, su rey se llamaba Arturo quien construyó su poder convocando a sus caballeros a una mesa redonda, donde se analiza y confrontan enfoques y decisiones a tomar. El equilibrio y la armonía fue posible entre ellos, permitiendo justicia en la región y un pueblo feliz. Hasta que, Sir Lancelot comienza a tener seguidores propios.
La mesa redonda, ya no lo es. En ella, ahora, confrontan dos poderes. Una tabla con doble comando, unos miran a Arturo y, otros a Lancelot. La pax arturiana se rompe, los enemigos aprovechan la situación. Camelot va a su destrucción.
Cuando se anuncia la fórmula presidencial en Argentina, en mayo del 2019, causó tanta sorpresa como asombro, sobre todo por el camino que había seguido Alberto Fernández luego de ser desalojado por el gobierno anterior (julio 2008). Segundo, conociendo los comportamientos emocionales y exaltados de Cristina Fernández, anunciar la candidatura de uno de sus más fieros enemigos no era precisamente para cumplir con los sagrados intereses de la Patria. Arturo no perdonó a su esposa, la reina Ginebra, por su infidelidad con Lancelot. Su acto de venganza le costó su reino, no importó.
La ambición personal, y no la racionalidad, primó en Alberto para aceptar el puesto ofrecido. No tenía experiencia, capacidad de conducción y motivaciones. No estaba preparado para la misión, sí era muy bueno, como se dice en la jerga política, en el “rosqueo”. El desgobierno macrista hizo posible que la fórmula Fernández-Fernández fuera una realidad efectiva. La gran incógnita era si la argentina consentiría un gobierno de dos cabezas. Cada decisión del Alberto haría que se mirase el rostro de Cristina. La mesa redonda se agrieta antes de que sus dirigentes ocupasen sus lugares.
En algún momento se creyó que, quien pudiese generar equilibrio y armonía entre las partes, aunque una de ella solo buscaba objetivos personales que tienen que ver con la Justicia, era el Ministro de Economía. Se esperó que actuara como una especie de émulo del Mago Merlín, hiciera magia para resolver la macroeconomía y la economía del pueblo. Ahora, ¿qué poder real le quedaba al Ministro con la modificación de la Ley de Ministerio de julio de 2019? Le habían explosionado lo el Ministerio. No tenía control de las tres mayores “cajas” de recaudación. Tampoco poder sobre su propia dependencia. Fue como dejar al Rey Arturo sin su espada Excálibur.
Argentina es un país cuyo endeudamiento (provocado por Cavallo-Melconian, 1982) supera su PBI; sin infraestructura, dada su geografía debiera ser eminentemente ferroviaria; con un poder político centralista, enemigo del federalismo, y subordinada a agendas internacionales; sus técnicos y pensadores económicos tienen formación materialista; con un pueblo que ha sido arrinconado y amontonado en el Conurbano bonaerense, quitándoles todo tipo de esperanzas de justicia social, ofreciéndoles espejitos de colores para sobrevivir, como lo es la Renta Básica Universal; donde los desocupados (con y sin planes gubernamentales) superan ampliamente a los que están en actividad; con jóvenes que solo desean irse al extranjero para hacer cualquier cosa, pero tener una oportunidad y, un largo etc.
Esta crisis y caos no comienza en este gobierno, o con el gobierno anterior que amanecía al mediodía, o los anteriores que contaban batallas épicas que nunca sucedieron. Camelot empieza a derrumbarse a partir de 1955. Luego…nadie vino en su ayuda. Fuimos devorados por nuestros propios egoísmos, ambiciones e insensateces. De alguna manera, todos tenemos un poco de Morgana.
Debemos reconstruir Camelot. Retener el pasado en el presente para aprender a mirar hacia el futuro. Convocar a todos, desde el capital, el trabajo y el poder político para desarrollar un Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. Una nueva mesa redonda en que solo prevalezca la confianza laboral, la honestidad empresarial y la conducción virtuosa de la política con un solo objetivo: una nación justa libre y soberana.