Vicentin: la glorificación del relato y la soberbia. Por Alejandra Lorden
La volatilidad política argentina, aún en circunstancias de relativa normalidad, es tal que suele ser difícil tomarse un momento para analizar la realidad con algún grado de profundidad.
Hay circunstancias objetivas que nos exceden, sí, pero también es cierto que en ocasiones quienes estamos en la función pública aportamos nuestra cuota de intensidad al ambiente.
Si consideramos que los anuncios sobre Vicentin y toda la novela que comenzó después se dan en medio de una pandemia sin precedentes, es todavía más complicado que el árbol no nos tape el bosque. Aun así, creo que vale la pena desmenuzar los sucesos de la última semana e ir un poco más allá de los titulares que nos marcan la agenda cotidiana.
Bajo la consigna de la soberanía alimentaria, el Gobierno decidió de buenas a primeras intervenir y allanar el camino para la expropiación del gigante agroexportador Vicentin, que tiene pasivos que superan los 1300 millones de dólares y se encuentra en concurso de acreedores desde febrero. Un capítulo más de la épica salvadora del kirchnerismo: vienen a liberarnos, a hacer justicia, a abrirnos los ojos.
La realidad es que si cerramos el cuento y dejamos el género ficción por un momento, al sector más competitivo de nuestra economía, víctima de una estructura impositiva distorsiva, cuyos principales jugadores le piden al Estado reglas claras y previsibles, el Gobierno decidió arrastrarlo a una tormenta perfecta.
Si realmente estamos hablando del hambre que sufren muchas familias de todo el país y de evitar que capitales argentinos queden en manos de acreedores extranjeros por un precio vil, ¿por qué no convocan a la oposición, al campo, a todos los sectores interesados? ¿Por qué el tono amenazante, el comunicado irrisorio de La Cámpora, la búsqueda incansable de presentarse como emancipadores de una sociedad inmadura?.
Lo que al Gobierno le falta en seriedad le sobra en imprudencia. Mientras el ministro Guzmán estudia cómo mejorar la propuesta a los bonistas sin afectar la sostenibilidad de las cuentas públicas, el sector más duro del kirchnerismo, con la vicepresidenta a la cabeza, les deja claro a los mercados internacionales que en Argentina no se viene a invertir sino a jugar a la lotería.
Después de esta semana ya no quedan dudan. El Gobierno les habla solamente a los convencidos. Ni siquiera gobiernan para todos los que los votaron; solamente para la pequeña porción de ese universo que les garantiza el aplauso fácil. No tienen ninguna pretensión de unir, de convencer, de acordar.
Que el Presidente haya recibido a los directivos de la cerealera y al Gobernador de Santa Fe y, según trascendidos, esté dispuesto a escuchar alternativas a la expropiación, tiene más que ver con el enorme rechazo del sector agropecuario, de la política y de la sociedad en general frente a los anuncios, que con una revisión sincera de objetivos. Esperamos, como siempre, que prime la cordura y la razonabilidad. Aunque, para ser sincera, a esta altura parece una ingenuidad.