El resultado de las elecciones de convencionales constituyentes augura una reforma sustancial en la vida institucional del país y el fin del legado de la dictadura pinochetista.
Ya no cabe duda de que Chile se encuentra sumido en una espiral de cambio. El resultado final no puede preverse con exactitud, pero si hay pautas claras de que una gran renovación está en marcha.
El resultado de las elecciones del domingo 16 de mayo ofrece algunos indicadores contundentes al respecto, de los
Crónica de un cambio inevitable
Lejos de aquel proclamado modelo a seguir que Chile suponía para sus vecinos latinoamericanos, a finales de 2019
La combinación de ambos factores condujo al desenlace del pasado domingo, del cual puede concluirse que Chile se dirige a hacia algo nuevo -aunque impreciso aún-, pero que seguramente incluirá quitarse de encima la rémora autoritaria del pinochetismo, un fuerte cuestionamiento a la conducción de la economía, un reacomodamiento del sistema de partidos políticos, y la activación política de sectores histórica y culturalmente postergados. En definitiva, una reconfiguración del sistema político.
Los ya electos convencionales constituyentes independientes, prometen cambios progresistas radicales. Aquellos otros que están aglutinados en los dos frentes de izquierda (denominados “Apruebo Dignidad” y “Apruebo”) parecen orientados en la misma dirección. En conjunto, los independientes y la izquierda superan los dos tercios de los 155 escaños que tendrá la Convención. Por su parte, la suma de las agrupaciones de derecha, integradas en la coalición “Vamos por Chile”, solo logró 37 bancas, menos de un tercio del total, lo que presagia su irrelevancia en una Asamblea que requerirá una mayoría de dos tercios para aprobar cada propuesta.
Algunas de las ideas más polémicas adelantadas por constituyentes independientes incluyen medidas redistributivas tales como cambios en los derechos de posesión de tierras y agua, así como nuevas regulaciones laborales. Se trata de cambios sustanciales respecto del pregonado “modelo chileno” defendido por la derecha y definido por décadas de férrea economía de mercado y privilegios para los sectores más acomodados de la sociedad chilena, avalados por la Constitución vigente.
La injusticia social abajo de la alfombra
El promocionado “modelo chileno” que tan bien funcionaba macroeconómicamente escondía profundas injusticias sociales debajo de la alfombra. Chile es la segunda nación con mayor índice de desigualdad de las 37 que componen la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), solo por detrás de Costa Rica. La prestación de servicios sociales en el país está vinculada casi por completo a los ingresos de cada ciudadano, algo que funciona en los hechos como un instrumento de perpetuación de las jerarquías económicas. Por otra parte, la Constitución actual no garantiza el derecho a la igualdad de la mujer en el matrimonio y estipula la protección de la vida por nacer, una cláusula que ha impedido el acceso al aborto legal y seguro en el país.
Un estudio realizado en 2017 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) concluyó que “la desigualdad socioeconómica en Chile no se limita a aspectos como el ingreso, el acceso al capital o el empleo, sino que abarca además los campos de la educación, el poder político y el respeto y dignidad con que son tratadas las personas”.
El recambio generacional fue un factor fundamental para comprender por qué el reclamo de cambio se produjo ahora. No es casual que los distintos gobiernos democráticos de la última década hayan tenido que enfrentarse con reclamos procedentes principalmente de los estudiantes. Una vez más, la juventud se irguió como vehículo del cambio.
Algunos analistas consideran que la elección para la Asamblea Constituyente representó un colapso para la derecha.
De todas maneras -y por motivos y caminos diferentes- lo que sucede en Chile no parece un fenómeno exclusivo de ese país. Otros dos se mantuvieron incólumes durante la “ola progresista” que cubrió Sudamérica en la década pasada: Perú y Colombia. Perú se aproxima a un ballotage que podría encumbrar a un maestro de izquierda en la presidencia. Colombia atraviesa una revuelta popular que no se sabe a ciencia cierta como culminará.
En lo que a Chile respecta, habrá que esperar las conclusiones de la Asamblea Constituyente en 2022 para tener una noción cabal de qué forma le darán estos vientos de cambio a un país que sin dudas será distinto.